“VEINTE FILOSOFOS Y LA MUERTE”
Otrova Gomas
Fotos de los filófos tomadas de Internet.
INTRODUCCIÓN
A pesar de los múltiples enfoques filosóficos y la diversidad de opiniones que
existen sobre la muerte, son pocas las variaciones sustanciales que existen entre
ellas. Algo que es comprensible cuando se trata de un tema que no da muchas alternativas:
llega un día, su figura siniestra mueve la guadaña y, al igual que hace con
todos los seres vivos, en fracciones de segundo se apodera de la esencia de su vida.
La
selección de las opiniones presentada no ha sido casual.
Ellas son parte del pensamiento de varias de las figuras más destacadas en la
historia de la filosofía, y en particular, de aquellos que le dieron a la
muerte una importancia especial en sus reflexiones, fuesen estas metafísicas o
de otra naturaleza. Al
leerlas en conjunto, se pueden notar diferentes coloraciones, algunas son repetitivas,
otras complementarias, y muchas diametralmente opuestas.
Es
importante notar que, si apartamos el tono aciago que acompaña a la idea
mortuoria, el análisis de la mayoría de esos pensadores sobre el fenómeno,
en lugar de aterrorizarnos podría ayudarnos a domesticar el miedo que ella incrusta
en el alma de los humanos.
Las
reflexiones seleccionadas no son extensas, más bien constituye una síntesis concisa
sobre el tema, a la cual se le han acompañado pequeñas notas biográficas de
cada filosofo, así como algunos de los puntos claves en el conjunto de sus teorías.
Algunas tienen dificultades de comprensión, pero así fue su pensamiento. También es importante señalar que este trabajo, como casi todos los que tienen relación con la historia de la filosofía, en cierta forma es una reproducción de obras y apreciaciones ya repetidas del pasado, y su fuente principal han sido los
textos e ideas tomadas textualmente de los filósofos, así como el enfoque de varios calificados historiadores y analistas de filosofía; de allí que más que crear una obra original, su importancia es la selección de los autores, y el haber escogido el tema en función de una pregunta muy antigua y complicada: ¿Qué es la Muerte?
La respuesta a ella es variada y compleja, podríamos decir que para algunos
poetas es la madre de los llantos, hija de la noche y hermana de los miedos. Como
reina del terror, es la perpetua capitana en el naufragio hacia la nada.
Religiosamente siempre se le encuentra al lado de los dioses de todas las
creencias; históricamente su presencia se pierde en el origen mismo de la vida,
porque nació como potencia antes del acto y que la primera constelación surgiera
del efluvio de los gases primitivos. Socialmente, siempre ha sido un concepto
terrorífico presente en todas las lenguas y civilizaciones conocidas.
Además
de realidad física también es una alegoría, porque representa la desaparición
ineludible de una persona y en ello radica el pánico que se desprende de sus
representaciones.
Para
muchos solo encarna un enigma: ¿El cielo, o el infierno? no tanto el dónde,
como el cuándo. Orgullosa ocupa su puesto en el treceavo arcano mayor del
Tarot, que carece de nombre como si un simple número la identificara.
Como
personaje de terror, la muerte es un caso curioso, ya que, a pesar de ese
aspecto lúgubre y la ausencia de toda gracia, ha sido objeto de culto y
adoración de muchos pueblos a través de distintos ciclos de la historia. Así lo
narran el libro de los muertos en el antiguo Egipto, los cantos rescatados de
las civilizaciones precolombinas, las leyendas del Pacífico sur y las del
África, al igual que fue objeto de misas negras y danzas tenebrosas en la edad
media. En casi todas partes se le rinde respeto un día al año, y en las
culturas de la inopia suele ser la columna principal del rito.
Para
el pensamiento analítico, filosofar sobre la muerte es inquirir sobre el drama
existencial mayor. Es un intento de comprender algo que escapa de todas las
formas de la lógica y nos hunde en la impotencia. Tal vez es la palabra que más
exige un ¿Por qué?, en silencio y en interrogación doble, ya que morir lleva a
preguntarse tanto el para qué vinimos a este mundo como la razón de la partida.
Comprender
su naturaleza se complica porque está demasiado ligada a un problema religioso de
solución difícil: el alma, un concepto que no se puede separar
fácilmente de la existencia de una fuerza superior creadora, y que a la vez deja
dos preguntas ¿Cuándo llegará a nosotros? y ¿Hacia dónde nos lleva en su
secreta ruta? Materia para divergencias teológicas complejas sobre la cual
levantan su fiesta los animistas y todas las escuelas subjetivistas de la filosofía.
Descartes trató de responderlo con la famosa
glándula pineal, que le fue tan cómoda para unir el alma con el cuerpo sin
entrar en pleitos con la iglesia, pero, aunque nos pongamos de acuerdo sobre el
momento de la llegada de ese fenómeno ineludible y repetitivo, el hecho físico
de la muerte sigue siendo la interrogante fundamental de la filosofía.
LOS FILÓSOFOS
DEMOCRITO
Entre las concepciones de la filosofía helenística sobre la muerte, las teorías de Demócrito no llevan a una clara conclusión: los seres vivos no mueren.
Si bien sus ideas coinciden con la de muchas escuelas filosóficas y
religiosas, tanto del pasado como del presente, hay una diferenciación en los
elementos que la conforman: en ellas, el cuerpo humano es un vacío donde la
movilidad se produce a partir del alma, que a su vez está compuesta de átomos
que entran y salen a través de la respiración y la exhalación. Cuando esos
átomos emprenden su viaje final, dejamos de respirar, pero ellos persisten a
diferencia de lo transitorio de la materia orgánica que abandonan.
Filósofo de la escuela conocida como los Atomistas, nació en Tracia, en el 460 a.C. A pesar de la
importancia de sus doctrinas, y haber sido uno de los padres de las ideas que
luego desarrollaría ampliamente la física moderna, fue poco reconocido para su
época. De la copiosa obra que escribió
sobre ética, física, matemáticas, técnica, e incluso música, solo han
sobrevivido unos trescientos fragmentos menores, de los cuales la mayor parte
son reflexiones, muchas de ellas citadas por Aristóteles y de las cuales hemos tomado varias de la traducción realizada
por el Profesor Juan David García Bacca.
Entre los pensadores que influyeron en sus ideas estuvieron los geómetras
egipcios, donde estuvo durante los años de sus viajes, también Anaxágoras, y su maestro y tutor, Leucipo, a quien se atribuye el
desarrollo de la idea del atomismo que había sido iniciada por Tales de Mileto.
Según su teoría atómica de la materia, “Todas las cosas están compuestas de partículas diminutas, invisibles e
indestructibles de materia pura, que se mueven por la eternidad en un infinito
espacio vacío. Todos esos átomos son de la misma materia, pero difieren en
forma, medida, peso, secuencia y posición”.
Bajo estos fundamentos, Demócrito sostuvo la creación de variados
mundos como consecuencia natural del incesante movimiento giratorio de los
átomos en el espacio. Una opinión, que al igual que ocurrió con todas las
doctrinas filosóficas griegas, no fundamentaba sus postulados en experimentaciones
sino por la vía de razonamientos lógicos. Esto
lo complementó señalando que la realidad es una síntesis de “lo que es” y de “lo que no es”, lo primero lo conforman los átomos homogéneos e
indivisibles, y “lo que no es” se
identifica con el vacío, el elemento que permite la pluralidad de partículas
diferenciadas y, constituye el espacio en el cual se mueven los primeros en la extensa
variedad atómica. Así lo describe:
“Los átomos se diferencian por
forma, tamaño, orden y posición, y es la forma de cada uno la que hace posible
que se ensamblen, aunque nunca se fusionen, además, de que siempre hay una
cantidad mínima de vacío entre ellos que permite su diferenciación, y el que
constituyan cuerpos que volverán a separarse quedando libres hasta que se
produzca un nuevo ensamble”.
Esto lo complementa diciendo: “los
átomos estuvieron y estarán siempre en movimiento y son eternos, una cualidad inherente
a su existencia, infinita, eterna e indestructible. Así, cada objeto que surge
en el universo y cada suceso que se produce en él, es el resultado de
colisiones o reacciones entre esos átomos”. Una forma de pensar que habría de
generalizarse más adelante durante el Renacimiento y en la filosofía y la ciencia
moderna.
La visión materialista de la teoría atomista de Demócrito y Leucipo podría
esquematizarse en estas tres de sus proposiciones:
• Los átomos son eternos,
indivisibles, homogéneos, indestructibles, e invisibles.
• Los átomos se diferencian solo en forma y tamaño, pero no por cualidades
internas.
• Las propiedades de la materia varían según el agrupamiento de los átomos.
Un materialismo extremo, que llevó al rechazo y al enfrentamiento de Demócrito con varios pensadores que
defendían la concepción teológica del mundo, en especial con las ideas que Platón desarrolló en el Timeo y en Las
Leyes.
EL CONCEPTO DE LA MUERTE EN SUS FRAGMENTOS
Entre los fragmentos de Demócrito sobre la muerte se destacan los
siguientes:
• “No es la muerte un apagarse de
la vida íntegra del cuerpo, sino que, cual acontecería tal vez por un golpe o
por una herida, permanecen aún firmes y bien arraigados los lazos que el alma
tiene con la médula, y el corazón mantiene bien encendida y depositada en lo
profundo la chispa de la vida; y, mientras todo esto permanezca podrá el cuerpo
volver a poseer la vida, ahora apagada pero presta una vez más para animar.”
• “No hay
signos seguros de la cesación de la vida, en los cuales puedan confiar los
médicos. Con más razón aún no puede haber signos seguros de la proximidad de la
muerte”
• “Los
insensatos, por temor a la muerte desean la vejez”
• “Los que huyen de la muerte, la
persiguen”
A estas reflexiones es necesario agregar algunas de las que expresó
sobre la vida, en consideración a la importancia que le dio al hecho de vivir
honestamente y en la felicidad, a la que consideró como el mayor bien, algo que
solo se logra a través de la moderación, la tranquilidad y la liberación de los
miedos:
• “Quien escoge los bienes del
alma, elige los más divinos; quien los del cuerpo, los humanos”
• “Lo mejor
para el hombre es pasar la vida lo más contento posible y lo menos afligido que
pueda. Ello sería posible si los placeres no se basaran en cosas perecederas”
• “Quien mata
al ladrón y pirata debiera quedar del todo impune, hágalo por su propia mano o
por mandato o por ejecución de sentencia”
• “No son ni
cuerpos ni riquezas los que hacen felices a los hombres, sino rectitud y
múltiple cordura.”
• “Gran cosa
es, en las desgracias, ver cuerdamente lo que se debe hacer”
• “Si se
sobrepasa la medida, lo más agradable se vuelve sumamente desagradable”
• “No vivir
cuerdamente, ni sensatamente, ni piadosamente no es tan solo vivir mal sino
estarse muriendo tiempo y más tiempo”
Demócrito, cuyo nombre en griego
significa “El escogido del pueblo”
murió en año el 370 a.C. Según Diógenes
Laercio, para ese momento tenía noventa años, aunque otros autores de la
antigüedad coincidieron en que vivió más de cien y él mismo se quitó la vida.
EPICURO
Griego de la época helenística. Muere en el 270
a. C. a los 72 años víctima de una retención de orina causada por el mal de
piedra.
Su filosofía es un claro llamado a la felicidad que consta de tres partes: la Gnoseología,
la cual se ocupa de los criterios para distinguir lo verdadero de lo falso, la Física,
un análisis profundo de la naturaleza en el cual domina la idea del atomismo, y
la Ética, en la que el hedonismo y su visión racional de la muerte son
la base del pensamiento.
El epicureísmo siempre estará asociado a El Jardín, la escuela que el filósofo instaló en las afueras de Atenas. Un
lugar tranquilo alejado del bullicio de la ciudad, donde tenían lugar charlas y
un amable intercambio social entre los miembros. En la práctica, aquel centro
de estudios tenía más el carácter de espacio para el retiro intelectual de
amigos que para la investigación científica y los estudios profundos al estilo
de la Academia de Platón
o el Liceo de Aristóteles,
porque a diferencia de estos, allí también eran admitidas personas de toda
condición y clase, incluyendo disolutos, mujeres y esclavos, algo que era poco
usual de encontrar en una escuela filosófica de la Grecia de esos tiempos.
La óptica hedonista –vida placentera- que
propuso Epicuro giraba alrededor de la idea de la eliminación del dolor
por medio del placer, que solo se encuentra en la búsqueda de la felicidad y en
el ejercicio de la plenitud de la vida, para lo cual tiene gran importancia
evitar los miedos, especialmente a la muerte, porque estos solo conducen la
pérdida del placer y a la disminución de opciones para obtener una vida feliz. Dicho
temor a la muerte Epicuro lo rotula como “el temor mayúsculo”, porque de todos ellos la idea de que tarde o
temprano vamos a morir es el que genera más aflicción en el espíritu de los
hombres.
De ese miedo diría:
“Es
estúpido quien confiese temer la muerte, no por el dolor que pueda causarle en
el momento en que se presente, sino porque pensando en ella sienta dolor, ya
que aquello cuya presencia no nos perturba no es sensato que nos angustie
durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para
nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros ya
no existimos”.
Si lo expresamos de otra manera, la clave para entender
por qué considera absurdo preocuparse por la muerte, es porque al llegar la
privación total de los sentidos, ya no hay posibilidad de que tengamos
conciencia de ese fin, lo cual libera la carga trágica que produce en nuestra
mente. La lucha contra los otros miedos que amenazan al ser humano también
forma parte de esa batalla, y de todos los temores, los tres más significativos
son el miedo a los dioses, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la
búsqueda del bien.
El antagónico epicúreo de la muerte lo encontramos
en la búsqueda del placer, y de ellos, el mayor que existe es la tranquilidad
del alma y la ausencia de dolor, como lo enuncia en esta sentencia:
“La ausencia de turbación y de dolor son
placeres estables; en cambio, el goce y la alegría resultan placeres en
movimiento por su vivacidad. Cuando decimos entonces, que el placer es un fin,
no nos referimos a los placeres de los inmoderados, sino en estar libres de los
sufrimientos del cuerpo y de la turbación del alma”.
Como es obvio, esto exige una virtud
fundamental que nos permita elegir y ordenar debidamente dichos placeres, y en Epicuro
esa virtud tiene un nombre: La prudencia.
SÓCRATES
Sócrates, nacido en Alopece, Atenas,
en el año 470 A.C., muere en la misma ciudad de la antigua Grecia en el mes
de junio del 399 a.C.
Un jurado popular compuesto por quinientos un ciudadano lo sentenció a morir
bebiendo la copa del veneno empleado por los griegos de entonces para las
ejecuciones: la cicuta. Había sido acusado de no reconocer a los dioses
atenienses y corromper a la juventud; aunque para Jenofonte, uno de sus alumnos, fue una obvia venganza por haber
admitido como discípulo a Critias,
miembro del cuerpo político-militar espartano que tomó el poder en Atenas
después de la guerra del Peloponeso, algo que era imperdonable para los
políticos atenienses.
Para salvarle la vida, sus amigos propusieron pagar una fianza y
permitirle ir al exilio, e incluso planearon su fuga de la prisión, pero el
filósofo prefirió acatar la ley y morir manteniéndose firme en sus
principios. A pesar de que la muerte por
cicuta es terrible, la suya fue tranquila. Según la crónica que describe los
acontecimientos:
“En una primera fase el toxico le provocó la excitación del sistema
nervioso central, luego le empezaron los temblores, los dolores ligeros, el delirio
y las alucinaciones. Al final el cuerpo entró en una parálisis progresiva que
al llegar a los músculos respiratorios le produjo la asfixia sin que le
desapareciera la conciencia”. Para ese momento el filósofo tenía 70 años.
En el dialogo Fedón, Platón
describe los últimos momentos del maestro según el testimonio de otros
discípulos que estuvieron presentes.
Así los detalla enalteciendo la figura de aquel sabio que aceptó su muerte con
nobleza e hidalguía y con una serenidad que aun hoy nos enseña lo que es la
fuerza del espíritu:
“Y viendo entrar al esclavo que le
iba a suministrar el veneno le dijo: -Muy bien, amigo mío, es preciso que me
digas lo que tengo que hacer porque tú eres quien debe enseñármelo...
Y luego de preguntar detalles llevó la copa a los labios y bebió con una
tranquilidad y una dulzura maravillosa.
Todos lloraban desconsoladamente y Sócrates dijo:
- ¿Qué hacen amigos míos? Manteneos tranquilos y dad pruebas de firmeza.
Él, que estaba paseándose, sintió desfallecer sus piernas y se acostó de
espaldas en la mesa destinada a ello. El cuerpo se helaba y se endurecía, y
cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo
había aconsejado el individuo.
Y al mismo tiempo, quien le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de
rato en rato los pies y las piernas. Luego, apretándole con fuerza el pie, le
preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con
sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío
y rígido.
Mientras lo tanteaba nos explicó que cuando eso le llegara al corazón, entonces
se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando, descubriéndose, pues se había
tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
-Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esa deuda.
- Así lo haré-, respondió Critón, y ya Sócrates no respondió nada.
Ese fue el final de nuestro amigo, del hombre, podemos decirlo, que ha sido el
mejor de cuantos hemos conocido en nuestro tiempo, el más sabio, el más justo
de todos los hombres"
Sócrates, que constituye uno de los
pilares fundamentales de la filosofía griega no dejó obra escrita, pero gracias
a Platón y a otros discípulos hoy se
tiene una visión bastante clara de su pensamiento y de sus enseñanzas. Fue ciudadano,
al igual que fue soldado combatiente, incluso considerado héroe de guerra por
su audacia y valentía. En su vida también fueron de gran importancia sus
funciones civiles al servicio de la gran ciudad ateniense. Su aporte filosófico fundamental fue la
mayéutica. Un método de aprendizaje que se basa en hacer una pregunta tras
otra hasta encontrar la verdad, o al menos obtener una respuesta correcta
basándose en la reflexión y en el razonamiento. Este sistema es un proceso
desencadenante del pensamiento creativo, puesto que pone en tela de juicio los
supuestos básicos sobre los que, según él, se construyen las teorías o
paradigmas dominantes.
A la mayéutica la complementa con la ironía, algo a lo que
llama: demostrar al interlocutor que aquello que creía conocer en realidad se
sustenta en prejuicios equivocados.
