martes, 14 de diciembre de 2021

EXTRAVAGANCIAS 

Texto y fotos: O. Gomas





1) EL IMPACTO



 
Miroc Plostin murió relativamente joven. Tal vez ni llegó a los cuarenta años. En vida fue un excelente matemático, casi genial para muchos, y gracias a su capacidad de síntesis trigonométricas extremas, dio clases en algunas de las universidades más prestigiosas del planeta; pero una tarde, que fue la vertiente de largos años de búsqueda, después de un terrible esfuerzo mental logró hilvanar en un cuadro de increíble exactitud, la interconexión y los elementos de conflicto que existen entre los nueve mil millones de habitantes del planeta, considerando en su cómputo matemático los factores de idioma, edad, relación familiar, nivel de educación, sexo, religión, posición económica, intereses, geografía, estado de salud, traumas de la infancia y la vejez, problemas actuales, los sentimientos complejos, el grado de inteligencia, la honestidad, la experiencia, el contenido del inconsciente y el carácter de cada uno. 

Al ver aquella impresionante telaraña vital comprendió el destino del ser humano, pero en el acto, del susto se quedó muerto entre convulsiones horrorosas. 

2) EL ODIO 




Braulio Salazar tenía muchas virtudes pero un solo defecto: a diferencia de los románticos de antaño, que redactaban cartas de declaración de amor, él poseía una particular capacidad para redactar cartas de declaración de odio. El problema es que sus misivas, escritas en un lenguaje de estilo elegante y agradable, a pesar de lo crudo y ofensivo desprendían tal carga de sinceridad y franqueza, que todas las mujeres que las recibieron quedaron perdidamente enamoradas de él. 

Fue así que terminó rodeado de amantes, que a pesar de saber que tenía muchas otras mujeres y de su atrocidad mental, por alguna extraña razón nunca se atrevieron a dejarlo. 

3) LA REPRESIÓN 




Al lado izquierdo de sus debilidades, justo en la zona en donde reposan los sentimientos prohibidos y se desatan las tormentas entre el bien y el mal, Gualberto Miralles tenia anclado un vicio degenerado: debido a su fuerte timidez con el sexo opuesto y a una incontrolable pasión por los senos femeninos voluminosos, su mayor placer consistía en visitar fincas lecheras, donde escondido entre los árboles observaba con unos catalejos las ubres multi pezones de las vacas. Cuando la excitación poseía su alma confundida, se embriagaba con licores de baja estofa y en un acto de degradación extrema se ofrecía a los granjeros para ordeñárselas gratuitamente. 

3) LA LECTORA 




Bilharzia Mondragón no leía manos. Leía pies. Encontraba el texto secreto de la vida oculto entre los dedos de las extremidades inferiores, en las uñas enterradas, en los deterioros del talón y en los juanetes y los cayos dolorosos de su clientela, la cual impresionada por la manera como aquella mujer les adivinaba el pasado, el presente y el futuro, pasaban hasta un mes sin aseárselos, para que el agua no le arrastrara los misterios de su existencia y ella pudiera descifrarselos. 

4) EL PARECIDO.




Fue Lulio Kareoz, un funcionario de bajo nivel, pero de gran gran habilidad para convencer a sus superiores de la manera de resolver los problemas del Ministerio donde trabajaba, quien logró que ese despacho, en el cual se expedían las cédulas y los pasaportes de todos los ciudadanos, estableciera como obligatorio colocar al lado de la foto de cada persona, otra con la del animal que más se le parecía. 

Aunque al comienzo de esa nueva era de cedulación algunos se molestaron por las semejanzas que les ponían, debido a la capacidad selectiva de los funcionarios encargados de hacerlo y, al hecho indiscutible de que todos tenemos algo de similar con algún bicho, después de varios años la gente terminó por aceptarlo, incluso hubo casos de exageración, en que al mostrar la cédula para cualquier servicio,  las personas emitían el sonido de su afín, fuese este un gruñido, un rebuzno o, el simple trinar de las múltiples variedades de pájaros conocidas.

5) EL ETÉREO 




Bruno La Mata murió hacia fines de los años setenta. Para ser franco, su muerte no habría trascendido ni dejado ninguna huella si no hubiese sido por un simple detalle que quedó asentado en sus memorias, según él, tenía la facultad de ver al silencio. 
Como puede leerse en la segunda parte del libro, dedicada a sus vicios y pasiones, cuenta que luego de salir del trabajo se alejaba de la ciudad caminando por una montaña solitaria hasta llegar a un sitio en el que reinaba una paz inmensa y relajante. 
Allí lo veía, dice, y era impresionante la belleza con la que habla del encuentro. Comenta que era grande, muy ancho, aunque muy difícil de captar totalmente las líneas de su cuerpo. Su color, decía, es de un gris suave y transparente y, cuando está presente se mueve para acariciarlo todo. Para él, tenía un poder extremo y majestuoso, con el que inmediatamente lograba hipnotizar a los pequeños animales que correteaban por la tierra. 
A veces, cuando llegaba, ya el se encontraba en el lugar, en otras ocasiones, veía cómo se aproximaba lentamente y, sin hablarle, le sonreía al notar cómo con su presencia se paralizaban todos los ruidos y murmullos. 

Al final del capítulo de su libro (*) dice que, cuando le contaba a sus compañeros de trabajo o en su casa que lo había visto, los muy torpes le corregían diciendo que no lo pudo haber visto sino lo habría oído, sin darse cuenta de que al silencio no se le puede oír, porque entonces ya no es un silencio. 

* "Lo que me pasó por Necio".  Bruno La Mata, Ediciones Turuma, Barcelona, 2006

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