Su idea de la muerte está resumida en estas palabras, las cuales les
dirigió a los jueces que le acababan de sentenciar:
“Hay gran
esperanza de que la muerte sea un bien, pues es una de estas dos cosas: o no es
nada, solo un sueño perpetuo que no produce sensación de nada, o, como se dice,
una transformación, un cambio de morada para el alma. Si es una ausencia de
sensación, es como una noche en que se duerme y se descansa sin soñar, sería
una ganancia maravillosa. Si fuera como emigrar a otro lugar y es verdad que
allí están todos los que han muerto, ¿Que bien habría mayor que este?, en ambos
casos no es algo que debamos temer"
PLATÓN
Nació en Atenas o en
Egina en el 428 A.C. Su verdadero nombre
fue Aristocles Podros, y provenía de una familia aristocrática y noble
por estar emparentada a Solón, uno de los siete sabios de Grecia y al Rey
Cedro. Murió en el año 347 A.C. a los 81 años.
Se le puede considerar
como uno de los más grandes pensadores de aquella Grecia antigua que
brilló culturalmente como pocas civilizaciones del pasado. Discípulo de Sócrates, a quien admiró y de quien hizo
una gran apología en sus diálogos, a su vez fue maestro de Aristóteles. En el año 387 A.C, fundó en Atenas la Academia, un centro cultural para la preparación en ciencias, música,
matemáticas, astronomía, medicina y filosofía, así como más tarde también se
orientó hacia la educación de futuros políticos y gobernantes.
La forma expresiva que
utilizó para mostrar su pensamiento tuvo una marca distintiva: en lugar de
desarrollar formalmente un amplio sistema filosófico, prefirió escribir toda la
obra en diálogos, de los cuales apenas unos veinte y ocho se consideran
auténticos entre los más de treinta y cuatro y las trece cartas que se le
atribuyen. De estos, destacan de la primera época: “Gorgias”, “República I”, “Protágoras” y “Menón”, de la madurez, “Fedón”, “Banquete”, “Republica II” y “Fedro”, y de la vejez “Parménides”, “Teeteto”, “Sofista”, “Político” y “Leyes”.
En cada uno de ellos
expuso de manera coloquial los puntos fundamentales de sus ideas sobre la
política, el arte, la justicia, las leyes, la ciencia, el alma y la filosofía.
Una obra de tal magnitud e importancia, que tanto en su época, como en los años
próximos y siglos más tarde habría de influenciar a importantes pensadores y
corrientes filosóficas, al igual que ocurrió con varias religiones, entre las
cuales se encuentran el cristianismo y el judaísmo.
El empleo de esa forma
dialogada de indagar y exponer tantos temas, la explica Platón tomando
la raíz de la concepción filosófica socrática: “es la mejor manera para
expresar la búsqueda, ya que el preguntar y contestar es un examen incesante de
sí mismo y de los demás”. Una
metodología que también habría de servirle para enfrentar a los sofistas y
demostrar los errores que les señaló en su interpretación de la verdad y el
conocimiento.
Entre los puntos centrales
del pensamiento platónico destaca, entre otros: la política, de la cual al
principio tuvo una imagen pesimista a consecuencia de las formas de gobierno que
había tenido Grecia, y cuyo enfrentamiento se agudizó después de la condena y
ejecución de Sócrates. No obstante,
fue esa misma crítica la que luego le llevó a reflexionar sobre cómo mejorar la
condición de la vida política y la Constitución del Estado, abriendo las
puertas para una vía optimista, que llamó: “El gobierno de los filósofos”,
una forma de especial importancia en la conducción del estado, la cual se
encuentra sintetizada en este juicio:
“Vi que el género humano no llegaría nunca a liberarse
del mal si, primeramente, no alcanzaban el poder los verdaderos filósofos, o
los regidores del estado no se convertían por azar divino en verdaderos
filósofos”
Aunque los temas y la
variedad de matices y contenido de la obra platónica son demasiados para
intentar reducirlos en una breve síntesis, al enfocarnos sobre el tema y propósito
de este trabajo hay uno que es fundamental para entender su concepto de la muerte:
su teoría de las ideas y la inmortalidad del alma.
En oposición a la
erística de los sofistas que negaban la posibilidad del conocimiento, Platón
desarrolló el mito de la inmortalidad del alma, según el cual el universo ha
sido construido por su creador en base a un modelo idéntico copiado del lugar
donde moran las ideas eternas, de allí, que una de las cuatro creaciones de ese
demiurgo, el cual es el hombre –y a la vez el receptor material-, tenga un alma
que es inmortal por ser parte del todo. Ello
supone una cadena de eternos nacimientos, donde el conocimiento que tenemos los
humanos es posible porque el alma inmortal se ha ido del cuerpo, y ha regresado
muchas veces habiendo visto todas las cosas, sea en el mundo físico o en el
Hades. Un conocimiento que es posible gracias a el empleo de dos vías: “la
búsqueda que debemos implementar para lograrlo, y el reconocimiento de lo que
ya se ha experimentado”.
La inmortalidad del
alma en Platón es demostrable por vía de su doctrina de las ideas, y así,
diría: “Estas son iguales al alma, invisibles y presumiblemente
indestructibles como lo prueba su capacidad de reminiscencia”.
LA MUERTE EN LAS TORÍAS PLATONICAS
El diálogo en el cual Platón expone más directamente sus opiniones sobre la muerte es en el
“Fedón”, y es precisamente en los textos
relacionados a ella es donde más se capta la influencia y su fidelidad a Sócrates, a quien señala como el
principal expositor al momento de su ejecución, rodeado de amigos y discípulos.
Aunque no siempre en las doctrinas del platonismo
vamos a encontrar una relación con las ideas socráticas, -incluso en muchos de
ellos no figura como participante del dialogo- en esta obra pone en su boca las
ideas tranquilizadoras sobre el momento final de la existencia, lo cual hasta nos
permite pensar en una muestra deliberada de su identidad con el maestro. Así,
expresa: “La muerte es la extinción de todo deseo y como una noche de sueño
profundo, pero sin ensoñaciones”.
Esta frase reafirma su idea de que la nada no
es un mal, y al separarse el alma del cuerpo no se produce su aniquilación,
sino que, al contrario, se convierte en un bien, ya que con esa desaparición provisoria
también se produce la desaparición de los males:
“Si un
hombre se enoja y retrocede cuando se ve enfrente de la muerte, será una prueba
de que es un hombre que no ama la sabiduría sino a su cuerpo, y con este a los
hombres y a las riquezas porque sus únicas motivaciones son los placeres provenientes de los sentidos, sin
tener en cuenta que, además, posee alma. Su miedo es porque al morir el cuerpo
también desaparecerán los placeres terrenales”.
En ese estado del diálogo continúa diciendo en
voz de Sócrates:
“…la
muerte es tan sólo la separación del alma del cuerpo y eso es un bien para el
alma, ya que el cuerpo le engaña e induce al error. De allí la importancia de la filosofía, ya
que ella es el arte de aprender a morir, y la causa de que los filósofos vivan
en trance de muerte. Su vida mortal es de anticipación y creación de la vida
inmortal, donde se encuentra el reino de las formas puras y simples”.
Con estos pensamientos se iguale al alma a lo
divino, a lo inteligible, y por ello es que al morir, sólo podrán acercarse a
los dioses aquellas personas que filosofaron toda su vida y, cuya alma dejó
atrás las degeneraciones corporales inevitablemente pasajeras y deleznables. Un
alma que además de infinita ya vivía antes de nuestro nacimiento y seguirá
viviendo después de nuestra partida.
Esta es la razón por la cual – como lo dijo- al
nacer ya se conoce lo verdadero y lo justo, aún antes de tener capacidad de
entenderlo, y es la prueba de su inmortalidad.
EPICTETO
El estoicismo romano,
conocido como el “estoicismo nuevo”, surge
varios siglos después de la escuela griega de Zenón de Citio, y de esa
tendencia filosófica, son tres los representantes más significativos: Séneca,
uno de los escritores romanos más conocidos de su época, el emperador y militar
Marco Aurelio, y Epicteto, quien fuera el más célebre como
filósofo.
A pesar de que no
hicieron un aporte fundamental a la teoría originaria del estoicismo griego, su
importancia histórica se debe a que se conservó una mayor cantidad de los
textos de sus miembros, tal vez por haber sido la principal doctrina filosófica
que dominaba en las altas esferas sociales y políticas romanas, además del sentido
práctico que estas le dieron a la vida de los ciudadanos del imperio.
En las teorías de los nuevos
estoicos quedaron desechados los principios racionales, la metafísica y la
física que eran base del antiguo pensamiento, colocando en su lugar los
elementos éticos de su propia escuela, en la que había un mayor peso del
elemento religioso, incluso a tal
nivel, que personajes como Séneca y Marco Aurelio estuvieron muy
cerca del cristianismo.
De ese grupo, Epicteto,
nacido esclavo en el año 50 d.C. en Hierápolis, ciudad romana, -y más
tarde liberado -, superó su degradante condición de origen y el defecto físico
que le afligía para ingresar como filósofo a la vida pública del imperio. Su
primera relación con dicha disciplina nace de las clases que recibió del
pensador Gayo Musonio Rufo, de la
época de Nerón, y cuya influencia hizo que se incorporara a la escuela
estoica.
Epicteto vivió en Roma hasta el año 93, cuando su
enfrentamiento a las tiranías romanas y a la esclavitud le hizo una más de las
víctimas de la expulsión decretada contra todos los filósofos y sus seguidores.
El exilio le llevó a la ciudad griega de Nicópolis, en donde creó su
propia academia, que más adelante se habría de transformar en el centro de
enseñanza de su pensamiento.
Al igual que otros
estoicos de su tiempo manifestó muchas ideas sobre el tema de la muerte, pero
es importante señalar que todas ellas se encuentran íntimamente conectadas a
los principios de carácter ético que desarrolló en su esquema filosófico, en
particular, a la búsqueda de una vida dichosa sin permitir que la perturbación
nos lleve a la infelicidad. Una filosofía orientada a vencer las pasiones y los
sentimientos por medio de la razón y la actitud firme y exigente que se requiere
para lograrlo.
En ese marco de
conducta enseña a aceptar el hecho de la muerte como algo natural e inevitable,
y considera errado inquietarse por ella ya que nos llegará a todos sin
excepción. Esta reflexión se fundamenta en uno de los principios cardinales de la
moral de Epicteto: la muerte es una más de las múltiples cosas que no
dependen de nosotros. En este sistema ético,
o conducta racional de vida, se estableció como la manera adecuada y correcta
de vivir el no caer en manos de las pasiones y los sentimientos, que malgastan
y nos hacen olvidar la brevedad y fragilidad de la existencia, y vencer el principal
desafío: estar debidamente preparado para cuando nos lleguen los malos momentos
y el día de la muerte.
Al igual que
Sócrates, Epicteto no dejó nada escrito. Su pensamiento se conoce
gracias a uno de sus discípulos, Arriano
de Nicomedia, que registrando siempre las palabras del maestro posibilitó
su pervivencia. Buena parte de la doctrina se encuentra unificada en el “Enquiridión”,
un compendio de sus enseñanzas presentadas
en los ocho libros de “Disertaciones”, de los cuales solo cuatro quedaron completos.
Al observar las siguientes
opiniones de su ética, se puede ver de dónde derivan sus reflexiones sobre la
muerte:
LA LOGICA DE LAS
ESTOAS.
° “Algunas cosas de las que existen en el mundo dependen de nosotros,
otras no. De nosotros dependen nuestras acciones (opiniones, inclinaciones,
deseos y aversiones), de nosotros no dependen lo que no es nuestra propia
acción (cuerpo, bienes, reputación, honra). Las cosas que dependen de nosotros
son por naturaleza libres, nada puede detenerlas, ni obstaculizarlas; las que
no dependen de nosotros son débiles, esclavas, dependientes, sujetas a mil obstáculos
y a mil inconvenientes, y enteramente ajenas.
Manteniendo el principio según el cual sólo nos
compete lo que depende de nosotros, solamente somos libres si nos preocupamos
de las primeras”.
° “La libertad no existe sino en el sentido de liberarse
de todo lo que no depende de nosotros. Hay, no obstante, otro camino a elegir:
el de las riquezas, honores, y competiciones, o el de ser reconocido y amado
por otros. En tal caso, ha de atenerse uno a las consecuencias de su elección,
consecuencia no otra que la de la humillación el caos y el sufrimiento”.
° “En cuanto a tu devoción para con los dioses,
debes saber que esto es lo principal: tener rectas opiniones acerca de ellos,
pensar que existen y que administran todo de una manera bella y justa; y debes
fijarte tú mismo el deber de obedecerlos y ceder a ellos en todo lo que sucede,
y aceptarlo voluntariamente cumpliéndolo con la más perfecta inteligencia, de esta forma nunca dudarás de los dioses, ni los
acusarás de haberte desamparado”
° “En cada acto que vayas a emprender, observa lo que
viene en primer lugar y lo que viene después; y una vez lo hayas considerado de
este modo, procede a actuar…”
° “Nunca digas respecto a nada “Lo he perdido”, sino
“Lo he devuelto”. ¿Ha muerto tu hijo? Lo has devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? La
has devuelto. ¿Te han robado la tierra? También esto has restituido. ¿Y a ti
que te importan las manos por las cuales aquel que te la ha dado ha querido
retirártela? Mientras él te la deje, úsala como algo que no te pertenece, así
como los turistas disfrutan los hoteles”.
SOBRE LA MUERTE
° “Quien vive con sensatez sabe que no existe la posibilidad de no morir,
ya que para el hombre no morir sería como para la espiga no ser segada.
Simplemente somos hombres: una parte del universo como una hora es una parte
del día, y así como cada hora llega y pasa, nosotros debemos pasar también,
pues el hombre es un ser mortal”
° “Deja
que la muerte, el exilio, y todas las demás cosas que parecen terribles
parezcan cotidianas ante tus ojos, pero especialmente no temas a la muerte y así nunca
tendrás un pensamiento innoble ni desearás algo con exageración”.
° “No son las cosas las que atormenta a los hombres
sino los principios y las opiniones que los hombres se forman acerca de ellas. La
muerte, por ejemplo, no es terrible; si lo fuera, así le habría parecido a
Sócrates. Lo que hace horrible a la muerte es el terror que sentimos por la
opinión que de ella nos hemos formado. En consecuencia, si nos hallamos
impedidos, turbados o apenados, nunca culpemos de ello a los demás sino a
nuestras propias opiniones. Un ignorante les echará la culpa a los demás por su
propia miseria. Alguien que empieza a ser instruido se echará la culpa a sí
mismo. Alguien perfectamente instruido ni se reprochará a sí mismo, ni tampoco
a los demás”.
° “Como los tripulantes de un barco que durante el
viaje por mar bajan de la nave cuando ésta se detiene en un puerto, sin que
distraigamos la atención a la menor señal que haga el capitán conminándonos a
volver a bordo, del mismo modo, en el viaje de la vida, cuando el capitán llama
hay que abandonar cuanto hemos adquirido, mujer e hijos inclusive, y correr
hacia el barco sin volver la vista atrás. Y con más razón hay que estar
preparado cuando se es viejo, porque entonces no debiéramos alejarnos en
demasía, no vaya a ser que de pronto seamos llamados a zarpar y no estemos en
disposición de acudir rápidamente”.
° “Si fuera un hijo o una mujer en quien depositamos
nuestro amor debemos repetirnos y tener siempre presente que amamos a un ser
mortal, así, si la muerte nos los arrebata, nuestro pesar será mucho menor.”
° “Aun cuando sabemos que moriremos, pareciera ser que
nunca estamos preparados para ello y, a pesar de que cada día de vida que
pasamos es un paso más hacia la muerte, intentamos obviar el hecho”
Con la interrelación de
estas sentencias, Epicteto nos enseña a entender lo inevitable del fin
de la vida y a prepararnos para su encuentro, pero al mismo tiempo, nos enseña que
hay que vivir plenamente en el transcurso de la existencia, aunque recordando
siempre que somos seres perecederos y que por tanto moriremos.
El filósofo murió en la
misma ciudad de Nicópolis, Grecia entre el año 125 y 135, en la misma choza en
donde siempre vivió de una manera sencilla y acompañado de la tranquilidad que
le produjo su pensamiento. Una doctrina que en muchas de sus ideas y contenidos
fuera acogido a través de la historia, tanto por varias religiones, así como
por muchos filósofos hasta nuestros días.
SENECA
Seneca, tal vez de los pensadores
más célebres del imperio romano, fallece en el año 65 de la era cristiana al
ser condenado a muerte por Nerón. Había nacido en Córdoba en el año 4 a.
C.
Como filósofo, orador y escritor fue muy apreciado por sus obras de
carácter moralista. Como figura destacada de la política romana en los días de la
era imperial, llego a ser de los senadores más admirados, influyentes y
respetados durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y del
mismo Nerón. De tendencia estoica, Séneca pasó a la historia como
uno de los representantes más importantes de dicha corriente filosófica. Sus
obras conocidas se pueden dividir en cuatro grupos: Los diálogos morales, Las
cartas, Las tragedias y Los epigramas. Aunque no escribió un comprendido
sistemático de filosofía, lo fundamental de su obra se encuentra ampliamente expresado
en ellas.
A pesar de ser tutor, maestro y consejero del emperador por muchos años,
este le acusa de traición, y sin haber demostrado su culpabilidad le incluye en
la enorme purga que desata luego de la conjura de Pisón. Su muerte se
produce en el hogar del filósofo, donde el Cesar había encomendado que se le
diera la noticia. Apenas abre la carta con la condenatoria, Seneca la
lee imperturbable y pide permiso para redactar su testamento. Esto se le
deniega, porque por la ley romana en los casos de conjura todos los bienes
pasaban al patrimonio del Imperio.
Conociendo la crueldad de Nerón, prefiere no esperar la ejecución
sino suicidase ante el mismo tribuno que le ha llevado la misiva. De inmediato
decide abrirse las venas, y lo hace cortándose los brazos y las piernas. Al ver
que su muerte no llega, le pide a su médico que le suministre veneno para
acelerar el desangre, el cual bebió, pero sin efecto alguno. Finalmente ruega
ser llevado a un baño caliente, y es allí donde fallece por el vapor que
terminó asfixiándolo por el asma que padecía. Para entonces era el tiempo de la
primavera romana.
Las particulares ideas que tuvo Séneca sobre la muerte se
caracterizan porque la presenta como un acercamiento a la vida y no por los
temores que nacen de ella. Tal vez la
mejor exposición sobre el tema está en quince de las “Cartas a Lucilio”, también conocidas como “Cartas de un Estoico” un conjunto de 124 epístolas escritas a sí
mismo.
De ellas, extensa pero extremadamente didáctica por lo que dice sobre el
tema, se encuentra la Carta XXX del libro V:
COMO HAY QUE
ESPERAR LA MUERTE.
"He
visto a Bassus Aufidi (historiador que vivió bajo Tiberio y emperadores
siguientes) barón excelente, cuarteado por la vejez y luchando. Pero la carga
es ya demasiado pesada para que pueda levantarse: encima de él carga la vejez
con todo su peso enorme. Ya sabes que él ha tenido siempre el cuerpo enfermizo
y débil. Mucho tiempo lo mantuvo y, por decirlo justamente, lo cubrió de
pieles, hasta que le falló de golpe. Así como en una nave que hace aguas se
puede taponar la primera y la segunda vía, pero cuando se deshace y cede por
muchas partes, la nave se hunde sin socorro posible, así en el cuerpo viejo la
debilidad puede sostenerse y detenerse por algún tiempo. Pero cuando toda juntura se deshace como en un
edificio ruinoso, y mientras se destruye la una y se cuartea la otra, hace
falta buscar cómo salirse. Pero nuestro Bassus tiene el espíritu alegre. He
aquí un don de la filosofía: estar sonriente a la vista de la muerte, y fuerte
y alegre en cualquier situación del cuerpo, sin ser desfallecido, por bien que
se desfallezca.
Quien es
navegante, navega hasta con la vela partida, e incluso desarmado, manteniendo
el resto de la nave para hacer la ruta. Esto es lo que hace nuestro Bassus, el
cual ve venir su fin con coraje y serenidad, que por esperar la de otro
tendrías por excesiva indiferencia. Gran cosa es esta, que exige un largo
aprendizaje, y Lucilio decide irse con el alma serena al llegar aquella hora
inevitable. Otros modos de muerte tienen una mezcla de esperanza: la enfermedad
cesa, el incendio se apaga, el hundimiento deja buenamente en tierra lo que
parecía haber de hundirse, el mar, con la misma fuerza con que los engullía
sacó sin daño lo que había absorbido, del cuello que había de degollar el
soldado retira el sable; pero quien es conducido a la muerte por la vejez no
tiene ninguna esperanza. Solo por ésta, toda intercesión está cerrada. Nuestro
Bassus hacía el efecto que se enterraba a sí mismo, y se hacia los funerales, y
comportaba sabiamente su añoranza.
Pues él dice
muchas cosas de la muerte, e intenta sin parar persuadirnos de que, si ningún
sufrimiento o ningún temor comporta este asunto, es defecto del moribundo, no
de la muerte, pues en ella no hay más molestia que después de ella. Y está tan
equivocado quien teme lo que no ha de padecer, como quien teme lo que no ha de
sentir. ¿Y hay, acaso, nadie que se piense que nos sucederá al sentir aquello
porque ya no sentimos más?
Me imagino que tendría para tu mayor crédito,
uno que volviese a la vida y contase como en la muerte no había sufrido ningún
dolor sino la perturbación por la proximidad de ella, mejor que ninguno te lo
dirán, pues, éstos que se encontraren delante, que los que la vieren venir y la
acogieren. Entre estos, puedes contar con Bassus, el cual no quiso que nos
engañáramos; él dice que es tan necio temer la muerte como temer la vejez, pues,
así como la vejez sigue a la juventud, la muerte sigue a la vejez: no quiere
vivir quien no quiere morir. Pues la
vida ha sido donada bajo la condición de la muerte, y a ella se dirige. Temerla
es propio de un demente, así como las cosas ciertas se esperan, las dudosas se
temen. La muerte es una necesidad igual e ineludible para todos ¿Quién puede
quejarse de estar bajo una condición que afecta a todos?
El hombre con
suerte que se ha visto suavemente despedido por la vejez, no arrancado
violentamente de la vida, sino retirado paso a paso, ¿No es cierto que ha de
dar gracias a todos los dioses de haber sido conducido bien nutrido de días a aquel
reposo necesario para todos, agradable al fatigado? Verás hombres que desean la muerte más todavía
de lo que suele suplicarse de la vida. No sabría decir si nos dan más coraje,
los que reclaman la muerte, o los que la esperan asosegados y sonrientes, pues
aquellos que actúan con frecuencia por un transporte de furia o en una
indignación inesperada, mientras que éstos con una calma de sentido seguro.
Hay quien va
a la muerte airadamente, pero no hay nadie que la reciba alegremente, sino
aquel que se ha preparado desde largo tiempo atrás. Te reconozco, pues, que he
visitado con mucha frecuencia a este hombre que me es querido, y que lo he
hecho por más de un motivo; quería saber si lo encontraría siempre igual, si
con su fuerza física no disminuida su vigor de espíritu, el cual le crecía, así
como crece la alegría del corredor que se acerca al séptimo estadio y a la
palma. Él decía, obediente a los preceptos de Epicuro, que primeramente
esperaba que aquél último suspiro no tendría nada de doloroso, y que, si nada
tenía, encontraría alojamiento en su misma brevedad, pues no hay dolor grande
que sea además largo. Además, también le consolaría en aquella separación del
alma y el cuerpo, aunque fuese dolorosa, el pensamiento de que después de ella
todo dolor ya es imposible.
Con mucho
gusto siento, querido Lucilio, estas cosas, no por nuevas, sino porque me ponen
delante de un hecho presente. ¿Pues qué? ¿Acaso no he visto muchos que se han
quitado la vida? Ciertamente los he visto, pero delante de mí merecen más
respeto los que van a la muerte sin odio a la vida y la aceptan sin buscarla.
No es la muerte la que tememos, sino el pensamiento de la muerte, pues de la
muerte distamos siempre igual. Así, si la muerte fuera de temer, sería
necesario temerla siempre, ¿Por qué? ¿Qué tiempo está exento de su peligro?
Pero, ya es necesario temer que no te sean más odiosas tan largas cartas que la
misma muerte. Pongamos, pues, fin, pero tú, si quieres no temer nunca a la
muerte, piensa siempre".
Un detallado análisis, propio del gran
maestro del pensamiento moral en esa época de la historia romana.
SANTO TOMAS DE
AQUINO
Tommaso d' Aquino, presbítero,
filósofo y teólogo católico, nació en el año 1225 en Abadía de Fossanova, un
monasterio y pueblo italiano situado entre Roma y Nápoles, considerado de los sitios
místicos más hermosos de la península itálica. Su muerte se habría de producir cuarenta
y nueve años más tarde víctima de una misteriosa enfermedad. En su corta vida
perteneció a la Orden de los Predicadores, el principal representante de
la enseñanza escolástica del cristianismo de la época.
De sus obras, las más conocidas son la “Suma Teológica” y la “Suma
contra gentiles”, dos compendios que sin duda son la más importante
apología conceptual de dicha religión.
En estos epitomes habría de desarrollar temas a los cuales le dio una
especial importancia para su análisis místico y filosófico: por una parte, la búsqueda
de una vía para resolver la crisis que había producido el averroísmo -la
interpretación árabe de las ideas de Aristóteles - en el pensamiento de los cristianos,
y por otra el problema de la doble verdad y sus contradicciones, conocidas como
la verdad del entendimiento y la verdad revelada, algo que logró con una
exégesis de las ideas aristotélicas, que le permitían la compatibilidad del
pensamiento del estagirita con la fe católica, la otra fue el rescate y
reinterpretación de su metafísica que había sido rechazada para entonces. Igualmente tuvieron una especial significación,
el desarrollo de su obra teológica y la monumental teoría del Derecho.
Es importante señalar que Tomás de Aquino no le dedicó ningún
artículo particular a la cuestión de la muerte o lo que representara, pero,
como era inevitable, tocó el tema por la íntima conexión que existe entre ella y
los numerosos aspectos que había profundizado en el desarrollo de su
pensamiento religioso.
En la esencia de esa labor destaca una teoría filosófica donde el hombre
es un ser situado entre los confines del mundo espiritual y el sensible, una condición
que lleva a que, a pesar de que su cuerpo coincida con el de los seres
materiales, se diferencia de ellos porque tiene alma, la forma de categoría
superior que describe en esta frase: “Anima
humana est in confinio spiritualium et corporalium creaturarum”.
Para Santo Tomas el alma es el concepto puro de la perfección, y su diferencia
con los seres inferiores se debe a que su origen se encuentra en Dios, quien en
su bondad infinita la crea para cada caso particular. Esta creación se
caracteriza porque es la sustancia de algo que sale de la nada sin tener un sujeto
preexistente, ya que el único que preexiste es él, la causa eficiente,
un principio que ya existía conceptualmente en la antigua filosofía griega, y
en particular en la de Aristóteles. Eso es lo que le da forma al “ser y
le da nacimiento a la nueva realidad, que al haber sido producto de la
divinidad hace que el hombre muera como compuesto, pero al mismo tiempo que su
alma sobreviva.
Nuestra esencia humana radica fundamentalmente en la unidad sustancial del
alma con la materia, y en ese firmamento místico-filosófico la muerte no es
otra cosa que la separación que se produce de dicha unidad. La respuesta que el
místico le da a uno de los enigmas más complejas del pensamiento, es: saber si seguimos
existiendo después de la muerte.
Al lado de todo ello se encuentran como caracteres complementarios las dos
formas del conocimiento verdadero, el natural, que es el que obtenemos a través
de la razón, o “revelación natural”, propio de la naturaleza humana, y el que
nace de la fe, - “revelación sobrenatural”- solo accesible por medio de la
sagrada escritura y las enseñanzas de los profetas.
SU MUERTE
En
el año 1274, Santo Tomas fue invitado al II Concilio de Lyon, donde se discutiría como punto fundamental, el
retorno de la Iglesia Oriental al catolicismo. Pero en ese encuentro fue
víctima de una extraña enfermedad que le fue empeorando a pesar de los cuidados
y las atenciones que le dispensaron. Consciente de que se
aproximaba su fin pidió ser trasladado a la Abadía de Fossanova, para entonces de la orden cisterciense, dando como
razón para ello esta frase: “Si el Señor quiere visitarme, es mejor que
me encuentre en un convento de religiosos que en una casa de seculares”
Ya al final de su vida, y ante una
propuesta de sus discípulos de que fuese honrado por el Concilio de Lyon con la
distinción de Cardenal, Santo Tomás lo rechaza considerando que lo más
importante para su vida era estar unido a Dios por la virtud de la humildad. La
renuncia al reconocimiento la hizo con estas palabras:
“Mi hijo, no os inquietéis con eso.
Entre otros deseos, pedí a Dios y fui atendido, por lo que le doy muchas
gracias de sacarme de esta vida en el estado de humildad en que me encuentro,
sin que cualquier autoridad me confiera alguna distinción que cambie este
estado. Yo podría progresar aún en ciencia y ser útil a los otros por la
doctrina, más pedí a Dios, según una revelación que me hizo, de imponerme
silencio, poniendo fin a mi enseñanza. Porque Él quiso, como sabéis, revelarme
el secreto de un conocimiento superior. Es por eso que, a mí, indigno, Dios
concedió más que a los otros doctores, que permanecieron más tiempo en esta
vida, para que yo saliese más de prisa que los otros de esta vida mortal, y
entrase, sereno, en la vida eterna. Por eso, consolaos, que muero seguro de
todas estas cosas”
Días después, pidió que le suministraran los
sacramentos, los cuales recibió con gran fervor, reiterando su fe absoluta en
esta despedida:
“Te recibo, precio de la redención de
mi alma, te recibo, viático de mi peregrinación, por cuyo amor estudié, realicé
vigilias, sufrí; te prediqué, enseñé; jamás dije algo contra ti, y, si lo hice,
fue por ignorancia y no insisto en mi error; si enseñé mal respecto a este
sacramento o de otros, lo someto al juzgamiento de la Santa Iglesia Romana, en
obediencia a la cual dejo ahora esta vida”
El 7 de marzo de ese año, después de ser ungido con los santos óleos,
moría un pensador del cual la más importante característica fue la santidad,
pues a pesar de todos los profundos análisis que se derivaron de su pensamiento,
fue el misticismo lo que le dio la importancia que ha tenido hasta ahora en la
historia de la filosofía cristiana, una más de las iglesias que tiene
perfectamente localizados los distintos elementos que conforman la idea de la
muerte y la resurrección, esta última, el símbolo de la trascendencia, o sea el
poder recobrar la vida en todas sus dimensiones.
RENÉ DESCARTES
Nació en Francia en 1596, en Turena. Fue el tercer
hijo de una familia que huía de Rennes atemorizada de la peste bubónica que
azotaba a una Europa que, aunque arrastraba todavía el peso de la censura moral
y religiosa, dejaba atrás a la edad media. Su muerte, rodeada de muchas conjeturas
sobre la verdadera causa, se produjo en Estocolmo, en el año 1650.
Descartes
no solo fue abogado sino filósofo y un destacado matemático, las dos
disciplinas que consideró fundamentales para desarrollar el método deductivo
que había diseñado en la búsqueda de la verdad. La llegada del renacimiento, la
revolución científica y el comienzo de la filosofía moderna le dieron una gran
importancia, en particular por haber sido el fundador del racionalismo. Con el “Discurso
del Método” -su sistema deductivo racional- revolucionó al mundo de la
filosofía, a pesar de que su época se lo cobró con temores y persecuciones en los
mismos tiempos en que fuera condenado Galileo Galilei. Su otro gran aporte fue en el campo de las
matemáticas, siendo el creador de la teoría de las ecuaciones, de la geometría
analítica y del método de los exponentes.
Las inquietudes filosóficas de Descartes, como el mismo
lo escribió, comenzaron a los veintidós años mientras se encontraba en Alemania
sirviendo en las filas del Emperador Maximiliano de Baviera. Fue en esos
días cuando comenzaron sus ideas sobre el principio de la Duda Metódica, el
cual habría de cambiarle su destino.
Presa de esa incontrolable pasión cognoscitiva y una tormenta de
especulaciones ideológicas, decidió abocarse por completo a las ciencias y a
las matemáticas. Por ello dejó el ejército y viajó durante varios años por diferentes
países europeos, estudiando la manera de vivir y de pensar de sus habitantes. Más
tarde regresa a Francia y se radica en París, donde se vinculó a los
científicos más importantes de la época; allí permaneció hasta que decide
mudarse a Holanda, un país más abierto a la libertad de pensamiento y donde habría
de establecerse hasta el año 1649.
SUS TRABAJOS FILOSOFICOS.
La obra de Descartes, totalmente encuadrada en una estructura
matemática, se orientó fundamentalmente a diseñar un sistema de comprensión del
mundo, así como una visión del hombre y el estudio de las ciencias y el cuerpo
humano, temas que se encuentran claramente expuestos en dos de sus obras más
importantes: el “Tratado sobre la luz”
y el “Discurso del método”, presentado
como prólogo tres ensayos que le darían fama en los medios científicos y
filosóficos. Entre sus otros trabajos también fueron de gran importancia, el “Tratado
del Mundo”, “Meditaciones de prima philosophia”, “Principia philosophia” y el “Tratado de las Pasiones del Alma”
LA DUDA METODICA
El método cartesiano para hacer aflorar la verdad se
basa en la incerteza en que vivimos y en la profunda duda que nos acosa cuando
creemos haberla descubierto. Esto le lleva a buscar un punto de partida seguro
y cierto para encontrarla. El proceso comienza con una ruptura total con los
conocimientos adquirido, así como con las creencias del pasado, porque para él carecen
de certeza, incluyendo en esto las opiniones de nuestros semejantes, los
estudios, la memoria y hasta la experiencia que nos han trasmitido los
sentidos.
Esta técnica rigurosa la fundamentó en la duda. “La Duda Metódica” como la llamó, el
único camino confiable de análisis, porque al desechar los elementos
cognoscitivos que hemos recibidos, -todos sujetos al error, incertidumbre o
ignorancia-, solo queda la posibilidad de llegar a la verdad empezando con la
única reflexión que está libre de vacilación: el “cogito ergo sum”,
-o, “pienso, luego existo”-. Porque
se puede dudar de todo menos de la conciencia que tenemos de nuestra
existencia.
Para el logro de esa verdad indiscutible, y a
diferencia de los escépticos, que niegan la posibilidad del conocimiento humano
por la abundancia de contradicciones, errores y matices, Descartes
comienza desarrollando en el “Discurso
del Método”, cuatro preceptos fundamentales, que luego acompaña con
las veintiún reglas para la dirección de la mente, y a los cuales recomienda
como condición para que tengan un buen resultado, “el no dejar de observarlos ni una sola vez”.
Estos son:
1.- “No aceptar cosa alguna como verdadera que no
conociese evidentemente como tal, es decir evitar la precipitación y no admitir
en mis juicios nada más lo que se presente tan clara y distintamente que no
tuvieses ocasión de ponerlo en duda”. Regla de la evidencia.
2.- “Dividir cada una de las dificultades que
examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su
mejor resolución”. Regla del análisis.
3.- “Conducir ordenadamente mis pensamientos,
comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco
a poco en grados hasta el conocimiento de los más complejos…” Regla de la
síntesis, y
4.- “Hacer en todas partes enumeraciones tan completas
y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada”. Regla de la
enumeración.
LAS IDEAS
En la estructura ideológica cartesiana existen tres
tipos de ideas:
“Primero: Las que vienen de fuera. Y al no
venir de los sentidos no sirven de punto de vista. Segundo: Las ideas fácticas,
que se forman de otras ideas: “Tenemos la idea de mujer y la de pez, y si las
juntamos nos sale la idea de sirena”, y Tercero, las ideas especiales, que no
vienen de fuera y no se pueden inventar porque son superiores al ser
pensante. Ellas son innatas, como la idea de infinito, cuya causa tiene que ser
infinita”.
LA MUERTE
Descartes
tampoco se extiende ni profundiza especialmente sobre la naturaleza de la
muerte, pero su concepto sobre el tema podemos inducirlo de su teoría, en
particular al establecer la idea de la separación del ser humano en dos partes:
“la sustancia espiritual, el alma, y la
sustancia extensa o corporal, mientras que la primera no se ve limitada por
leyes anteriores y tiene una capacidad de iniciativa espontánea propia, el
cuerpo humano está sometido a las leyes naturales y mecánicas y no piensa”.
El alma, por lo cual, según él se es lo que se es, no
solo es completamente distinta de nuestro cuerpo, dice, sino que ella puede
existir sin él:
“En el ser vivo se encuentra la glándula
pineal, localizada en medio del cerebro, desde donde controla los humores, los
nervios y hasta la sangre de la máquina corporal. Es quien le da identidad al
sujeto pensante”.
Junto a esas dos sustancias Descartes establece
una tercera sustancia, Dios, la infinita, y este, “Siendo como es, un
ser perfectísimo no puede engañarse ni engañarnos, y su existencia nos
garantiza la posibilidad de un conocimiento verdadero”.
De esas reflexiones, que tienen un fundamento que
deriva de su creencia cristiana y, en coincidencia con otros pensadores del
pasado, es de donde derivar la inmortalidad del ser humano luego de la muerte,
una inmortalidad que no existe para la parte corpórea que se encuentra unida al
alma de forma meramente accidental y condenada a la desaparición, mientras que esta
permanece, y al final regresa a la voluntad omnipotente de su creador.
SPINOZA
Baruch Spinoza, filósofo
neerlandés de origen judío, nace en Ámsterdam en 1.632, y muere en La Haya, en
1.677 víctima de la tuberculosis. Su crítica racionalista de la Biblia, donde
la vuelve una farsa sin quitarle su profundidad como libro no religioso, fue la
causa de que en 1656 fuese expulsado del judaísmo por los rabinos de Ámsterdam,
e incluso de la ciudad.
De ideas racionalistas originales e independientes, Spinoza escribió
varios libros, de los cuales tres aglutinan parte de sus postulados
fundamentales y son ajenos a todas las escuelas filosóficas conocidas: “Breve
tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad”, “De
la reforma del entendimiento”, y hacia 1675 su obra más importante, la “Ética demostrada según el orden geométrico”,
la cual solo fue publicada después de su fallecimiento.
En la noción del mundo de Spinoza se parte de una unidad
indisoluble entre Dios y la naturaleza, lo que llama el “Deus sirve natura” que puede considerarse como el mayor exponente
moderno del panteísmo. En esa línea llevó al extremo los principios del
racionalismo, y solo aceptó una sustancia, la divina, causa de sí misma y de
todas las cosas, la cual es eterna, necesaria e infinita.
Los conceptos de Spinoza sobre la muerte se encuentran desarrollados en
los libros II, III, IV, y V de La Ética, y en estas cuatro obras: “Del
origen y la naturaleza de la mente”, “Del origen y la Naturaleza de los
afectos”, “De la servidumbre humana” y “De la potencia del entendimiento”.
Su primera alusión directa al concepto y su naturaleza aparece en la Ética IV donde la presenta como una trilogía: “La muerte del cuerpo, La
muerte de la mente (como idea de ese cuerpo) y La idea de la muerte” Ellas son tres cosas diferentes, aunque se
refieran a un mismo hecho, al igual que son distintos e irreductibles los
atributos de la sustancia infinita, y lo desarrolla haciendo hincapié en algo
muy importante: ninguna de ellas implica
la muerte del alma, la cual solo puede ser concebida como esencia.
Así describe en su obra a las dos muertes fundamentales:
LA MUERTE DEL CUERPO.
“Entiendo que la muerte del cuerpo
sobreviene cuando sus partes quedan dispuestas de tal manera que alteran la
relación de reposo y movimiento que hay en ellas…,”es decir, que el cuerpo se extingue cuando sus múltiples partes alteran
las relaciones características de movimiento y reposo que le son propias,
deviniendo en otra cosa, o sea, en un cadáver.”
"Duramos porque tenemos un cuerpo y
el cuerpo es de tal naturaleza que se repara permanentemente para seguir
durando" (Ética II,
postulado 4)
Ese cuerpo es el resultado de la
composición dichosa e infinitamente compleja de partes externas, preexistentes
y eternas en una “res” extensa, que
sólo tiende a perseverar tanto en su ser, su extensión y como materia, y es expresado
en esta máxima: “El cuerpo es un autómata vital, hecho para vivir, durar y
ser dichoso”.
LA MUERTE DE LA MENTE
“La mente no puede imaginar nada, ni
acordarse de las cosas pretéritas sino mientras dura el cuerpo.” (Ética V, proposición 21)
En el trasfondo de esta frase se establece que, una vez que ha
finalizado la existencia de ese cuerpo, la mente, como idea de sus afecciones termina
con él, lo cual complementa la tesis de que las ideas de las afecciones corporales,
es decir, las pasiones, cesan absolutamente, pero también cesan las ideas de
esas ideas, como son la memoria, los afectos y se desvanecen todas las formas
de pensar que no impliquen eternidad, al igual que se disipa lo que denominamos
nuestra propia personalidad, nuestro propio “yo. “Sólo hemos sido, y ya nada queda de nosotros”.
Pero hay algo de la mente que persiste y es eterno, por cuanto en Dios
hay una idea de nuestra esencia individual (Ética
V, proposición 22), y esta es la idea de que en él es eterna y persevera en la
esencia infinita a la que le pertenece.
SCHOPENHAUER
Aunque Arturo Schopenhauer, considerado el gran monumento del
pesimismo en la filosofía contemporánea es considerado alemán, nació en Danzig,
Polonia el 22 de febrero de 1782. Es
posible que dos dramas que le llegaron en los primeros años de su vida, el suicidio
de su padre y la conducta frívola y ligera de la madre, influyeran fijando las
bases lo que más tarde sería su pensamiento. Una herida de la cual algún
tratadista dijo:” reaccionó al optimismo de ella con el pesimismo de aquel”. Fallece a causa de un paro
cardiorrespiratorio el 21 de septiembre de 1860 en Fráncfort del Meno, parte
del Reino de Prusia para entonces. Allí vivía retirado evitando la epidemia de
cólera que azotaba a Europa en esos tiempos, la cual había matado a Hegel,
su gran rival durante los años en que ambos eran profesores en la Universidad
de Berlín y, la cual constituyó una tragedia que cambió buena aparte de los
hábitos de vida del país.
Filósofo nato, profundo y de una obra extensa y trágica, desarrolló lo
esencial de su inclinación filosófica en “El Mundo como Voluntad y Representación”, libro escrito en un lenguaje
fuerte, claro y de una especial profundidad. En él hace sus críticas a la
filosofía kantiana, que dominaban el espectro filosófico de la época, igualmente
desarrolla su teoría del conocimiento y da su concepción del mundo, donde trata
a la vida como un sufrimiento, un deseo continuo y siempre insatisfecho, que
cuando intentamos mitigar nos lleva al vacío y al aburrimiento. Ese oscilar
entre el dolor y el tedio es el que lleva a la negación consciente de la
voluntad de vivir y el fundamento de su apología de la muerte. Igualmente, por
primera vez se integran en la historia del pensamiento occidental los valores y
la mística espiritual de las vedas, del hinduismo y el brahmanismo, a los
cuales transforma en un conjunto de ideas conectadas a su filosofía a pesar de
las profundas diferencias y contradicciones. Su pensamiento lógico y estético,
influenciado en parte por Kant, Descartes y Jean Jacques Rousseau, habría de
trasmitirse a su vez en varias de las tesis fundamentales de Nietzsche, Freud y
Wittgenstein.
El precepto filosófico de Schopenhauer sobre la muerte es claro y
contundente: “morir es el momento de la liberación, la restitución al estado
primitivo de un ser desamparado, lo cual explica esa expresión de paz y
de sosiego que aparece dibujada en el rostro de la mayor parte de los muertos”.
Curiosamente, su propuesta de huir del mundo regresándonos a la nada, no
aprueba el suicidio como en otros filósofos de la muerte, ya que no lo
considera como una renuncia a la vida en sí misma, sino la quiebra existencial
de aquel a quien le ha tocado vivir en condiciones dolorosas e insoportables.
En su lugar, propone tres vías más acertadas según el grado de aniquilación de
la Voluntad, la cual está implícita en cada una de ellas:
• La contemplación de la obra de arte como un acto desinteresado, -que es
el fundamento de su estética-.
• La práctica de la compasión, la piedra angular de su ética, y
• La auto negación del “yo” mediante una vida ascética, asimilable al
brahmanismo.
En su análisis sobre el fin de la función vital –algo terrible para el
común de los humanos-, la muerte pasa a ser la salvadora, la gran ocasión que
tenemos para no seguir siendo aquel “yo”
hundido en la desgracia y de la que debemos estar agradecidos.
Ese canto a la desdicha lleva estrofas que le hacen más sonoro:
“Durante la vida se está sin libertad, y nuestra conducta siempre es atrapada
por una característica inmutable que le es propia: encontrase atada a la cadena
de los motivos y regida por la necesidad y el descontento”. Un credo que complementa
con una metáfora del mismo tono: “Si por la inmutabilidad de su esencia la
existencia llegara a prolongarse infinitamente, la naturaleza humana no dejaría
nunca de comportarse de la misma forma”.
De allí se deriva la necesidad de dejar de ser lo que se es para salir
del germen trágico que nos posee, escaparse bajo una forma nueva y diferente, lo
cual es algo que solo se logra con la muerte.
Ese instante de desintegración de lo vital lo describe como: “un cambio constante de materia, bajo la
permanencia invariable de la forma, lo cual se expresa en la caducidad de los
individuos y la estabilidad de la especie”
En diferentes oraciones, pero integrados en la misma esencia trágica, Schopenhauer
nos lleva a la renuncia del deleite y al regocijo con estos logaritmos filosóficos:
° “No tengas miedo a la muerte, ya
que esta llega cuando no existimos y, por lo tanto, cuando no hay dolor”.
° “El placer es el causante de todos los males y los dolores del hombre,
precisamente porque es su enorme receptor. Al desear se sufre de dos maneras:
por no obtener lo que desea o, por obtenerlo y volver a desear de nuevo al
haber satisfecho lo anterior”.
° "La muerte del hombre de
bien es dulce y tranquila", dice, "con ella, la existencia que conocemos se va sin pesar y es sustituida
por la nada. Nacimos para morir y al haberlo logrado, a su vez se nos dio la
oportunidad de comprender que ella es el único motor de la reflexión
filosófica, la que lleva a comprender el misterio de la vida: la gran paradoja
de la naturaleza". Algo que para él no es otra cosa que “una
navegación entre el dolor y el tedio, entre el deseo y su cumplimiento efímero,
entre el hambre y el eros insatisfecho. Una ilusión que acaba en desilusión, un
engaño que acaba en desengaño, una admiración que acaba en decepción. En la
primera mitad de la vida nos preocupa una felicidad huidiza, en la segunda
mitad de la vida nos preocupa una felicidad huida”.
Esa imagen del ser en la cual queda claramente sentenciada la
irrelevancia y fugacidad existencial, la complementa diciendo:
“Morimos como individuos, aunque sobrevivamos como especie, y es solo
la naturaleza la que permite que prosiga el ciclo, es ella quien nos mata y nos
da la vida, un sueño del que se despierta y del que solo nos salvamos cuando nos
llega el momento de la muerte”.
Para concluir la síntesis trágica tomamos estos tres juicios de dos de sus
obras más significativas, “Los Dolores del Mundo” y “El
Amor, las Mujeres y La Muerte”, donde sostiene que el sufrimiento y
el dolor nos salvan del apego a la vida y la muerte tiene el valor de una heroína
salvadora, y lo hace estas palabras impactantes:
“La muerte es
el genio inspirador de la filosofía. Sin ella difícilmente se hubiera
filosofado algo. Nacimiento y muerte pertenecen por igual a la vida, se
contrapesan, forman los dos polos extremos de todas las manifestaciones de la
vida.”
“La vida debe
considerarse un préstamo recibido de la muerte, y el sueño es el interés diario
de ese préstamo”.
“El animal
conoce la muerte tan sólo cuando muere; el hombre se aproxima a su muerte con
plena conciencia de ella en cada hora de su vida”
Con ellas, el máximo representante alemán del ateísmo
y el pesimismo filosófico del siglo XIX, dejó la marca indeleble de lo que es
la desilusión extrema.
HEGEL
Georg Wilhelm Friedrich Hegel, uno de los filósofos idealistas más importantes de la historia, muere
en Berlín el 14 de noviembre de 1831 víctima de una epidemia de cólera. Un día
de luto para la dialéctica, no como retórica, sino como una teoría del
conocimiento que desarrolló de manera magistral, y según la cual, una
determinada afirmación, denominada tesis, se enfrenta y muestra las
contradicciones de otra, llamada antítesis, y de cuyo enfrentamiento
surge la síntesis, una salida o comprensión nueva del problema, que se
convertirá en la tesis de otra oposición y así sucesivamente. Había nacido en Stuttgart en el año 1770.
Profesor de filosofía privado y en varias universidades, su obra filosófica
representa el punto culminante del idealismo alemán, en especial por haber superado
el dominio kantiano del pensamiento. Su
idealismo, el absoluto, constituye una revolución filosófica fundamental, la cual
fue tomada por Engels y Marx, para trastocarla en el llamado Materialismo
Dialectico, y usarla como fundamento y método de una de las teorías
sociales más dañinas de la historia: el comunismo.
De obra extensa, Hegel publicó entre otras, "El Espíritu del Cristianismo
y su destino", "Ciencia de la lógica", la "Filosofía de la
Historia", "La Enciclopedia de las ciencias filosóficas" y la
"Filosofía del derecho", pero entre todas, sin duda que de las
más importantes es la "Fenomenología
del espíritu". En conjunto, ella puede ser considerada como un nivel superior de la tradición occidental que
existía para esos tiempos, ya que en ella confluyen todas las filosofías del
pasado, basándose en la relación que existe entre dos conceptos fundamentales: la Naturaleza y el Espíritu, a los cuales orientó hacia la búsqueda de una teoría
unitaria que pudiera explicar la realidad del mundo, y donde la terna Espíritu-sustancia-razón,
como se ha dicho, evoluciona a través de un proceso de afirmaciones que
implican una negación: las síntesis superadoras donde cada elemento de la
realidad es un momento del desarrollo del todo. Esa filosofía compleja -que aquí no se pretende
sintetizar- está inspirada en un conjunto de teorías, entre las cuales se
encuentran el pensamiento de la Revolución Francesa y el de filósofos
anteriores, en especial Platón, y Aristóteles, Descartes, Kant y Rousseau.
Entre los variados temas que desarrolló, destaca la lucha contra la
falta de libertad y la razón, que a su juicio era la situación histórica y
social en la que vivía Alemania después la guerra de los treinta años,
un país atrasado política y económicamente, carente de justicia y fundado sobre
el despotismo, algo que exigía una revisión profunda para desmantelar la execrable
estructura social y política en que había caído. Sin embargo, luego del
descalabro de los valores de la Revolución Francesa y la llegada de Napoleón al
poder, cambió de opinión. Temeroso de que los ideales para lograr es sociedad
justa terminarán destruidos por gobernantes déspotas que, al final
implementarían de nuevo los imperios y tiranías del pasado, tomó una actitud
más realista en la política y sobre el cristianismo.
Hay dos puntos cruciales para la comprensión del pensamiento hegeliano,
uno fue la Fenomenología, -el desarrollo de su lógica-, tema que trató
en los días de su juventud, la otra de las piezas complementaria fue su
creación de la Filosofía de la Historia. A esta le da la coherencia que
nunca antes se le había dado, sintetizando con extrema claridad las maneras de
tratar el proceso y la memoria de los acontecimientos ocurridos en los pueblos atreves
del tiempo.
Así, nos da las tres formas posibles de tratar la historia universal
filosófica:
A)” La simple historia. En ella,
se traslada a una representación mental algo que ha sucedido en el pasado, y los
hechos externos pasan al interior del observador”.
Aquí se excluyen las ficciones históricas y las historias trasmitidas
por tradición por ser confusas y no son constituir la historia real de los
pueblos. Su característica es que transforman los hechos y situaciones de su
tiempo en un producto conceptual, que no incluye reflexiones y no vive en el
espíritu del asunto.
B) “La historia reflexionada. Es la historia que está más allá del
presente, no en relación al tiempo sino con el espíritu. Se distinguen como
especies, así:
1) La historia general. Lo principal es la elaboración del elemento
histórico que es abordado por el historiador mediante su propio espíritu. Son
importantes los principios del autor. Se interpreta una historia que se
proponga abarcar largos periodos o toda la historia universal. Debe renunciar
la exposición de detalles y sintetizar, no solo en el sentido de que se
descarten sucesos y hechos, sino en el modo de expresar una idea.
2) La historia pragmática. Los sucesos son dispares, pero por lo general
es uno. Esto elimina el pasado y hace actual el acontecimiento. Las reflexiones
pragmáticas en tanto son abstractas son también lo actual y vivifican los
relatos del pasado para el tiempo presente.
Se puede mencionar al modo en que las reflexiones incluyen lo moral. Sin
embargo, los pueblos y los gobiernos jamás aprendieron algo de la historia y
actuaron según las lecciones de ella. Es
únicamente la profunda, libre y amplia intuición de las situaciones y el hondo
sentido de la Idea lo que puede conferir verdad e interés a las reflexiones.
Una especie de historia reflexiva desplaza la otra; los materiales están a
disposición de todo escritor y cada cual puede tenerse por capaz de ordenarlos
y trabajarlos e imponer su propio espíritu en ellos como si fuera el de la época.
En la mayoría de los casos no ofrecen más que material. Los alemanes
acuerdan con esto, pero los franceses se configuran en una actualidad y
refieren el pasado a la situación actual.
3) La historia critica. Representa la forma en que, en aquella época, se
hace la historia. Es una historia de la historia, un juicio sobre las
narraciones históricas y un examen de su verdad y autenticidad. Lo importante
no reside en los hechos, sino en la agudeza del escritor que depura las narraciones.
Escribieron sus juicios en forma de tratados críticos.
4) La historia por conceptos. Es la que se ofrece como algo tan solo
parcial. Es abstractiva, constituye un paso hacia la historia universal filosófica
porque toma aspectos generales. Tales ramas guardan una relación con el todo de
una historia de un pueblo, y solo es cuestión de si se destaca la coherencia
del todo o interesan más bien las circunstancias externas.
Los aspectos son verídicos, representan un orden exterior y la misma
alma interna que conduce los acontecimientos y hechos. Es la Idea el conductor
de los pueblos y del mundo; y el espíritu, su voluntad racional y necesaria, es
quien dirige y ha dirigido los sucesos mundiales.
y C) “La historia filosófica”.
La filosofía de la historia es la consideración pensante de la misma: el
pensar no podemos omitirlo. Es por el que nos diferenciamos del animal, y en la
sensación, en el conocimiento y la comprensión, en los instintos y en la
voluntad. En la historia el pensamiento queda subordinado a lo dado y a lo
existente, mientras que a la filosofía le son atribuidos pensamientos propios que
la especulación crea de sí misma, sin mirar a lo que existe. Mientras la
historia tiene que ensartar únicamente lo que es y ha sido, los sucesos y
acciones, y es más verdadera cuando más se acerca a lo dado, la filosofía
parece contradecir este hecho.”
SU OPINIÓN SOBRE LA MUERTE
En él la muerte fue un tema repetitivo, que para comprenderlo podrían ser
suficientes estas cinco notas extraídas de la “Fenomenología del Espíritu”:
* “El hombre
es la muerte que vive en una vida humana. Estamos presente en el seno de la
Naturaleza como una noche en la luz, como una fantasmagoría donde no hay nada
que se forme sino para deshacerse, nada que aparezca sino para desaparecer”.
* “Diferimos
de la Nada sólo por un cierto tiempo. El hombre, como un ser espiritual, es
necesariamente temporal y finito; es decir, sólo la muerte asegura la
existencia de ese ser espiritual. Si el hombre no muriese, si la muerte no
fuera una fuente de angustia, no existiría la libertad; es más, no existiría el
hombre”.
* “Sólo la
historia tiene el poder de acabarlo todo en el desarrollo del tiempo; más allá
del tiempo no hay nada, es en la historia donde se desarrolla la totalidad del
ser”.
* “La
posición del hombre al ser separado de la naturaleza, como "Yo” puro –
individual – lo condena a desaparecer. El animal, no negando nada, perdido, sin
oponerse a ser insertado en la animalidad global – a la naturaleza – no
desaparece verdaderamente. Solo cuando un ser concreto se separa del grupo,
cuando se configura como realidad libre e individual surge la muerte, pues es
cuando adquiere consciencia de su desaparición futura”.
* “El hombre,
o bien renuncia a mirar a la muerte, la pone entre paréntesis, la olvida, como
se termina por olvidar al sol, o bien, por el contrario, la mira con esa mirada
fija, hipnótica, que se pierde en el estupor y de la que nacen los milagros.”
HEIDEGGER
Para decirlo con los términos de su propia teoría, Martin Heidegger,
figura clave del existencialismo moderno, empezó a transitar su inevitable
proceso hacia la muerte en la ciudad de Messkirch, Baden-Wurtemberg, Alemania,
el 26 de septiembre de 1889. Su desaparición total como miembro del grupo de
los “Eigentlichkeit" (aquellos
que aceptan que van a morir) se produjo en Friburgo de Brisgovia, en el mismo
estado de Baden-Wurtemberg el 26 de mayo de 1976.
Filósofo existencialista de obra extensa y compleja, fue profesor universitario,
pero trabajó en áreas tan diversas como la teología, la literatura, los temas sociales
y políticos, la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño,
el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia. Un cromatismo ideológico que
ha dejado huellas bien marcadas en la historia del pensamiento. Hasta el punto
de que hoy se le considere uno de los pensadores más influyentes de la
filosofía contemporánea.
Discípulo de Heinrich Rickert, destacado
exponente del neokantismo, también fue asistente de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología. Heidegger comienza su actividad
docente en Friburgo como profesor de filosofía pasando luego a ser rector
universitario; una circunstancia que le llevó a ser criticado de nazi en el año
1933 por haber dado el discurso de bienvenida a Hitler en su visita a la
universidad. Aunque trató de desvincularse de ese lamentable hecho, su
actividad filosófica y docente al servicio del partido nazi era clara, al igual
que lo fue su afiliación al partido y la disposición que tuvo para colaborar en
las reformas para implementar el “Führerprinzip”
en dicho instituto. En su defensa siempre alegó el haber prohibido los
carteles antisemitas que los nazis intentaron colocar en la universidad, y haber
abandonado el partido en 1943 después de empezar a descubrir sus
monstruosidades.
Su doctrina, ajena a la política, se enfrenta decididamente a la
metafísica, y se dedica con fervor a destruir las estructuras del pensamiento
que desde la época de la antigua Grecia dominaba la cultura filosófica
occidental. En su estilo innovador, complicado y extremadamente oscuro -para
colmo de difícil traducción del alemán- Heidegger se orientó a “abrir-mundos” como decía, y lo hace
desde una obra capital: “Ser
y Tiempo”, donde están estampadas sus ideas esenciales sobre un variado mundo de
problemas ontológicos y semióticos.
El análisis que hace en su libro “Sendas Perdidas” sobre dos frases
famosas, por un lado, la Sentencia de
Anaximandro, - que se considera el apotegma más antiguo del pensamiento de
occidente- la cual dice: “Aquello de
donde las cosas tienen el nacer, a ello va también su perecer, según la
necesidad; administrándose, pues, unas a otras, castigo y reparación por su
iniquidad, según el tiempo fijado”, y por el otro, sobre la famosa frase de
Nietzsche: “Dios ha Muerto”, constituyen una lección extraordinaria de lo que
es el examen interpretativo y el uso de una metodología.
En el análisis y la teoría heideggeriana el hombre es un ente abierto al
ser, pues sólo a él «le va» su propio ser, es decir, la
relación de copertenencia con el «ser-ahí»
(Dasein), que es todo lo que existe
en el mundo, y lo cual define como: “ser-en-el-mundo”
o “estar-en-el-mundo”, una ordenación
que constituye la parte analítica existencial de su ontología y el eje de su
enfrentamiento con las filosofías del pasado.
LA MUERTE EN SU PENSAMIENTO.
Heidegger empieza explicando el
sentido de la muerte considerado al hombre como un “ser para la muerte”. Partiendo de esa idea de pertenencia, establece
que todos estamos destinados a morir por ser seres “para” ella, dependiendo
siempre de la actitud que tenga la persona frente al momento final de su
existencia.
Tomando como base ese juicio encadenante y, la manera cómo se perciba el
hecho de la muerte, existen dos tipos de individuos: los “Dasman”, a los que él llama los inauténticos, “seres
impersonales que se creen ajenos a la muerte”, y los “Eigentlichkeit”, que son los que aceptan que son “seres para
morir”. Al hombre "Dasman" lo caracteriza creer que él
no muere, sino que muere otro. En su mente no existe la idea de que su vida se
va a acabar en cualquier instante, - “es
otro, el que muere, no yo” - y por eso comete imprudencias mortales, sin
pensar que en algún momento será él quien dejará la vida: “En su enfoque no
hay un propósito de ser auténtico ante el fin de su existencia, solo siente
curiosidad por ella, pero le es ajena”.
La otra manera de ver el fin de la existencia es la de los “Eigentlichkeit”, que aceptándose como “seres
para la muerte” saben que en cualquier momento y de manera inevitable esta
les llegará.
Lo que los diferencia del primer grupo es que “tienen el propósito de la
autenticidad y aceptan las posibilidades circunstanciales de que llegue”, lo
cual no solo evita que sean seres depresivos, sino al contrario, les lleva a
ser individuos que disfrutan de la vida íntegramente ya que están conscientes de
que en cualquier instante esta se terminará.
En esa doctrina necrológica, se establece que tan pronto como el hombre
nace ya es lo suficientemente viejo para morir. De allí que no es un fenómeno
que debe ser visto como un hecho vivido externo, sino como algo que es intrínseco
a la vida, y asumirlo conlleva a que se deba vivir de una manera diferente: “La finitud no significa sólo que la vida
tenga un final sino una reflexión que antepone la voluntad a luchar contra la
nada.”
Estas dos frases perfeccionan el sentido de su concepción:
· “Antes de mi muerte existe la
muerte del otro, la imagen de la muerte y la muerte como imagen, lo que hace
que ‘mi’ muerte, que anticipo y preveo, sea precisamente visión, es decir
imagen y representación.” y
· “La muerte en su más amplio
sentido es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de
ser a la que es inherente un ‘ser-en-el-mundo”.
SOREN KIERKEGAARD
"La vida no es un problema a ser resuelto sino una realidad que
debe ser experimentada"
Cuando penetró en los
laberintos del pensamiento sistemático, la inquietud de Soren Kierkegaard
le llevó a tener un privilegio muy especial: ser el iniciador del
existencialismo, esa corriente de la filosofía moderna que, apoyándose en los
postulados de varias escuelas de su época, señaló que los peligros e
incertidumbres de la vida solo son los de una persona, e incluyen la realidad
que le rodea y el lugar en donde se desarrolla. En otras palabras, la filosofía
perdió el carácter de disciplina universal objetiva o contemplativa y asumió el
carácter de un reto existencial para la figura del “yo”.
Nació en Copenhague en
el año de 1813 y falleció de tuberculosis el 11 de noviembre de
1.855, en la misma ciudad natal de la cual apenas salió cinco veces, la más
duradera a Berlín, donde vivió algún tiempo y fue el lugar donde terminó varias
de sus obras más importantes. Filósofo,
teólogo, crítico literario, humorista, psicólogo y poeta, desarrolló una
doctrina marcada por el tono religioso, en la cual destaca el carácter
inseguro, impreciso y trágico de nuestra existencia, la cual está llena de
ansiedad, pecado y desesperanza, y cuyo único bálsamo es la fe, pero con una
característica: debe ser una fe activa y no pasiva.
En esa tarea creadora del pensamiento existencialista
el danés no estuvo solo, ya que en buena parte y en sus respectivos momentos
históricos, le acompañaron Pascal, Nietzsche, Heidegger, y escritores
como Dostoievski y Kafka, quienes al igual que él, al destacar el
sentido problemático de nuestra existencia, subrayaron la importancia de la
búsqueda de un camino tranquilizador.
Su obra fue extensa y la desarrolló en más de
treinta libros, tanto de crítica, como novelas, folletos, discursos y diarios
escritos, que publicó bajo diez y siete seudónimos, y buena parte con textos
intencionalmente complejos para forzar al lector a encontrar el significado de
sus teorías, todo en un claro tono cristiano protestante, aunque durante los
últimos años de su vida arremetió abiertamente contra la iglesia danesa
acusándola de aprovechar el modernismo prevaleciente para confundir la fe
religiosa con la de razón.
De las obras más destacadas resaltan: “Temor y Temblor”, “Diario de un Seductor”,
“El Concepto de la Angustia”, “La Enfermedad mortal”, “Migajas Filosóficas” y
“Etapas del camino de la vida”.
En ellos, la temática filosófica se sostiene sobre cuatro
pilares: la
existencia, la libertad, la ansiedad -que se transfigura en angustia y a la que
llama “miedo poco definido”-, sufrimiento o desesperación-, y finalmente
la fe.
En el desarrollo del
concepto de existencia, Kierkegaard acentúa la importancia de la
relación del individuo consigo mismo, lo que además considera como la única
manera que se tiene para poder hacerlo con lo absoluto: Dios. Y señala
que en esa búsqueda es mejor “tener una verdad”,
una verdad propia y lograda, en lugar de “estar
en una verdad”, que es aquella que nos ha sido impuesta.
A la primera solo se le
llega con la libertad, que es la capacidad de decidir que tenemos cada
uno de nosotros, incluso para lo terrorífico e incontrolable, y la causa de que
se caiga en el pecado y estallen las fuerzas ocultas de la angustia. Sus
palabras complementan la tesis de este modo: “Esa angustia existencial no es la angustia en general, sino “mi”
angustia, y la angustia de la muerte no proviene de la muerte en general, sino
de “mi” muerte”.
Para el filósofo danés,
el sufrimiento y la sensación de ansiedad y desesperanza que se apodera de cada
espíritu ante la experiencia del vació, de la nada y la eternidad, solo tiene
una cura: la fe en Dios. Una fe, que como se ha dicho, no tiene ningún valor si
es una fe pasiva, es decir, impuesta por la iglesia o por la Biblia, y que
para que pueda salvarnos debe ser buscada y encontrada solo por nosotros mismos
después de habernos sumergido en las profundidades de la duda.
LA MUERTE EN KIERKEGAARD.
Para él no fue un tema
primario ni le dedicó una obra específica, solo nos la presenta en trozos
insertados y como otra muestra de la incertidumbre, considerándola como un ente
absurdo del que no estamos en capacidad de comprender su esencia. Esa idea la
hizo aflorar en varios de sus libros como elemento cardinal en el camino hacia
Dios.
Curiosamente, sus más
amplias referencias sobre la muerte las publica y las lee en un cementerio
durante un sepelio, pretendiendo que sus seguidores captasen el trágico sentido
de algo final e inexplicable.
Con estos textos
comienza la demarcación del tema:
° “…no se trata de definir a la muerte, ni mucho menos
intentar explicarla. Si se toma como punto de partida un acontecimiento
mortuorio, este irá más allá del estado anímico que genera. Quien piensa en la
muerte, debe hacerlo sobre la muerte propia –puesto que pensar en ella siempre
será pensar en “mi” muerte”.
° “Si la muerte habrá de venir por cada uno de
nosotros de un modo incomprensible, nos quedará a nosotros intentar
comprendernos, tornarnos vigilantes…nos queda morir en beligerancia, no
obstante, la muerte, así como quita, da. Si bien es cierto que nos quita el
tiempo futuro, igualmente es cierto que también es capaz de otorgarle un
inconmensurable valor a cada una de las horas de esa vida que llegan a su
término”
Entre los signos de Kierkegaard
para describir el fenómeno mortuorio está en la perplejidad que nos produce, y
que tiene un punto de comienzo singular para cada caso. Es esa vacilación la
que imposibilita la comprensión total, aunque sea algo que no necesita
explicación ya que somos nosotros quienes lo requerimos. Ella simplemente
llega. En otros textos, le
asigna la “función” de un maestro y pone a las personas en la posición
de “estudiantes”:
“La
muerte, como maestro, nos vigila, supervisa y observa si el enfoque del
“alumno” a la vida y también al “maestro” es responsable, cuidadoso y sereno,
invitando a una postura seria y responsable, lejos de las distracciones y las
disertaciones innecesarias” … “el
severo maestro que escucha en silencio las explicaciones del discípulo, que,
ante ese mismo silencio, termina volviéndose hacia sí mismo tratando de
entenderla. De allí que cosas tan disímiles como el anhelo, la prisa, la
preocupación, la atareada búsqueda o el mero silencio pueden llegar a ser
también “bellas y legítimas explicaciones de la muerte”. Una idea enriquecida al establecer que, cuando
el hombre busca aprender algo acerca de ella, también está descubriendo su propia
e inexorable finitud, y cuando ella llegue dirá: “esta noche para siempre terminaron mis hazañas” …” …el que es serio y
se observa a sí mismo, sabe por tanto que, cómo indefectiblemente llegará a ser
su presa, en el momento en que se haga presente sabrá también cuál es la obra
que se interrumpirá con su llegada”.
El mismo tema también
es mencionado en otros pasajes aislados de su inexistente libro mortuorio. De ellos
destacamos:
° “¡Qué vida tan vacía y sin sentido! Muere un hombre, organizamos su
funeral, le acompañamos en su último viaje y le echamos tres paladas de tierra
encima. Llegamos y salimos del cementerio montados en un carro y nos sirve de
consuelo que aún nos queda una larga vida por delante. ¿Cuánto tiempo dura
realmente, siete o diez años? ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo acerca de este
tema de una vez por todas?; ¿Por qué no quedarnos directamente en el
cementerio, bajar a la tumba y sortear al pobre que como el último
superviviente, se ocupe de echar tres paladas de tierra encima del último
difunto?"
° “... A toda costa intentamos evitar pensar en
la muerte; no queremos sentirnos perturbados por ella - y el cristianismo
quiere acercarnos a ella lo más cerca posible”.
° “A un muerto hay que tratarlo como se trata a
un dormido, a quien uno no se atreve a despertar, porque se abriga la esperanza
de que algún día despierte por sí mismo”.
° “Cuando estoy aquí, la muerte no está, y cuando está la
muerte, entonces no estoy yo”
Este última, expuesta
en uno de sus diarios, muy bajo la influencia de Epicuro.
NIETZSCHE
El 25 de agosto de 1900,
muere en Weimar, Alemania, Federico Nietzsche. Faltaban pocas semanas para que cumpliera los
56 años y su fin llegó después de una larga enfermedad que lentamente se había
transfigurado de insoportables dolores de cabeza a la locura total con aniquilación
de su conciencia. Un vacío mental qué le duró cerca de once años.
Filólogo, poeta de la
idea, músico disonante y experto como pocos en la cultura de la Grecia antigua,
su pensamiento ha sido tomado y amoldado al servicio de escuelas políticas
izquierdistas, del existencialismo, el deconstruccionismo, el fascismo
anárquico, el feminismo, el relativismo y el nihilismo moral. Est circunstancia le llevó a ser uno de los
filósofos con mayor cantidad de admiradores desconocedores de su obra. Muchos
de ellos por la interpretación errada o incompleta de su pensamiento, básicamente
porque muchas de las opiniones y los símbolos que diseñó provienen de la segunda
y la tercera parte del Nachlass, -el
material que nunca fue publicado-, así como de sentencias, aforismos y
borradores extraviados; e igualmente por la lectura incompleta de una filosofía
amontonada en millares de notas, correspondencia y pensamientos revueltos, muchas
veces contradictorios o que él mismo había rechazado.
Como filósofo dejó una
huella profunda y una obra extensa, la cual para tratar de comprender requiere penetrar
en los textos de cuatro títulos a los que hay que reconocer que son de lectura
apasionante: “Así habló Zaratustra”, “Más allá del bien y del mal”, “El
crepúsculo de los ídolos” y “Ecce homo”. No así los aforismos, que son
detonaciones certeras, pero como todos los proverbios equivalen a disparos en
la noche.
En Nietzsche la idea de
la muerte no tuvo el toque trágico que encontramos en otros pensadores, más
bien fue de un claro enfrentamiento a ella y la búsqueda de una vía para su
dominación. No le rindió culto porque por el contrario se lo dio a la vida. El
tono de drama final que caracteriza nuestra desaparición del mundo se diluye en
la idea del eterno retorno, ese regresar perpetuo que da la esperanza y la
alegría de una vida eterna y constituye la columna vertebral de su pensamiento.
Hoy sus restos
descansan en el cementerio de Röcken, la ciudad al este de Alemania en donde
nació. Sin duda que nunca fueron al cielo, porque se orientó con gran ahínco a
promulgar la muerte de Dios, la misma tesis que tiempo atrás había desarrollado
Hegel. Una ausencia de divinidad cristiana que es sustituida por esperanza, y
donde la muerte tiene el valor de ser un renacer: “La vida es eterna;
nosotros no”.
En esa imagen del mundo
no hay sustancia que perezca sino una brevedad existencial que parte de la nada
para volver a ella, para regresar y volver a desparecer en un eterno regreso
que borra toda oposición entre el pasado y el futuro. Un pensamiento que no es
simple sino se pierde entre las sombras y los laberintos, y al igual que es luz,
se vuelve confuso en su batalla permanente para demoler a la metafísica
occidental.
Para ganar en esa batalla,
el funeral de Dios fortalece la idea del tiempo como la verdadera
dimensión de todo ser, y frente al idealismo busca restablece la conexión
fundamental entre el ser y el tiempo, regresando al cuerpo su condición de ser lo
único real y al cual solo le está permitido fortificar la idea de que la vida y
la muerte se enriquecen mutuamente.
En su ditirambo filosófico
suenan estos cantos:
° “…el
hombre superior –el Superhombre- crea
sus propios valores y no lo necesita, estorba cuando se vive en la forma que
para él era la más elevada de la existencia humana, la que pone fin a los
valores absolutos”
° “Morir
con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida
libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y
testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista
todavía aquél, que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y querido,
una suma de la vida —todo ello en antítesis a la lamentable y horrible comedia
que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte—. No se le debe olvidar
jamás al cristianismo que ha abusado de la debilidad del moribundo para
estuprar su conciencia, y de la manera misma de morir para dictar juicios de
valor sobre el hombre y su pasado.”
° “El
arte es asimismo el poder único para salvar al individuo del dominio de la
muerte. El arte es el remedio único contra la experiencia individual de la
muerte.”
° “No
vivamos contemplativamente esperando bienaventuranzas, bendiciones y gracias
lejanas y desconocidas, sino de modo tal que una vez más quisiéramos vivir, ¡y
así eternamente! Nuestra tarea se nos presenta a cada instante.”
Una extensa sinfonía del pensamiento en la que
siempre se escuchará el canto de su Zaratustra, “el que después de dejar a
su patria y los lagos de su patria, bajó de la montaña para predicar al
Superhombre y la muerte de Dios.”
SARTRE
Jean-Paul Charles Aymard Sartre, una de las figuras más importantes del existencialismo nació en Paris
el 21 de junio de 1905 y murió en la misma ciudad en abril del año 1980. La
causa fue un edema pulmonar complicado con crisis cardiaca, aunque que ya en los
últimos años de su vida fueron aumentando sus dificultades, se encontraba casi
ciego y un deterioro general de sus condiciones vitales se había venido
agravado por la pobreza. Su
fallecimiento produjo una conmoción general en toda Francia, que, con él perdía
a uno de los iconos más controversiales y esplendorosos de su intelectualidad durante
el siglo XX.
Filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo,
crítico literario y exponente del marxismo humanista, su obra tuvo un peso
importante en el pensamiento filosófico contemporáneo. Seleccionado al Premio
Nobel de Literatura en 1964, rechazó el honor manifestando su desacuerdo con
todo reconocimiento o distinción que fuera otorgado por las instituciones
establecidas.
Miembro activo del Partido Comunista Francés, sus pensamientos revolucionarios
le volvieron una guía para los intelectuales de los años sesenta que estaban comprometidos
en la lucha contra los problemas sociales de la época.
Su obra escrita fue muy extensa, y en ella destacan, en las novelas: "La
náusea" ( 1938) "El muro" ( 1939), "Los caminos de la
libertad" (1945–1949), Entre las
Filosóficas: "La imaginación" (1936) "La trascendencia del ego"
(1938) "Bosquejo de una teoría de las emociones" (1939) "Lo
imaginario", "Psicología fenomenológica de la imaginación"
(1940) "El ser y la nada" (1943) “El existencialismo es un humanismo”
(1945 y 1949) "Crítica de la razón dialéctica" (1960).
Igual destacan en su voluminosa actividad creativa obras teatrales,
ensayos, críticas literarias y guiones para cine.
Los principales lineamientos de su filosofía se encuentran en "El
ser y la nada" (1943) y en "El existencialismo es un humanismo"
(1946), dos obras de marcado
corte existencialista, en los que Sartre consideró que el ser humano estaba
destinado a la libertad y al ejercicio pleno de su vida, y a pesar de que admitió
que para ello existen algunas limitaciones, se opuso radicalmente a todos los
determinismos, concibiendo la existencia humana como una “existencia
consciente”, en un enfoque que diferencia al “ser del hombre”
del “ser de la cosa” porque es consciente.
Los estudiosos de su filosofía la dividen en tres períodos: el primero, la
época en la que se identificó con la fenomenología de Husserl, la segunda, la del ateísmo, ya plenamente identificado con
los presupuestos del existencialismo y las reflexiones de Heidegger sobre la ontología de la existencia, y la tercera, la
época en que sintetiza al existencialismo con una visión crítica y la cual ya está
completamente alejada de las ortodoxias marxista.
SINTESIS DE LA IDEA SARTRIANA DE LA MUERTE:
“La muerte es
la continuación de mi vida sin mí”, dijo. “Ella es ruptura, quiebra, límite, caída en
el vacío. Lejos de dar un sentido a la vida, le quita toda significación, y
despoja al hombre de su libertad, anulado todas sus posibilidades de
realización ya que ella es aniquilación”. En “El ser y la Nada”
fortalece dicha tesis, diciendo:
“El hombre es una pasión inútil,
pues parte del ansia de ser absoluto e infinito, pero es incompleto y finito;
pretende y desea la eternidad, pero está condenado a la fugacidad; quisiera ser
Dios y es sólo hombre. Lo que es necesario tener en cuenta en primer lugar es
el carácter absurdo de la muerte. En este sentido, toda tentación de
considerarlo como un acorde de resolución al término de una melodía debe
descartarse rigurosamente.”
Consideró a la muerte, al igual que el nacimiento, como circunstancias
inesperadas y absurdas: “Se nace sin motivo y se muere por casualidad”.
Un sello de desprecio y repugnancia por la desaparición de la vida que sin duda
es la consecuencia de su ateísmo extremo, el cual queda claramente de
manifiesto en este texto:
“La existencia de Dios es
imposible, ya que el propio concepto de Dios es contradictorio, pues sería el
en-sí-para-sí logrado.
Por tanto, si Dios no existe, no ha creado al hombre según una idea que fije su
esencia. De esta manera se encuentra con su radical libertad. Si existiera, el
hombre no tendría la libertad para la que nació.
Este ateísmo tiene una consecuencia ética: todos los valores humanos dependen
enteramente de nosotros y son nuestra creación.”
Con esas palabras, Dios, el eterno ser supremo, una vez más ha
sido asesinado.
ORTEGA Y GASSET
Ensayista, político,
académico y filósofo español. Nace en
Madrid en 1883, y muere en esa misma ciudad en 1955, dejando una importante
obra filosófica que se podría ubicar entre el existencialismo, el pragmatismo y
el perspectivismo. Un pensamiento profundo, muy influenciado en sus primeros
tiempos por la filosofía alemana, en especial el neokantismo y la fenomenología
de Husserl, y que luego se habría de desarrollar con su particular
ideología y la misma claridad de análisis con la cual describió la realidad del
mundo, la de España y la de su tiempo.
En la doctrina
orteguiana sobre la inteligencia, se categoriza a la ciencia y a la cultura
como instrumentos al servicio de la vida, ya que de otra manera esta quedaría
en manos de dos tendencias que le son opuestas y se orientan a destruirla: la
simulación de la cultura y la desvergüenza anticultural. Por otro lado,
hace hincapié en que el hombre para vivir debe pensar, y si piensa mal, vivirá
de esa manera, sumido en angustias, problemas y malestares.
“La solución a las complicaciones existenciales –dice- deben
encontrarse en una salida autentica y racional sobre lo que nos rodea”,
mostrando en esas cavilaciones el carácter subjetivo y personal del saber, y
sin duda, el tono existencialista de su pensamiento.
Esto lo reafirma en la
frase: “En la paz interior del individuo
se consigue la paz de la vida, lo que se llama la felicidad”, una idea
íntimamente ligada a su “Razón Vital”,
un nuevo tipo de razón que es propia de cada individuo y opuesta a la razón
cartesiana. Es en el marco de esa racionalidad, que el hombre tiene que decidir
qué hacer consigo y con las cosas que le rodean, el verdadero y único sentido
del saber.
LA MUERTE COMO CREACIÓN
Las reflexiones de Ortega
sobre la muerte tienen un trasfondo lejano en la cultura española, en la cual siempre
existió esa tanatología que fuera expresada repetidamente por muchas de las
figuras relevantes de su mundo artístico y literario.
La obra en la cual más
se extiende sobre la muerte, es “Ideas de los Castillos: la muerte como
creación”, un largo ensayo aparecido en “El Espectador”, en el cual parte
de la oposición que existe entre el llamado “espíritu guerrero” y el “espíritu
industrial” o burgués de la modernidad.
El primero, según él, surge de un sentimiento de confianza en sí mismo
que conduce a una concepción optimista del universo, no por desconocer los
males del mundo, sino porque los acepta como parte de la vida y se organiza
para enfrentarlos adecuadamente.
Su opuesto, el
espíritu industrial, generalizado en la modernidad, percibe al universo
como una angustia omnímoda, que lo supedita todo a “no perder la vida”, y al no aceptar la muerte como lo que ella es, “el atributo más esencial de la existencia”.
Ese deseo de prolongar la vida en lugar de llevar a vivirla enteramente la
reduce a su mínima expresión vital, algo que se expresa en esta reflexión: “No cabe variar el proceso inexorable; solo
es posible frenarlo artificialmente, hacer que cada reacción tarde más en
producirse. Una vida de ritmo lento será más larga que una vida en “prestísimo”; pero, en definitiva, no hay más vida
-químicamente hablando- en una que en la otra”
De allí que, para
él, nacer y morir representen una
identidad biológica, natural y sin significado ontológico, la cual se produce
desde el momento mismo de la concepción, y por lo cual hace un llamado a
fomentar lo que define como “el arte de
morir”.
En una visión tranquilizadora de esa naturaleza, el
fenómeno de la muerte no debe ser visto como un simple elemento exterior fuera
de la vida, sino como una parte interior y constitutiva de su naturaleza, y la
consecuencia de haber llevado una existencia plena y heroica.
Esto lo destaca de así en otro de los párrafos del
ensayo:
“La muerte se
integra a la vida, pero no como lo fundamental, o como entrada: Ella no es un a
priori, sino parte de un modo de vida, y solo así las dos logran su integración”.
De esta manera, a su criterio cambiamos de ser un “ser para la muerte” –la manera como la consideraba
Heidegger- a ser, un “ser para la vida”,
lo cual nos permite usarla y aprovecharla para planificarnos adecuadamente.
Textualmente descrito así:
“La plenitud de la vida humana no es solo
tener una meta, sino que toda ella este volcada a su realización hasta las
últimas consecuencias, y el valor supremo está en perderla a tiempo y con
gracia. La idea de la muerte, que
implica toda una biología, una psicología y una metafísica, nos permite saber a
qué atenernos con respecto a esta soledad que nos queda de una compañía en que
estuvimos. La muerte química es infrahumana, la inmortalidad es sobrehumana. La
humanización de la muerte solo puede consistir en usar de ella con libertad,
generosidad y con gracia. Y lo finaliza diciendo:
Seamos poetas de la existencia, aquellos que
saben hallar a su vida la rima exacta de una muerte inspirada”.
MAX SCHELER
Max Ferdinand Scheler fue uno de los filósofos contemporáneos alemanes más
representativos del siglo XIX. Nació en Múnich en el verano de 1874 y murió en Frankfurt
durante la primavera de 1928, a los 53 años y en la época de su mayor
intensidad creadora.
De las numerosas obras de filosofía, antropología,
sociología y religión de su autoría, destacan: “Esencia y Formas de la
Simpatía”, “Lo Transcendental y el
Método Psicológico”, “El Resentimiento y el Juicio de los Valores”, “Lo eterno
en el Hombre”, “Las Formas del Saber y la Sociedad”, “Intuición filosófica del
Mundo” y “Muerte y Supervivencia”. Todas de gran importancia para la
filosofía y la sociología moderna, al igual que lo son para la comprensión de
los problemas de la Europa de su época, una era trágica, en que apenas terminando
la primera guerra mundial ya se encaminaba hacia la siguiente. En ese ámbito, hay que recordar que Scheler
fue de los primeros intelectuales que alertó sobre los peligros del nazismo
cuando empezaba a despertar en Alemania.
Profesor de Ética y filosofía en Colonia, Jena, Múnich
y Berlín. Inicialmente orientó su pensamiento hacia las teorías de Husserl,
de quien, a pesar de que más tarde las abandonó, tomó el método de la
descripción fenomenológica para aplicarlo a áreas todavía no exploradas por los
fenomenólogos, tales como la vida ética, la vida emocional (los sentimientos de
simpatía, amor y odio) y la religión. Aunque fue católico, en los últimos años
de su vida comenzó a alejarse de las doctrinas de la iglesia, incluso del
teísmo y comenzó a acercarse a las ideas panteístas y evolucionistas.
Entre los temas filosóficos que le interesaron figuran
los siguientes vértices epistémicos, cada uno los cuales requiere de un amplio
y cuidadoso estudio para ser captado en su integridad:
• LA IMPOTENCIA DEL ESPÍRITU.
Scheler consideró que el espíritu crea las ideas y
todos los valores que constituyen la cultura, subrayando la fuerza que le da su
capacidad de abstracción, una fuerza que le permite separar las ideas y la
realidad dándole a la vida una verdadera trascendencia. Pero también le
encontró una limitación: el no poder actuar sin representaciones ni ideas sino
dependiendo de ellas, la causa por la cual al ser humano se le considera un
ente espiritual y no un ser animado.
• LA TEORÍA DE LOS VALORES.
Fue uno de los temas que más le apasionó. En ello
estuvo presente el peso del pensamiento husserliano –su amigo y compañero de
investigaciones- dándole énfasis a la intencionalidad de la conciencia sobre
los objetos de la razón. De esta última, señaló que “pertenece a un cosmos objetivo de valores al que sólo se puede acceder
por la intuición emocional”. Y aunque si bien a ella la consideró ciega, a
los valores los creyó ordenados jerárquicamente y de la siguiente forma: “…
primero están los religiosos (sagrado/profano), luego los espirituales
(bello/feo, justo/injusto, verdadero/erróneo), después los de la afectividad
vital (bienestar/malestar, noble/innoble) y por último los valores de la
afectividad sensible (agradable/desagradable, útil/dañino).
A todos los valores los definió como fenómenos cualitativos
independientes de la vida psíquica, así como lo son los colores y el sonido, complementando
su calificación con esta frase: “lo
importante para el ser humano es vivir en armonía, no optar por unos valores y
renunciar a otros. Hay que saber coexistir con los inferiores de modo que estos
se encuentren subordinados a los superiores, con lo cual cada vez que obremos
bien en lo más simple y cotidiano estaremos llegando al área superior”. Lo cual, en su teoría es la forma de alabar a Dios, “el más alto de los valores religiosos,
que son los que se encuentran en la cúspide de la pirámide valorativa”.
• LA COMPRENSIÓN IMPERSONAL.
La podríamos considerar como su sociología filosófica,
una ética para las relaciones humanas, que desarrolló en “Esencia y Forma de la Simpatía”, en donde coloca a la simpatía como
“la categoría fundamental de las relaciones
interpersonales, pero no como un simple hecho psíquico, sino como una
estructura fenomenológica y metafísica que excluye la simple relación entre
personas. En su lugar supone la trascendencia recíproca y la posibilidad de
comprensión y entendimiento extremo a pesar de la diversidad de criterios y
diferencias”.
Para él, toda simpatía supone la intención del sentir,
sea el sufrimiento o la alegría adherida en la vivencia del otro. Algo que
descarta el contagio afectivo que se forma en las aglomeraciones gregarias y en
las masas, lo cual sustituye con la verdadera integración afectiva que es la
que debe existir entre dos seres.
• DIOS.
En el
pensamiento tardío de Max Scheler, si es que
podemos llamarlo el periodo de su vejez, categorizó a Dios como un ser de
tensiones máximas: “Eso le permite que
desde su grandeza pueda descender hasta lo más bajo, incluso a la oscuridad de
los instintos demoniacos, pero también ascender de nuevo hasta lo más alto, al
reino de las ideas purísimas. Sólo en
cuanto es espíritu claro, clarísimo, es que puede ser llamado “Dios”.
• LA MUERTE.
Su tesis sobre la muerte se encuentra detallada en “Muerte
y Supervivencia”, la obra donde habla ampliamente sobre el tema, desarrollando
una compleja opinión que, entre otros postulados, la fundamenta en estas
reflexiones escogidas:
° “La muerte no es simplemente prevista como probable en virtud de una
generalización de aquello que nosotros aprendemos en otros vivientes, sino
porque ella es un elemento evidente y necesario de toda experiencia interna del
proceso vital. No en un marco casualmente añadido al cuadro de cada uno de los
procesos psíquicos o fisiológicos, sino que pertenece al cuadro, y sin el cual
no sería el cuadro de una vida”
“La vida de
todos nosotros se haya atravesada por la esencia de la desaparición, y ya el
mismo proceso de envejecer es notado por el ser humano como una pérdida del
tiempo y como un continuo gastarse de sí mismo”.
“No se quiere
saber de la propia inmortalidad porque no se quiere saber de la propia muerte”
… “lo que se está negando con negar la
inmortalidad es la entraña y la esencia de la muerte, pese a que ella atañe a
los elementos constitutivos de toda conciencia vital. Al descarnado “yo debo morir”
se prefiere un saber de carácter general acerca de la muerte ajena. Los
miembros de la sociedad utilitarista no saben que tienen que morir su propia
muerte; saben únicamente que algunos hombres murieron, que el u otro muere. En
consecuencia, se impone el estilo de morir como “otro”, y entonces, a la
pregunta sobre la inmortalidad se la desposee de apremio y deja de ser
significativa. Dos preguntas surgen en
este punto: ¿qué clase de saber posee cada uno de nosotros acerca de su propia
muerte? ¿Cómo se presenta la esencia de la muerte en la experiencia exterior
que tenemos nosotros de cualquier fenómeno vital? Una respuesta adecuada
supondría una filosofía entera de la vida orgánica…”
° “Desde el
punto de vista de la ciencia natural, no es la muerte un acontecimiento
elemental determinado, sino tan sólo el resultado lenta y progresivamente
acumulado de la destrucción de enlaces químico-orgánicos sumamente complicados.
Existe un fenómeno absoluto de la muerte, vinculado a la esencia de lo vital y
a todas las formas unitarias de lo vital. Existe así, no sólo una muerte
individual, sino también una muerte de las razas y de los pueblos”
Sobre la supervivencia después de la muerte, en una de
sus máximas más expresivas, expone:
“La primera condición para una posible
creencia en la supervivencia es eliminar las fuerzas que reprimen la idea de la
muerte más allá de los límites normales del impulso vital, fuerzas cuya
existencia he mostrado en el tipo de hombre moderno. Todo lo que actúa contra
estas fuerzas hace reaparecer de modo automático la idea de la muerte”,
Para esto no ve otra solución que, la incorporación de la
esencia del ser que muere, a la estructura divina y panteísta que rige al mundo:
“…sólo en el
acto de morir puede la persona moribunda saber si hay alguna supervivencia más
allá de la muerte” ... "Cada uno de nosotros debe experimentar totalmente
solo y para sí mismo la gran hora de su muerte y la posible supervivencia”
Al final del análisis fenomenológico de la vida y la
muerte, Max Scheler considera que esta solo es un punto final en el
tiempo, es decir, el cese de los procesos definitivos:
“…la persona no deja de existir,
como cuando el sol desaparece y ya no es visible detrás de las montañas, esta
supervivencia, sin embargo, no se presenta como algo justificado por los argumentos
para la inmortalidad; se basa simplemente en el principio lógico de 'fallar o faltar, ya que
no es un objeto de experiencia antes de la muerte. El fenómeno de la muerte no nos
proporciona ni aceptación ni negación del principio de que hay una supervivencia
de la persona muerta, porque no está sujeta a las leyes físicas. Lo mismo que
ocurre con los actos espirituales de la persona”.
MIGUEL DE UNAMUNO
“Yo señor mío,
escribo con la sangre de mi corazón, no con tinta neutra, mis pensamientos
muchas veces contradictorios entre sí, mis dudas, mis anhelos, mis sedes del
espíritu; no redacto conclusiones como cualquier secretario de comisión.”
Así hablaba de su obra cruda,
fértil e inagotable, Miguel de Unamuno, una de las figuras más
importantes de la literatura española. El esplendor en tantos de sus temas y
formas literarias habría de empequeñecer un poco su reputación como filósofo, a
pesar de ser profesor titular y varias veces rector de la Universidad de Salamanca.
Nacido en Bilbao
en el año 1864, perteneció a la generación de escritores españoles conocida
como del 98, de la cual formaban parte, entre otros, Pio Baroja, Azorín, Antonio Machado, Valle-Inclán, Menéndez Pidal y
Jacinto Benavente. Igualmente fue activista político y voz sonora contra la
monarquía española y la dictadura del general Primo de Rivera, que en
ambos casos le llevaron al exilio y a sufrir persecuciones.
Sus trabajos, en
diferentes estilos y materias se orientaron a varios campos del pensamiento,
entre ellas, en ensayos: “La agonía del cristianismo” y la “Vida de
don Quijote y Sancho”, en el teatro filosófico “Fedra”, entre sus novelas “Paz
en la guerra”, “Abel Sánchez” y “Niebla”, en la poesía “El Cristo de Velásquez” y “Romancero del destierro”, y en
filosofía, “El sentimiento trágico de la
vida en los hombres y en los pueblos”, un tratado sobre la muerte y la inmortalidad.
Al comienzo de su vida intelectual,
las inquietudes de esa época le ubicaron en la ética social y la historia, siempre
buscando articular en ellas el pensamiento que le había inspirado la dialéctica
hegeliana; sin embargo, las contradicciones personales le impidieron
desarrollar un sistema coherente, llevándolo más hacia la literatura, en
particular al ensayo, la poesía y la novela. Allí desplegó sus cargas internas,
tanto las de su propio espíritu, como las de la cultura universal y la de aquella
España confusa y agitada que le tocó vivir. De ese primer período son “En torno al casticismo”, “Mi
religión y otros ensayos”, y “Soliloquios y conversaciones”, un libro donde opuso al tradicionalismo clásico algo
que denominó: la "búsqueda de la tradición eterna del presente”, la
cual para él se encontraba en las venas del pueblo y había que enfrentar al
concepto oficial de la historia. En ese panorama de oposiciones intensas,
propuso como una solución a los males que sufría España, acabar con su "europeización" para fortalecer sus
valores y tradiciones.
Este tema también lo destacó en “Vida de don Quijote y Sancho", un
largo ensayo donde plantea "españolizar
a Europa" tomando el pensamiento de esos dos grandes personajes
cervantinos. En los cuales encontró el símbolo de la tensión que existe entre
la ficción y la realidad, entre la locura y la razón, que constituyen la unidad
entre la vida y la aspiración del hombre hacia la inmortalidad en el otro
mundo.
MUERTE E INCERTIDUMBRE
El estilo filosófico de Unamuno, -como él mismo
lo reconoció- fue contradictorio, y a pesar de que no se consideraba formando parte de ninguna escuela,
en la obra “Historia de la Filosofía” del profesor Abbagnano, este lo encuadra como representante del fideísmo
pragmático, -la misma orientación de Pascal, Kierkegaard y Nietzsche-
por la subordinación que estos le dan al pensamiento y a la razón frente a la
vida y a la acción. No obstante, ese posible pragmatismo vital y un claro apego
al existencialismo de Kierkegaard, en la doctrina de Unamuno encontramos
un elemento irracional que al mismo tiempo lo desvincula de los anteriores: es
la desvaloración a “tono oscuro,
arbitrario, inconsciente y en el fondo disparatado” que le da a todas las doctrinas
o creencias en las que vivimos. Algo que se puede palpar en varias partes de su
obra, siempre marcada por el escepticismo, la duda y el ateísmo.
Precisamente es esa
duda la que encadena a lo que consideró el problema cardinal del ser humano: la
inmortalidad. Sobre ella, hay dos juicios
en “El
sentimiento trágico de la vida”
que la definen, en los cuales a la vez reafirma su presencia en la terrible
batalla de la vida contra la muerte:
·
“Hay que creer en la otra vida, en la vida
eterna de más allá de la tumba, y en una vida individual y personal, en una
vida en que cada uno de nosotros sienta su conciencia y la sienta unirse, sin
confundirse, con las demás conciencias todas en la Conciencia Suprema, en Dios;
hay que creer en esa otra vida para poder vivir ésta y soportarla y darle
sentido y finalidad”.
“La
existencia de Dios,
no es algo exterior
al ser, sino como la máxima voluntad del hombre. Tal vez ese Dios no existe, pero cada
individuo ha de creer en él para recurrir a esa creencia como Don Quijote
creía en sus caballeros y en sus princesas.”
En ese libro, -sin duda
su obra filosófica más significativa- es donde el filósofo español plantea el
problema de esa inmortalidad como el conflicto fundamental entre la razón y la
fe, así como señala la crisis racionalista de la modernidad al tratar de encontrar
la solución.
En un pasaje que suena
diferente a los viejos tratados de metafísica y religión, dice: “La inmortalidad, la eterna angustia del
hombre por no perecer, es el sentimiento trágico de la vida, el origen de toda
filosofía y de toda religión”.
La solución más trascendente
a esa ansiedad la encuentra en el cristianismo, del cual, en “La
esencia del catolicismo”
dice: “El cristiano se encuentra ante una revelación de dos cabezas: la muerte
y la victoria sobre la muerte. Si Cristo murió siendo Dios para ser hombre, el
catolicismo representa la resurrección”, objetándole al cristianismo tradicional
que haya puesto el peso en la idea del pecado, y señalar a la muerte como
consecuencia de este, como su castigo.
A pesar de que Unamuno
califica a la muerte como algo
definitivo y considera que la vida acaba de manera inevitable, al mismo
tiempo expresa que “la creencia de
que nuestra identidad sobrevivirá a la muerte es algo necesario para poder
vivir”. Ello supone la existencia de un Dios y tener fe, lo que le lleva
al análisis de un Cristo que, al relacionarlo a la muerte, define con estas
palabras: “En él, el Dios creador es
absorbido por el Dios vital, crucificado pero vencedor de la muerte, por lo
cual el catolicismo es el límite del racionalismo”.
Por otro lado, sostiene
que aunque la razón filosófica ataca a la fe, en esa batalla la fe tiene que ser
aliada de la razón. Lo cual expresa en los dos fragmentos siguiente, vinculados
entre sí y, donde agrega un elemento decisivo para neutralizar a la fe y a la
razón: La duda, la incertidumbre:
° “La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es
un hombre de carne y hueso como todos. Y haga lo que quiera, filosofa, no solo
con la razón, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los
huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Es el hombre pensante”;
° “La certeza absoluta, completa, de que la muerte es un definitivo e
irrevocable anonadamiento de la conciencia personal, o la certeza absoluta,
completa, de que nuestra conciencia personal se prolongará más allá de la
muerte en esta o las otras condiciones, hacen entrar en ello la extraña y
adventicia añadidura del premio o el castigo eterno …y de este choque entre la
desesperación y el escepticismo, nace la santa, la dulce, la salvadora
Incertidumbre, nuestro supremo consuelo”
Si intentamos sintetizar
en una secuencia el panorama que Unamuno traza sobre la muerte, esta podría
proyectarse en el siguiente marco: 1) La muerte es inevitable. 2) La idea de la
inmortalidad es básica para vencer a la muerte y poder vivir. 3) La
inmortalidad requiere un pacto de la fe con la razón. 4) Para la fe, el
cristianismo es la religión más vital. 5) En toda fe como en toda la razón
siempre estará presente el fantasma de la incertidumbre.
Para muchos tratadistas
el filósofo español es considerado como uno de los antecesores del existencialismo,
-que más adelante sería la escuela de mayor peso en la filosofía europea de
post guerra-, aunque para otros no lo fue, porque, aunque vivió una existencia
plena, la de un hombre de carne y hueso, como él decía, siempre estuvo hechizado
con la idea de la muerte.
La suya llegó en
condiciones trágicas. En aquella España convulsionada por la guerra civil, esa
que el filósofo italiano Lorenzo Giusso, testigo presencial describe
diciendo: “La barbarie es unánime. Es el
régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma,
horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre
los unos y los otros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando,
arruinando, envenenando y entonteciendo...”, Unamuno, mentalmente destruido
por el salvajismo de la guerra, envejece bruscamente y se le va deteriorando la
salud. Sin duda, se le suma a la
tragedia del país, el terrible peso de conciencia que arrastraba, porque a
pesar de ser siempre una figura independiente y liberal, en cierto momento
manifestó simpatía por las fuerzas del franquismo, justificado al comienzo su
intervención como una manera de controlar la anarquía de los últimos años de la
Segunda República. Un arrepentimiento que le manifestó en una carta a un amigo:
“No me abochorna confesar que me he
equivocado. Lo que lamento es haber engañado a otros muchos”.
Murió en su casa de Salamanca
en la tarde del 31 de diciembre de 1936, El deceso fue repentino y se produce luego
de pronunciar sus últimas palabras: “¡Dios
no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que
salvarse!”.
Un testigo señala que
dejó caer su cabeza sobre el pecho en un desvanecimiento. Más tarde los médicos
dirían que había muerto de una congestión cerebral producida por las
emanaciones de anhídrido carbónico de su brasero doméstico. Fue enterrado al
día siguiente en el cementerio municipal, paradójicamente entre gritos y
alabanzas de una multitud de falangistas, que desconocían que semanas antes él
había denunciado públicamente el régimen de terror que se estaba implantando en
España y que los jerarcas de la dictadura le habían destituido de todos sus
cargos públicos y encarcelado en su propio hogar.
El último día de su
vida tenía 72 años
MICHEL
de MONTAIGNE
“Yo no me encuentro a mí mismo cuando más me
busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero”.
Michel de Montaigne,
filósofo, político y humanista francés, nació en Burdeos el 28 de febrero de
1533. Eran los tiempos cercanos a la muerte de Lutero, a las guerras
religiosas europeas, y el año en el cual Iván El terrible fue designado
Zar de todas las rusias.
Precoz desde la niñez, su vida de estudios fue
de alto nivel, dominando desde muy pequeño las lenguas clásicas antiguas y
varias de las modernas. Más adelante se gradúa de abogado, así como profundiza
en la historia de la filosofía. En su vida ciudadana llegó a tener altos cargos
en el Parlamento y la magistratura de Perigord, hasta que renunciando a todos
ellos se dedicó a viajar por Europa para estudiar las costumbres de otros
pueblos. Finalmente, a los 37 años, regresa al lugar donde nació y se encierra
en el castillo de su familia para dedicarse totalmente al desarrollo de su
pensamiento y la escritura.
Su trabajo más famoso fueron los “Ensayos” (Essais), una obra de lectura
clara e interesante con la cual precisamente creo ese género literario, -actualmente
una de las formas expresivas más importantes de la cultura occidental-, un
estilo en prosa que explora, analiza, interpreta o evalúa un tema, y sintetiza
su contenido argumentando las ideas que se tienen sobre el mismo.
En los tres tomos -publicados entre 1580 y
1588-, Montaigne, además de integrar su escepticismo y pesimismo a una discreta forma de ironía, allí desarrolla
su teoría del conocimiento y su ética cotidiana, en los cuales se ponen en duda
los principios de la escolástica medieval, los dogmas del catolicismo
y el concepto de Dios que se tenía para entonces. No obstante, ese agnosticismo, no niega la
posibilidad de cognoscibilidad del mundo, pero con el enfoque de un
crítico perspicaz y atrevido, tanto de la cultura, como la ciencia y las
religiones. En dicha obra establece como principio de su moral el ser feliz, y señala que la felicidad celestial
prometida por la religión no se debe esperar pasivamente, sino que debe
buscarse en la vida terrenal, asumiendo en ello un claro tono epicúreo. Solo a
título de referencia de sus ideas, estos son algunos de los temas que
desarrolla individualmente en el primer libro:
“ De la tristeza”, “De la ociosidad”,
“De los mentirosos”, “Castigo de la cobardía”, “Del miedo”, “Que no debe
juzgarse de nuestra dicha hasta después de la muerte”, “Que filosofar es
prepararse a morir”, “Del pedantismo”, “De la amistad”, “De los caníbales”, “De
la conveniencia de juzgar sobriamente de las cosas divinas”, “De la costumbre
de vestirse”, “De cómo reímos y lloramos por la misma causa”, “De la soledad”,
“De la desigualdad que existe entre nosotros”, “Del dormir”, “De los olores”,
“De las oraciones”, “De la edad” “Como el alma descarga sus pasiones sobre
objetos falsos cuando los verdaderos la faltan”, “Si el jefe de una plaza
sitiada debe o no salir a parlamentar”,
De él, hoy olvidado en las
charlas y escuelas filosóficas, también mostramos algunos fragmentos de su
teoría del conocimiento tratados en el primer libro:
°- “El hombre más sabio que haya jamás existido, cuando le preguntaron qué
era lo que sabía, respondió que sólo tenía noticia de que no sabía nada. Con lo
cual corroboraba el dicho de que la mayor parte de las cosas que conocemos es
la menor de las que ignoramos, es decir, que aquello mismo que creemos saber es
una parte pequeñísima de nuestra ignorancia.
Conocemos las cosas en sueños, dice Platón, pero las ignoramos en
realidad. Del propio Cicerón, que debió al saber toda su fortuna, dice Valerio
que, cuando llegó a viejo, amaba ya menos las letras; y que mientras las
cultivó, lo hizo sin inclinarse a ninguna solución, siguiendo la que le parecía
probable, propendiendo ya a una doctrina, ya a otra, y, manteniéndose constantemente en la duda de
la Academia, dijo: Sería muy ventajoso
para mi propósito considerar al hombre en su común manera de ser, en conjunto,
puesto que el vulgo juzga la verdad, no por la calidad de las razones sino por
el mayor número de hombres que de igual modo opinan”.
|° “El que se consagra a la investigación de la verdad llega a las
conclusiones siguientes: unas veces la encuentra, otra declara que no puede
descubrirla por ser superior a nuestras facultades, y otras, que permanece
buscándola. Toda la filosofía se halla comprendida en estas tres categorías:
buscar la verdad, la ciencia y la certeza.”
° “La ignorancia que se conoce, que se juzga y que se condena no es una
ignorancia completa; para serlo, sería necesario que se ignorara a sí misma, de
suerte que la tarea de los pirronianos consiste en dudar de las cosas e
inquirirse de las mismas no asegurándose ni dando fe de nada. De las tres
acciones que el alma realiza: la imaginativa, la apetitiva y la consentida,
aceptan sólo las dos primeras, la última solo mintiéndola en situación ambigua
sin inclinación ni aprobación hacia la más ligera idea.”
° “Luego que Sócrates fue advertido de que el dios de la sabiduría le
había aplicado el dictado de sabio, quedó maravillado, y buscando o
investigando la causa, como no encontrara ningún fundamento a tan divina
sentencia, puesto que tenía noticia de otros a quienes adornaban la justicia,
la templanza, el valor y la sabiduría como a él, y que a la vez eran más
elocuentes, más hermosos y más útiles a su país, dedujo que la razón de que se
le distinguiera de los demás y se le proclamara sabio, residía en que él no se
tenía por tal y que su dios consideraba como estupidez singular la del hombre
lleno de ciencia y sabiduría; que su mejor doctrina era la de la ignorancia, y
la sencillez la mejor ciencia”.
SUS JUICIOS
SOBRE LA MUERTE.
La visión de la muerte en Montaigne es
básicamente una actitud de miedo, pero no es un terror aislado, al contrario, la
relaciona con la acción para combatirlo. “Puede llegar en cualquier momento”-
dice- “y el hombre vive pendiente del tiempo que le queda, y en cuanto es
una privación de la libertad, el hombre debe aprender a convivir con ella y de
la importancia de liberarse del terror de su inevitabilidad”.
Sus doctrinas sobre el tema se encuentran en
los capítulos XIX y XX del primer libro de los “Ensayos”, en donde en algunos postulados de corte estoico se
refiere a su propio método de entrenamiento para resistir a la muerte. Allí estima
que: “se debe ser constante en el
pensamiento y la visualización de ella, algo que hay que hacer cotidianamente,
pero sin el apego que pueda generar angustia.”
Emparentado a esa premisa, asevera que la mejor
manera de comprobar la coherencia de la vida de un ser humano es ver cómo
observa su manera de morir, y establece como una labor meritoria el ir censando
la muerte de las demás personas.
Estos dos paradigmas sobre ella son tomados del
mencionad libro:
°- “Yo
remito a la muerte toda la experiencia de mis estudios, entonces veremos si mis
discursos salen de la boca o del corazón. He visto muchas gentes a quienes la
muerte ha dado reputación en bien o en mal a toda su vida pasada. Escipión,
suegro de Pompeyo, se rehabilitó por su buena muerte de la mala opinión que por
su vida había merecido. Preguntado Examinandas si se consideraba como más feliz
que Cabrías o Lisícrates, respondió que para dar una contestación justa
precisaba que los tres hubieran sucumbido. En efecto, mucho habría que
descontar a quien juzgara sin tener presente el honor y la grandeza de su
fin. Dios lo ha querido así, más en mi
tiempo han muerto tres hombres execrables, de vida abominable o infame y los tres
acabaron sus días de una manera plácida y ordenada, casi perfecta…Al juzgar de
la vida de mis semejantes miro siempre cual ha sido su fin, y una de las cosas
que más me interesan en la mía es que se deslice de una manera tranquila y
sosegada. Tal era el parecer de Antístenes, que creía en la necesidad de
aprovisionar juicio para obrar con cordura o cuerda para ahorcarse; y el de
Crisipo, que aseguraba, a propósito de un verso de Tirteo que era preciso
acercarse a la virtud o a la muerte. Crates decía que los males del amor se
curaban con el hambre o con el tiempo; y a quien ambos medios desplacían, le
recomendaba la cuerda. Sexto, de quien Plutarco y Séneca hablan con gran
encomio, lo abandonó todo para consagrarse exclusivamente al estudio de la
filosofía, y decidió arrojarse al mar viendo que sus progresos eran demasiado
lentos y tardío el fruto: como la ciencia le faltaba, se lanzó a la muerte. He
aquí cuáles eran los términos de la ley estoica en esto punto: Si por acaso
aconteciese a alguno una desgracia irremediable, el puerto está cercano y el
alma puede salvarse a nado fuera del cuerpo, como apartada de un esquife que se
va a pique, pues el temor de la muerte, no el deseo de vivir es lo que al loco
retiene amarrado al cuerpo.”
°- “No
debe juzgarse sobre nuestra dicha hasta después de la muerte”: «…que cualquiera
que sea la buena fortuna de los hombres, éstos no pueden llamarse dichosos
hasta que hayan traspuesto el último día de su vida, por la variedad e
incertidumbre de las cosas humanas, que merced al accidente más ligero cambian
del modo más radical. Reyes de Macedonia, sucesores del gran Alejandro, se
convirtieron en carpinteros y secretarios de los tribunales en Roma; tiranos de
Sicilia, en pedantes de Corinto; de un conquistador de medio mundo y emperador
de tantos ejércitos, la desdicha hizo un suplicante miserable de los auxiliares
de un rey de Egipto: a tal precio alcanzó Pompeyo que su vida se prolongara
cinco o seis meses más…” …“La más hermosa de las reinas, viuda del rey más
grande de toda la cristiandad, ¿no acaba de sucumbir bajo la mano de un
verdugo? ¡Crueldad indigna y bárbara! Miles de ejemplos semejantes podrían
citarse, pues parece que así como las tormentas y tempestades se indignan
contra la altivez y orgullo de nuestras fábricas hay también allá arriba
envidiosos espíritus de las grandezas de aquí abajo. Así es que, debemos
hacernos cargo de la advertencia de Solón, con tanta más razón, cuanto que se
trata de un filósofo para cuya secta los bienes y los males de la fortuna son
indistintos y casi indiferentes. Encuentro natural que Solón mirase al
porvenir, y dijese que aun la misma dicha humana que depende de la tranquilidad
y contentamiento de un espíritu bien nacido y de la resolución y seguridad de
un alma bien ordenada, no se suponga nunca en ningún hombre hasta que no se lo
haya visto representar el último acto de la comedia, sin duda el más difícil.
Puede todo lo demás ser apariencias y simulaciones. O bien los bellos discursos
que la filosofía nos suministra no los aplicamos más que por bien parecer; o
los múltiples accidentes de la humana existencia no nos llegan a lo vivo, y
consienten que mantengamos nuestro rostro tranquilo; pero en el último papel
que en la vida desempeñamos, cuando la hora de la muerte nos es llegada, nada
hay que disimular, preciso es hablar claro, preciso es mostrar lo que hay de
bueno y de concreto en el fondo de nuestra alma.”
Ideas controversiales en una época, en donde,
como era de esperar, su ejercicio de la libertad habría de llevarle a la
condena del Índex librorum prohibitorum del Santo Oficio en 1676 gracias a
una petición de Bossuet.
Montaigne murió el 13 de
septiembre de 1592, pero no del todo, su estatua, levantada en la década de
1930 en la Place Paule Painlevé del Barrio Latino de Paris, aún
sirve como amuleto de la
buena suerte entre los estudiantes de La Sorbona, la cual se
encuentra justo en frente a la escultura, y los cuales, siempre antes de los
exámenes tocan el pie derecho del pensador.
EMIL CIORAN
“Mi misión es
matar el tiempo y la de éste, matarme a su vez. Se está bien entre asesinos”.
Tal vez
sea adecuado considerar a Emil Cioran como el pensador que más
intensamente haya sentido y expresado las ideas del pesimismo, del tormento
existencial, del sufrimiento y de la muerte. Una obsesión contracorriente casi
enfermiza y avocada sin límites a abordar y lamentarse del absurdo de la vida,
de la decadencia, la tiranía de la historia y la vulgaridad del cambio,
calificando a la conciencia como agonía y a la razón como una enfermedad.
Nació el 8 de abril
de 1911 en la
Transilvania de la actual Rumanía, que para esa época formaba parte de
Hungría.
A los 17
años entró a estudiar filosofía en la Universidad de Bucarest, y en 1937 continuó los estudios
en París, a donde vivió hasta el día de su muerte. En esta disciplina, el dominio que tenía de
la lengua alemana permitió la gran influencia que tuvieron sobre sus teorías, Kant,
Schopenhauer, y en especial Nietzsche, volviéndose un agnóstico total
bajo el axioma de "La inconveniencia
de la existencia”.
Los
primeros trabajos de Cioran se publicaron en rumano y, luego solo lo hizo en
francés, despreciando a su lengua originaria por estimarla sin valor de
expresión y un idioma de minoría. En esas obras, muchas de ellas ganadoras de
premios y reconocimientos académicos, se trataron variados temas, aunque en
casi todas se encuentra el mismo sentido trágico que tenía de la historia, del
fin de la civilización y de la desdicha humana.
Al
recorrer los títulos de algunos de sus libros se puede inducir el contenido de
su filosofía: “El libro de las quimeras”, “Lágrimas y santos”, “El ocaso del pensamiento”, “Breviario de podredumbre”, “Silogismos de la amargura”, “La tentación de existir”, “Historia y utopía”, “La caída en el tiempo”, “El aciago demiurgo”, “Del inconveniente de
haber nacido”, “Desgarradura”, “Adiós a la filosofía y otros textos”, “Ese
maldito yo”, “Ejercicios de admiración y otros textos”, “Breviario de los
vencidos”, “Extravíos, Soledad y Destino”, “En las cimas de la desesperación”.
Cioran nunca se consideró a sí mismo
como filósofo, y al igual que muchos otros pensadores, ni desarrolló una teoría
seriamente estructurada, ni formó parte de alguna escuela o tendencia definida.
Las raíces de su nihilismo, cuando más se pueden encontrar en algunos de los
presocráticos griegos, aunque para la época en que vivía en Rumania, manifestó
interés político por la "Guardia de Hierro", una organización de extrema derecha cuyo
nacionalismo e ideología de corte fascista apoyó hasta los primeros años de la
Segunda Guerra Mundial, y a la cual más tarde abandonó, como lo hizo al
condenar las barbaridades hitlerianas que al principio también le habían
entusiasmado.
Su
pensamiento, ampliamente desarrollado en aforismos no pretende ofrecer verdades
absolutas sino alarmas ideológicas, como él decía para calificarlos. En ellos
se destaca el nihilismo, la concepción ateísta del mundo y el enfoque tan
particular que tuvo de la muerte y del suicidio. De este último, especuló que
era la única salvación ante el drama humano, y considerando que este solo puede
ayudar una vez en la vida, jamás lo intentó a pesar de que tanto lo valorara en
dos de sus obras más destacadas: “En
las Cimas de la Desesperación” y “El Aciago Demiurgo”.
En ellas figuran sus máximas dedicadas al tema, y
que
textualmente califica con este apotegma fatal: “No
vale la pena molestarse en matarse porque uno siempre se mata demasiado tarde”
Una
idea la describe de forma bastante particular:
“Lo hermoso del suicidio es que es una
decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es
un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte con nosotros,
así lo llevamos también a él. El suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir.
Esa es mi teoría. Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho
que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir?
Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando
queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de
desvitalizar, de ser deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos
vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que
estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la
tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando
queramos, es una idea exaltante”
SU
ATEISMO:
Sobre
Dios emitió frases de una connotación bastante beligerante, e incluso, a pesar
de que sus sentencias sobre él sean irrespetuosas, todo su trabajo teológico se
muestra en estas pocas líneas, en las cuales sintetiza algunos de sus proverbios:
°
“Dios es una desesperanza que empieza donde terminan las otras”.
° “Mientras
más se alejan los hombres de Dios, más avanzan en el conocimiento de las
religiones”.
°
“Dios ha explotado todos nuestros complejos de inferioridad, comenzando por
nuestra incapacidad de creer en nuestra propia divinidad”.
° “Sin
Dios todo es nada, y Dios no es más que la nada suprema”.
° “Una
civilización se destruye sólo cuando se destruyen sus dioses”.
° “No
puedo reconciliarme conmigo mismo, con los otros, con las cosas. Ni siquiera
con Dios. Con él de ninguna manera”.
° "En el juicio final solo se pesarán las
lágrimas”.
SU NIHILISMO
El pensamiento de Cioran, cargado de
amargura e ironía lo sitúa entre los pensadores más provocadores y sonoros de
las últimas décadas. En su mundo atormentado, el
nihilismo tuvo el valor de una afirmación irrefutable: “todo es insustancial, lleno de invenciones y fantasías”, pero,
aunque su concepto del vacío existencial tenía la fuerza de un sistema, no
creía que todo careciera de sentido, más bien pensaba que era innecesario. El fundamento
es simple: si la vida en definitiva es un camino hacia la muerte y se vive en
eternas frustraciones, todo es fútil y carece de sentido, y así dijo para
ratificarlo:
"Estoy inmunizado contra todo, contra todos los credos pasados, contra
todos los credos futuros” “No hay
ninguna regla, ninguna técnica, ninguna norma que le dé sentido a lo que ha de
desaparecer. Todo individuo siente en su ser el carácter irremediable de la
agonía en medio de sufrimientos y tensiones ilimitadas sin ser consciente de la
lenta amargura que se produce en ellos. Piensan que esa agonía última produce
importantes revelaciones sobre la existencia, en lugar de aprender que al final
no les revelará gran cosa porque todo se extinguirá tan inútilmente como han
vivido”.
Entre los más descriptivos de sus adagios,
figuran como ejemplo estas frases terribles:
° La
mentira es una forma de talento.
° La
conciencia es la pesadilla de la naturaleza.
°
Desde que estoy en el mundo, este me parece cargado de un significado tan
espantoso, que se torna insoportable.
° La sociedad
no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos
vivir en ella”.
° Sin
que nosotros podamos impedirlo, el velo que recubre ese espectáculo llamado
vida se desgarra en miríadas de copos ilusorios y, de todo cuanto se desarrollaba
ante nuestros ojos, no quedan ya ni tan siquiera las sombras de una quimérica
realidad”.
LA MUERTE
Para él, la muerte de cada persona es
la única realidad que lo precisa; y siendo así, se comprende que considerara
que vivir sin el sentimiento de la muerte significa hacerlo instintivamente,
sin prestar atención a su eterna e inquietante presencia como parte intrínseca
a la vida. En los libros que más dedicó al tema, repitió reiteradamente una
frase que ya muchos filósofos habían expresado en distintas épocas: que la
vida es cautiva de la muerte.
Su peculiaridad en esta idea ya tantas veces
expuesta por múltiples filósofos, es que afirmó que las revelaciones de orden
metafísico comienzan únicamente cuando el equilibrio superficial del hombre
empieza a vacilar y, la espontaneidad ingenua es sustituida por un martirio
profundo:
“La
irrupción de la muerte en la estructura misma de la vida introduce
implícitamente la nada en la elaboración del ser. De la misma manera que la
muerte es inconcebible sin la nada, la vida es inconcebible sin un principio de
negatividad. La implicación de la nada en la idea de la muerte se lee en el
miedo que se le tiene a ésta, el cual no es más que el miedo al vacío. La
inmanencia de la muerte revela el triunfo definitivo de la nada sobre la vida,
probando así que la muerte existe únicamente para actualizar progresivamente su
camino”.
Y con los dos siguientes textos le da su sello
de autor:
“El
desenlace de esta inmensa tragedia que es la vida –la del ser humano en
particular– mostrará que ilusoria es la fe en la eternidad de la vida; pero
también que el sentimiento ingenuo de la eternidad constituye la única
posibilidad de sosiego para el hombre histórico. Todo se reduce, de hecho, al
miedo a la muerte. Cuando vemos una serie de formas diferentes de miedo, no se
trata en realidad más que de diferentes aspectos de una misma reacción ante una
realidad fundamental; todos los temores individuales se hallan vinculados,
mediante oscuras correspondencias a ese miedo esencial. Quienes intentan
liberarse de él utilizando razonamientos artificiales, se equivocan, dado que
es rigurosamente imposible anular un temor visceral mediante construcciones
abstractas. Todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte
no puede evitar el miedo. Y es el temor el que guía a los adeptos de la creencia
en la inmortalidad. El hombre realiza un doloroso esfuerzo para salvar –incluso
cuando no existe ninguna certeza– el mundo de los valores en medio de los
cuales vive y a los cuales ha contribuido, es una tentativa de vencer el vacío
de la dimensión temporal a fin de realizar lo universal”,
y el otro:
“Ante
la muerte, dejando aparte toda fe religiosa, no subsiste nada de lo que el
mundo cree haber creado para la eternidad. Las formas y las categorías
abstractas aparecen ante ella como insignificantes, mientras que su pretensión
de universalidad se vuelve ilusoria frente al proceso de aniquilación
irremediable. Nunca una forma o una categoría podrán aprehender la existencia
en su estructura esencial, como tampoco podrán comprender el sentido profundo
de la vida ni de la muerte. ¿Qué podrían, pues, oponerles a éstas, el idealismo
o el racionalismo? Nada. Las demás concepciones o doctrinas no nos enseñan
tampoco casi nada sobre la muerte. La única actitud pertinente sería el
silencio o un grito de desesperación. En
efecto, ¿qué alivio podría aportar la distinción artificial entre el yo y la
muerte a quien siente la muerte con una intensidad real? ¿Qué sentido puede
tener una sutilidad lógica o una argumentación para el individuo víctima de la
obsesión de lo irremediable? Toda tentativa de considerar los problemas
existenciales desde el punto de vista lógico está condenada al fracaso. Los
filósofos son demasiado orgullosos para confesar su miedo a la muerte, y
demasiado presuntuosos para reconocer que la enfermedad posee una fecundidad
espiritual. Hay en sus consideraciones sobre ella una serenidad fingida: son
ellos, en realidad, quienes más tiemblan ante ella. Pero no olvidemos que la
filosofía es el arte de disimular los tormentos y los suplicios propios”
Cerramos su letanía trágica, tomando estos
cuatro aforismos de su libro “Ese maldito yo”:
° “El deseo de morir era la único que me
importaba; por ello he sacrificado todo, aún la muerte”
° “Se muere desde siempre y sin embargo la
muerte no ha perdido su lozanía. Ahí reside el secreto de todos los secretos”.
° “Vivo únicamente porque puedo morir cuando
quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado”.
° “Dejar de existir no significa nada, no puede
significar nada. ¿Para qué ocuparse de lo que sobrevive a una irrealidad, de
una apariencia que sucede a otra apariencia? La muerte no es efectivamente
nada, o todo lo más un simulacro de misterio, como la propia vida”.
Emil Cioran descansó del sufrimiento el 20 de
junio de 1995, paradójicamente a los 84 años. Murió víctima del Alzheimer; llevándonos
a la especulación de que, tal vez dicha enfermedad se desencadena en los
laberintos del cerebro de las víctimas, como una respuesta al desprecio e
indiferencia que por alguna razón tiene de la vida.
Los restos de sus amarguras están enterrados en
el cementerio de Montparnasse, en Paris, la ciudad que tanto amó.
CIERRE BÍBLICO
Libro de la sabiduría (2,1-7)
(Pues neciamente se dijeron a a sí mismo los que no razonan):
Corta y triste es nuestra vida y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del Hades.
Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida, seremos como si no hubiéramos sido; porque el humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón.
Extinguido este, el cuerpo se vuelve ceniza, y el espíritu se disipa como tenue aire.
Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras, y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece.
Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga.
Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todos en nuestra juventud.
Hartémonos de ricos, generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral.
Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, no haya Prado que no huelle muestra voluptuosidad.
Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte.