miércoles, 1 de noviembre de 2023

 

 

POR QUÉ SE ESTÁN VENDIENDO 

TICKETS PARA MARTE


Texto de Otrova Gomas, Fotos de Internet.







El mundo convulsionado en que vivimos ya casi supera los momentos más graves y dramáticos de la historia. Aunque desde el inicio de las civilizaciones ha habido guerras asesinas, así como se han sufrido huracanes destructivos, volcanes devastadores, desbordes de las aguas en todos los caudales, barbaries religiosas, gobernantes al estilo de Nerón y Hitler, migraciones y hambrunas, quiebras y terremotos por todos los rincones, estos han llegado poco a poco y repartidos en diferentes años.  Pero en este 2023 y el pasado, los hemos superado porque nos ha caído todos al mismo tiempo.  Algo inaudito y difícil de creer, aunque lo diga el viejo Notre Damus.

Así, en muchas partes se ha llegado a las más altas temperaturas conocidas, a sequias, inundaciones e incendios que nunca fueron registrados, igual que ha ocurrido con casi todas las otras calamidades naturales.


Al dar una mirada detallando las tragedias, veremos que en las guerras hemos batido récords. Solo en los años 22 y 23, sean internas o con países vecinos, se destacan las de África, con las de Libia, Etiopía, Somalia, Sudan y Sudan del Sur, Siria, Mozambique, el Sahel, Camerún, la República Centroafricana, Níger, Yemen y el Congo, la mayoría de ellas contra fuerzas yihadistas.

Por la fiereza y la destrucción, brilla la de Ucrania contra la invasión rusa, la de Israel contra Hamas y Cisjordania y a punto de incorporarse el Líbano e Irán. Y Obvio por ellas están latentes la de Irán contra EE.UU. Además, tenemos las de Armenia y Azerbaiyán, la turca contra los kurdos y las de Pakistán y Afganistán. 

Al contabilizar las que se libran contra los carteles de la droga, se encuentran las de Italia, España, Méjico, Ecuador, Colombia y Haití.  Por otro lado muchas están a punto de volverse conflicto, como las de Rusia con la OTAN y los EE.UU., la de Rusia contra Finlandia y Polonia, la de Costa Rica y Nicaragua, la de Guatemala y Belice, así como las de Chile con Perú, Bolivia y Argentina. 

 Mas suaves, pero latentes, no hay que olvidar la Argentina con Inglaterra, la de Venezuela con Guyana, y las de China, sea contra Taiwán, Estados Unidos, Japón, las Filipinas y todos sus vecinos, sin olvidar la de Corea del Norte contra la del Sur y con todos los países del planeta hasta donde lleguen sus cohetes.    

Lo grave es que, al mismo tiempo, por primera vez se ha creado un ejército formado solo por criminales salidos de prisión y pagados, -el grupo Wagner- En otra línea se han desarrollado nuevos tanques, cohetería, terribles drones, así como mejores bombas atómicas, incluso la de hidrogeno no enriquecido, -sin duda por la crisis económica-, sin olvidar la de las pobres mujeres musulmanas contra las barbaridades de los gobiernos de Irán, Afganistán y varios países árabes.


Paralelo a ese potencial militar que indefectiblemente se volvería atómico y  acabaría con el planeta Tierra, con la Luna, y crearía fallas graves en el Sol, al ir a otro plano, encontramos la diabólica corrupción gubernamental que se ha apoderado de todos los gobiernos del mundo, con cinco o seis países de excepción, encontrándose entre los primeros los robos mil millonarios, como el caso chino, el de los rusos y los de África y Venezuela.

Para complementar el cuadro de horror, se nos presentó una epidemia que paralizó al planeta golpeando mortalmente su economía causando millones de fallecidos, a la vez que se han fortalecido y expandido los grupos terroristas islámicos y los carteles del narcotráfico, el motor de la economía que domina gobiernos y cárceles de una manera inimaginable.



Todo ello para no hablar del impresionante aumento de la migración de millones de seres desesperados. Lo que agrava esta situación, es que se ha fortalecido el número de defensores de los derechos humanos partidarios del respeto a los de los hampones y los asesinos de todas las magnitudes.  

Si es en política, la catástrofe nos ha llegado con gobernantes como los de Perú, que apenas terminan el mandato se van directo a la cárcel, figuras siniestras como Putin, el más grande envenenador desde Neill Cream, la larga lista de dictadores africanos, o personajes de la talla intelectual de un Manuel López Obrador, la simpatía de Donald Trump o Kim Jong-un, la claridad mental de Petro y Daniel Ortega y la honestidad de la Sra. Kirchner.



Una lista que explica el gran negocio de las empresas aéreo espaciales vendiendo tickets para Marte e incluso para los meteoritos.   

martes, 20 de junio de 2023

 LOS TÉMPORA-LINEALES


Texto y fotos :Otrova, G.


  

A diferencia de los demás mortales, mi medición del tiempo no es cíclica ni circular sino lumínica y lineal. Por una extraña falla genética, o tal vez un beneficio inesperado, el proceso de mi vida no transcurre al ritmo del común de las personas, o sea de lunes a domingo, para volver a ser lunes y seguir repitiendo días de semana hacia nuevos domingos, que habrán de sumarse a meses y años de un eterno retorno nietzscheano.


Al igual que otros témpora-lineales, solo uso como punto de referencia para el cambio y transcurrir de la existencia dos únicos momentos de trascendencia: el día y la noche, con sus respectivos símbolos, el de la luz y el de las tinieblas. Negando la validez y realidad de los procesos históricos, -porque ellos solo son un futuro disuelto y por ende algo inexistente-, cada uno de nosotros empieza a contar el verdadero tiempo, el individual, desde el instante en que aparecemos en el mundo, y termina en el que desaparecemos. 


Si bien los sistemas de calendario, sea del egipcio al gregoriano, del hebreo al musulmán, o el de los mayas a el de los náyades de Borneo, llevan todos a una engañosa fecha que se va acrecentando según los ciclos solares o lunares, para mi realmente solo han transcurrido 31.030 días y 31.029 noches, el tiempo total y único que ha tenido el mundo para el momento en que esto escribo. 

Sabemos que el precio a pagar por tal irreverencia contra la física, las religiones y la astrología es alto. Los adeptos al sistema asumimos carencias y pocos privilegios. Por tener el cerebro programado hacia la llegada de la luz y la oscuridad, nos está vedado comer alimentos negros en las noches, como los blancos después que aparece el sol. 


Entre los pocos privilegios que disfrutamos, está el que no vemos como hecatombe el momento en que se acabe el mundo por efecto de las dos únicas fuerzas que en realidad rigen el tiempo y el espacio del universo: los soles y los huecos negros. Cuando llegue el instante en que el planeta pierda su órbita y sea atraído y se calcine entre las llamas del astro padre, para nosotros ese delirio lumínico y abrasivo solo será un día más de la cadena temporal; al igual, tampoco tendrá tono de desgracia el que un hueco negro nos devore. Ese soplo de brevedad extrema, que a los demás humanos le causa pánico y desesperación, simplemente lo vemos como la llegada de una noche de tiempo más, solo que un poco más extensa. 






Es de hacer notar que las auroras boreales nos confunden. Son muchos los que perdieron el conteo de sus días y sus noches al caer bajo el encantamiento de esas fosforescencias sorprendentes. Algo que es grave, porque si bien cada quien vive en una fecha diferente, que es la propia, un error en el conteo diario por confusión lumínica nos puede trastornar el curso de la vida, ya que todos los témpora-lineales, al aceptar como explicación de la existencia del universo a la Teoría del Caos, si dudamos o nos confundimos en la captación del orden lumínico pre establecido, perdemos el único sistema para sobrevivir y terminamos atrapados por el de los calendarios, esa pintoresca ficción de lo inexistente. 


Reconozco que tal representación del tiempo es angustiante. Si es verdad que no sufrimos el mito de los segundos o del lento paso de los siglos, tenemos dos problemas: el primero, que carecemos de esperanzas, porque no creemos en el futuro, el otro, una tragedia, porque para dolor de nuestros seres queridos y los amigos, no podemos perdonar, hacerlo sería un retroceso sin sentido hacia algo negativo que dicen que ocurrió en el pasado.  





En la esencia del castigo, se haya el que tampoco tengamos sueños ni podamos programar la vida. Solo vivimos como debe ser, ahora, hacia delante y ciegamente, porque no obstante las casuales circunstancias del azar, nadie puede saber lo que trae lo que no existe. De allí que nuestra presencia física solo se entienda como una carrera hacia  la muerte, el verdadero día del fin del mundo y el único en que se puede saber el verdadero tiempo transcurrido. 


Nuestro nombre y el digito de los días vividos es la única cruz que nos está permitido poner en nuestra tumba. Cuando mucho, al lado del número de días y de noches transcurridos, podemos señalar cuál fue el mejor, y cual el más terrible. 

Por ese peso espiritual vivimos aislados. No se nos comprende. No se nos invita. No se nos ofrece ni cariño ni amistad. Los ojos de quienes nos oyen explicándole su error temporal se tornan graves y sus miradas se vuelven agresivas. Ellos siguen enamorados de sus días, semanas y meses repetitivos, diciendo siempre la misma frase: “Que rápido se va el tiempo”, sin darse cuenta que él no se no va, sino nos los roba la descarada muerte. Igual los veo creyendo que siguen cumpliendo años el mismo día, como si de verdad ese instante se estuviera repitiendo. 


Pero no nos importa. Aunque ellos sean muchos, sabemos que siguen perdidos en un bosque de mentiras sobre cómo se les va la vida. 

Nosotros somos pocos. Para este amanecer, apenas 15.700 miembros formamos la sufrida cofradía de los témpora-lineales. No todos nos conocemos, pero uno de los grandes físicos que inició la escuela nos ha logrado relacionar sin vernos y de lejos. 

De esa manera en algo podemos enfrentar la incomprensión y el desamparo. 


Y aunque ello no nos da la felicidad extrema, esta manera de medir el tiempo produce la satisfacción de saber que es igual morir solo, a que se apaguen juntos todos los soles y estrellas del universo, porque de cualquiera de las dos maneras, en ese instante desparecerá lo que creíamos que era el tiempo.

martes, 13 de junio de 2023

 Historias del tiempo y de la muerte.



LA BANDA TRANSPARENTE


Texto y fotos. Otrova Gomas.




No se como llegaron. Pero nunca olvidaré que eran dos y estaban armados. Aquella noche se me había hecho tarde, eran más de las doce y venía de una conferencia que se alargó por lo complicado del tema: “El origen de las equivocaciones”. Yo era el expositor y al final me enredé completamente y la discusión se volvió larga e insoportable. 


Cuando llegué a la esquina para buscar el auto, la soledad se me hizo atemorizante, tal vez por efecto de las luces empobrecidas cayendo sobre el asfalto destruido. Era una de esos momentos que nos hacen sentir lo solo que estamos en el mundo. 


Fue a los pocos minutos cuando escuché un ruido detrás de mí. Al voltear no había nada, seguí caminando, ya más rápido, hasta que de nuevo percibí el ruido, que esta vez pude identificar claramente como pasos. Giré la cabeza para ver de donde provenían y pude ver a dos jóvenes entre e dieciocho y veinte años, ambos armados y de aspecto poco tranquilizante; por ello, en el acto los califiqué de atracadores y preferí detenerme mientras buscaba con la mirada algún lugar que pudiese servirme de refugio. Desgraciadamente solo descubrí la desolación del sitio. Frustrado me limité a observar como se acercaban con su gesto agresivo de matones y, uno de ellos, tal vez el mayor, preguntó: 

-¿Para donde va, amigo? 

Su voz me pareció extraña. A pesar del tono pendenciero de los hampones jóvenes, me sonaba hueca, lejana y el acento tenía un jadeo nebuloso. 

-Voy para mi casa- le respondí - ya es un poco tarde.  


Como soy una persona de temperamento frío, y en realidad no pensaba ofrecer ninguna resistencia, me tranquilicé y les miré de frente. Pero esta vez fue el otro el que intervino: 

-Esto es un atraco, caballero- dijo, mientras los dos se me acercaban. 


Estando a pocos metros de distancia noté algo que me asombró de sobremanera: a través de sus cuerpos podía ver la pared del otro lado de la calle. Parecían trasparentes, pero la imagen no era clara y apenas duró cosa de segundos. 

Mis especulaciones cesaron al momento en que uno de ellos me clavó el arma en el pecho y exigió que le entregara la cartera, después la cadena, el reloj y el celular. Lo hice sin replicar, y estando más cerca les pude ver los rostros y la vestimenta. Los dos tenían un semblante desagradable y extremadamente deformado; las ropas sucias y deshilachadas daban una sensación de abandono extremo y hasta me pareció verle una herida profunda en la frente a uno de ellos. 


Pensé para mis adentros: -Deben ser de lo peor de los bajos fondos de la droga.  

Cuando tomaron mis pertenencias se rieron haciendo una rara contracción con la boca,  al tiempo que empezaron a correr alejándose del sitio. Instintivamente los seguí tratando de alcanzarlos para ver a donde se dirigían y, fue ahí cuando vi algo que nunca pude imaginar: en su carrera, los dos delincuentes se levantaban ocasionalmente del suelo y se movían en el aire como si volaran. Eran tramos cortos, pero no podía creerlo.


Me asombró más el hecho de que una vez más note cierta transparencia de sus cuerpos, pero por la manera tan acelerada de correr casi los perdí de vista, hasta que llegué a donde había dejado el auto. Intrigado entré a toda prisa y prendí el motor. Estaba decidido a seguirlos con las luces apagadas. Pensé que si eran extra terrestres, como lo imaginé, no había peligro de que trataran de robármelo, igual se podían meter en cualquiera de los vehículos aparcados a ambos lados de la vía, además que no lo necesitaban, si podían volar, el auto solo serviría para retrasarlos. 

Habrían recorrido unas tres cuadras cuando se detuvieron. Hice lo mismo, aparcando discretamente a uno de los costados; justo en ese instante llegó una camioneta muy pequeña que se detuvo frente a ellos y permitió que se metieran. Cuando arrancaron los seguí manteniendo la distancia. El vehículo dio una vuelta corta y a escasos setenta metros se detuvo nuevamente, ahora frente a tres jóvenes muy parecidos a los que me habían atracado. Se abrieron las puertas de la camioneta y también ellos la abordaron.




Arrancaron y, cuatro luces de semáforo más adelante volvieron a pararse, ahora frente a cinco muchachos, todos armados con cuchillos y pistolas y unas bolsas donde llevaban el producto de sus fechorías. Se rieron haciendo chanzas mientras se introducían en el carro; y si al principio me dio la impresión de que estaban muy apretujados, de lejos pude notar como a pesar de tanta gente las puertas se cerraban sin dificultad.


La camioneta enfiló a toda velocidad hacia la autopista obligándome a seguirlos más de cerca para no perderlos. La persecución se alargó una media hora hasta que se desviaron por la salida que lleva hacia el barrio el Cementerio. Ya con más cautela por la peligrosidad del sitio, me les alejé un poco. Fue varias cuadras más adelante cuando casi me quedo congelado: el misterioso auto se detuvo frente a una de las entradas laterales del campo santo, y al abrirse las cuatro puertas, del interior salieron volando diez jóvenes completamente trasparentes que se fueron dispersando hacia la zona de las tumbas. 


Aún bajo los efectos de aquella impresión espeluznante, confirmé que aquí el crimen no descansa ni en la tumba, o simplemente, era una banda de fantasmas capitaneada por un espiritista del régimen chavista que era el verdadero vivo.



martes, 23 de mayo de 2023

 LA MALDICION RUSA 


Texto y fotos: Otrova. G.



 


La historia tiene cuentos hermosos, pero por desgracia también es un impresionante museo de miseria y perversiones. Entre sus galerías está la de los gobernantes rusos, que aloja monumentos imbatibles por la capacidad de amor hacia el mal en su forma más pura.  En ellos, el asesinato, la sumisión, la esclavitud, el robo, y en los últimos dos siglos, la acción destructiva y el apoyo al crimen y a la delincuencia se le suma al viejo torbellino del pasado, con y sin la esvástica soviética.

 Entre los más llamativos ejemplares de esa fauna maligna brillan:


DE LOS PRINCIPES DE KIEV:

* Sviatopolk Vladimirovich - “El Maldito”- Entre sus hazañas está el asesinato de sus tres hermanos, solo porque le disturbaban con sus pensamientos.

* Yuri de Moscú.  Uno de los personajes más desagradables de la historia rusa medioeval. Vivió en un permanente asesinato masivo y con todas las carceles siempre llenas. Se apropió de todas las riquezas de Rusia y se anexó todos los países vecinos matando a sus habitantes.






DE LOS ZARES:

* Ivan Vasilevich IV ( el primer Zar ruso) se forjó con el sobrenombre de “El Terrible”, y se lo ganó a pulso acabando con miles de sus súbditos, a los que sometió a todo tipo de torturas, incluso a sus ministros por pensar que podían intentar derrocarle. Aparte, mata a su hijo, se apodera de toda Siberia, saquea y asesina en masa a los boyardos y en sus invasiones no deja con vida ni a uno solo de los kanatos. Se jactaba de haber desflorado a más de mil vírgenes, y toda su conducta fue tan degenerada que ha llevado a los historiadores a considerar que era un enfermo mental.

* Dimitri I. - “El Falso”-. Consiguió el trono después de asesinar al Zar Teodoro II. Dominó a la fuerza todo el territorio ruso y se anexo el de los vecinos asesinando a los opositores.  Entre sus pocos actos humanitarios estuvo el declarar el “Día de Yuri”, en el cual los siervos podían escoger a otro amo para mejorar su condición de esclavo. Aún se recuerda su orden de producción en masa de armamentos para conquistar a los otomanos.





DE LOS SOVÍETICOS

Si los príncipes y los zares esclavizaron al pueblo ruso y a los que se anexaron, los gobernantes comunistas los re-contra-esclavizaron bajo la excusa de liberarlo.  

Cada uno de sus Primeros Ministros, Secretarios Generales o Presidentes que reemplazaron el gobierno de los zares, tiene un toque propio que le distingue y se suma a ese amor que han tenido todas las dictaduras comunistas por la represión, los asesinatos, los encarcelamientos, la censura y las torturas.  

Entre ellos, serán recordados:

* Lenin.  Con más de un millón de personas asesinadas por motivos políticos o religiosos, 300.000 y 500.000 cosacos eliminados, cientos de miles de trabajadores y campesinos masacrados por hacer huelga, 240.000 muertos en la represión de la rebelión de Tambov, más de 50.000 prisioneros de guerra blancos ejecutados, y entre 3,9 millones y 7,75 millones de muertos por hambrunas entre rusos, kazajos y tártaros.

* Stalin - El Padrecito- Con está joya la represión contra los enemigos del régimen desplegó su máxima capacidad diabólica. Fue a partir del verano de 1918 tras la insurrección de los social revolucionarios de izquierda de Moscú. Millares de presos y de sospechosos fueron asesinados a lo largo de toda Rusia, en tanto que la cercana Ucrania sufrió lo peor escasez de alimentos de su historia con centenares de miles de muertos o deportados en los programas de colonización de Siberia; se le asuman 1,5 millones de ejecuciones, cinco millones de víctimas de los gulags, y entre 1.7 y 7,5 millones de deportados y un millón de prisioneros de guerra, es decir alrededor de nueve millones de víctimas. Para completar la cifra de los 15 millones que señalan Conquest y otros autores, habría que sumar los seis millones de muertos por el hambre y las malas condiciones que padecieron los rusos, y sobre todo los ucranianos y los alemanes del Volga.

* Bulganin. Fuera del terror interno, se especializó en húngaros al masacrar a la revolución magyar del 56 y dejar miles de muertos en las calles de Budapest que habían sido tomadas por los tanques rusos. 

* Jrushchov.  Iniciando la política anti estalinista para suavizar el régimen, reprime a fuego inclemente las revueltas de Berlín dejando las calles llenas de muertos y heridos, y entre sus gestos de solidaridad, le da el apoyo total de la URSS al dictador Fidel Castro, el santo favorito de los enemigos de los derechos humanos. 





DEL POST COMUNISMO

Al disolverse la Unión Soviética, los jerarcas de turno se reparten al país volviéndose multimillonarios. Entre ellos hay uno que se destaca por haber estado entre las cabezas de la vieja KGB, y que al primer chance se apodera del poder:

* Putin. Ya instalado, considerándose el nuevo padre de todas las Rusias, se mantiene en el poder por cuatro períodos hasta el presente, destacándose entre su obra el inició de la guerra chechena, aplastando la rebelión de este pueblo contra el dominio de Moscú, paralizando las conquistas democráticas rusas, utilizar selectivamente la justicia para disuadir adversarios,  apoyando las matanzas de ucranianos por los rusos de esa nación, y apoderándose a la fuerza de la península de Crimea. 

Al mismo tiempo, apoya la dictadura Siria, bombardeando todo su territorio causando la muerte y la desolación de ese pueblo solo para apoyar a Bashar al-Ása, su socio para instalar una base militar en el Medio Oriente. Entre sus desafueros destaca el apoyo a la destrucción de Venezuela, la sociedad modelo en violación  de derechos humanos y uno de los casos de corrupción más grande de la historia.




Pobre pueblo ruso y su triste lotería.

martes, 25 de abril de 2023

 LA CENA DE LA MUERTE 

Texto y foto de O. Gomas





Yo estuve en la cena de la muerte. Ya han transcurrido muchos años desde aquella tétrica noche culinaria, que a pesar de la ligereza que tengo hacia la parca violaba todos los bordes del horror. Aún recuerdo el texto de la invitación, escrito en gótico antiguo, con el sobre delicado en el que mi nombre estaba impreso en un horrible papel de tonos amarillos. 

Era el verano de 1980. Para entonces ya había oído hablar algo de ese extraño sitio, cuando una mañana me encontré a Lucio del Mónaco, un viejo compañero de secundaria, al que invité a tomarnos un café para celebrar la casualidad. 

Hacía muchos años que no nos veíamos. Nuestras profesiones no coincidieron en sus rutas: él era agrónomo y yo en el campo jurídico pocas veces visitaba la campiña. En el intercambio que tuvimos de recuerdos de los días de nuestra juventud, repentinamente él puso el tema de la situación actual de nuestras vidas confesándome su amargura existencial. Era un conjunto de tragedias de distinta naturaleza, que, según él, le habían vuelto cada amanecer en un drama que solo le despertaba un profundo deseo de morir. 

Por más que traté de darle ánimo e inculcarle un mínimo de entusiasmo vital, mis intentos fueron infructuosos; fue entonces cuando me dijo que lo habían aceptado como invitado a la secreta Cena de la Muerte, una extraña forma de suicidio colectivo activado por un excéntrico comerciante de comida. 


Con gran asombro me enteré con más detalles del lugar. Era un restaurant situado en las afueras de la ciudad, extremadamente selecto, tanto por el lujo como por la calidad de las comidas y bebidas, muy diferente a cualquier otro sitio que yo hubiese conocido. Allí, un día a la semana, y luego de haber estudiado cuidadosamente las motivaciones para morir de cada una de los invitados, se celebraba una cena para diez personas, en la que todos, vestidos con la máxima pompa y esplendor, morirían saboreando el mortal condumio.  

Impresionado supe que la cita de Lucio seria para dentro de dos semanas y ya no había marcha atrás, Su decisión estaba tomada y era irrevocable. Muy impresionado, y luego de tratar inútilmente de convencerle para que abandonara la idea, al final nos despedimos con un fuerte abrazo y el dolor de mi impotencia. 

Fue en el último instante, cuando acercando su mano a la mía, me dijo con una ligera sonrisa: 

-Toma esta tarjeta, ahí están los datos, puede ser que un día también la necesites. 

Después de esa mañana ya no lo vi más. 


Pasaron cerca ocho años de esos acontecimientos, y un día, mientras trabajaba en un libro sobre la muerte, se me ocurrió conocer de cerca aquel extraño sitio para ver si allí podía encontrar elementos de interés que pudieran incorporarse al texto, y así lo hice. 

Previa solicitud de la obligatoria invitación, y haber inventado una serie de respuestas para justificar las razones que tenía para despedirme de este mundo, fui aceptado.

 A la semana siguiente, en una hermosa noche estrellada, y previo el pago adelantado del precio por los servicios, me hice presente en el restaurante para la macabra cena.

Llegue temprano al sitio, aunque que como lo decía la invitación la cena se serviría a las siete en punto de la noche. 

Eea una mansión hermosa; el lugar, situado a casi una hora de la ciudad, me recordó el lujo de un viejo restaurante en la vieja Budapest.  Al entrar, pude ver a dos de los comensales, que en ese instante conversaban con el jefe de recepción mostrando en sus rostros un claro gesto de tristeza. Me acerque y les salude sin añadir nada en particular, y apenas si le dije al que parecía ser el administrador, que estaba invitado, preguntándoles si podía ver el menú.

Este me sonrió con ironía y me lo facilito en el acto. 

Son muy buenos platos -dijo- ¿Usted es...?


Tomé la carta manifestando mi interés por el contenido, y en lugar de responderle indagué por el año del Chablis que aparecía en la carta de los vinos.

Los otros dos comensales me miraron un poco sorprendidos, y en ese momento, ya a la hora establecida, entraron al lugar tres de los otros invitados. Saludaron y se identificaron, y de inmediato el recepcionista nos llevo a todos juntos a la sala alfombrada donde se hallaba la lujosa mesa. 

Allí ya estaban los otros cuatro invitados y los recién llegados fuimos colocados en los sitios que nos correspondían.

Estando sentado leí la carta con más detalle y pude ver las entradas y platos principales:  para comenzar había ensalada de berros y alcachofas con salsa de cianuro de potasio en aceite de oliva, o salsa de pepinos con ácido muriático, de aperitivo figuraban dos hongos gigantes venenosos en salsa Bouillabaise, o codorniz envenenada con sustancias radioactivas, el plato principal daba la opción de pato horneado con estricnina, acompañado con arroz salvaje, o bistec de cerdo en jugo de toxina botulínica y zanahorias dulces, de postre solo había helado de lechosa con arsénico a la San Éché. 

El café se podía pedir, pero era obvio que ya a esas alturas de la comida no sería necesario.

Mientras los comensales nos saludábamos, -la mayoría con una enorme cara de tristeza-, llegó el sommelier, y nos sirvió un Chablis de la maravillosa cosecha del 79. 

A la hora del brindis, tomó la palabra el anfitrión, quien dijo:


 -Seré breve. Antes que nada quiero darles la bienvenida esta maravillosa noche que para ustedes es su última cena. No es cuestión de ponerse a opinar sobre el importante paso culinario que han dado. Cada quien sabe las razones por las cuales quiso y ha aceptado participar en este evento y disfrutar de nuestra comida y nuestros vinos. Igualmente, les informo que ya se ha arreglado el pase post cena de cada uno de ustedes al departamento de urnas del restaurante, así como el envío de sus cuerpos a familiares o los sitios que nos han solicitado. Solo me queda decirles: buenas última noche, y buen apetito. 

Al terminar, acercándose a mí por un costado, y mientras dos de los comensales trataban del contener el llanto, me dijo en voz baja: 

-Sr. Grimau. ¿Creo, que usted se llama así? ¿No? Recuerde que faltaron ciertos datos en su solicitud. Se le aceptó porque estaba en el extranjero, pero ahora debe completarlos. 

Fue en ese instante, cuando sacando una pistola de la cintura del esmoquin, me levanté de la silla y dije alzando la voz:

-Lo siento, esta noche no habrá cena, la comida esta pasada. Todos los presentes me hacen el favor de salir inmediatamente de este sitio.


Disparé un tiro al techo, y los empleados y comensales asustados se pararon y salieron apresuradamente hacia la puerta. Seguí amenazándoles con un segundo disparo, y luego fui obligando a cada uno de los invitados a montarse en sus autos y a salir del lugar, acabando por primera vez en su historia con la famosa Cena de la Muerte.

 Lo que si me pareció, es que allí como que nadie se quería morir, porque curiosamente todos salieron corriendo apenas dije que la comida estaba pasada, y se veia que  estaban aterrorizados de que les pegara un tiro.

sábado, 26 de noviembre de 2022

 



 “VEINTE FILOSOFOS Y LA MUERTE”


   

 Otrova Gomas



Fotos de los filófos tomadas de Internet. 




INTRODUCCIÓN

 

A pesar de los múltiples enfoques filosóficos y la diversidad de opiniones que existen sobre la muerte, son pocas las variaciones sustanciales que existen entre ellas. Algo que es comprensible cuando se trata de un tema que no da muchas alternativas: llega un día, su figura siniestra mueve la guadaña y, al igual que hace con todos los seres vivos, en fracciones de segundo se apodera de la esencia de su vida.

La selección de las opiniones presentada no ha sido casual. Ellas son parte del pensamiento de varias de las figuras más destacadas en la historia de la filosofía, y en particular, de aquellos que le dieron a la muerte una importancia especial en sus reflexiones, fuesen estas metafísicas o de otra naturaleza.  Al leerlas en conjunto, se pueden notar diferentes coloraciones, algunas son repetitivas, otras complementarias, y muchas diametralmente opuestas.

Es importante notar que, si apartamos el tono aciago que acompaña a la idea mortuoria, el análisis de la mayoría de esos pensadores sobre el fenómeno, en lugar de aterrorizarnos podría ayudarnos a domesticar el miedo que ella incrusta en el alma de los humanos.  

Las reflexiones seleccionadas no son extensas, más bien constituye una síntesis concisa sobre el tema, a la cual se le han acompañado pequeñas notas biográficas de cada filosofo, así como algunos de los puntos claves en el conjunto de sus teorías. Algunas tienen dificultades de comprensión, pero así fue su pensamiento. También es importante señalar que este trabajo, como casi todos los que tienen relación con la historia de la filosofía, en cierta forma es una reproducción de obras y apreciaciones ya repetidas del pasado, y su fuente principal han sido los textos e ideas tomadas textualmente de los filósofos, así como el enfoque de varios calificados historiadores y analistas de filosofía; de allí que más que crear una obra original, su importancia es la selección de los autores, y el haber escogido el tema en función de una pregunta muy antigua y complicada: ¿Qué es la Muerte? 

La respuesta a ella es variada y compleja, podríamos decir que para algunos poetas es la madre de los llantos, hija de la noche y hermana de los miedos. Como reina del terror, es la perpetua capitana en el naufragio hacia la nada. Religiosamente siempre se le encuentra al lado de los dioses de todas las creencias; históricamente su presencia se pierde en el origen mismo de la vida, porque nació como potencia antes del acto y que la primera constelación surgiera del efluvio de los gases primitivos. Socialmente, siempre ha sido un concepto terrorífico presente en todas las lenguas y civilizaciones conocidas.

Además de realidad física también es una alegoría, porque representa la desaparición ineludible de una persona y en ello radica el pánico que se desprende de sus representaciones.

Para muchos solo encarna un enigma: ¿El cielo, o el infierno? no tanto el dónde, como el cuándo. Orgullosa ocupa su puesto en el treceavo arcano mayor del Tarot, que carece de nombre como si un simple número la identificara.

Como personaje de terror, la muerte es un caso curioso, ya que, a pesar de ese aspecto lúgubre y la ausencia de toda gracia, ha sido objeto de culto y adoración de muchos pueblos a través de distintos ciclos de la historia. Así lo narran el libro de los muertos en el antiguo Egipto, los cantos rescatados de las civilizaciones precolombinas, las leyendas del Pacífico sur y las del África, al igual que fue objeto de misas negras y danzas tenebrosas en la edad media. En casi todas partes se le rinde respeto un día al año, y en las culturas de la inopia suele ser la columna principal del rito.  

Para el pensamiento analítico, filosofar sobre la muerte es inquirir sobre el drama existencial mayor. Es un intento de comprender algo que escapa de todas las formas de la lógica y nos hunde en la impotencia. Tal vez es la palabra que más exige un ¿Por qué?, en silencio y en interrogación doble, ya que morir lleva a preguntarse tanto el para qué vinimos a este mundo como la razón de la partida.

Comprender su naturaleza se complica porque está demasiado ligada a un problema religioso de solución difícil: el alma, un concepto que no se puede separar fácilmente de la existencia de una fuerza superior creadora, y que a la vez deja dos preguntas ¿Cuándo llegará a nosotros? y ¿Hacia dónde nos lleva en su secreta ruta? Materia para divergencias teológicas complejas sobre la cual levantan su fiesta los animistas y todas las escuelas subjetivistas de la filosofía.

 Descartes trató de responderlo con la famosa glándula pineal, que le fue tan cómoda para unir el alma con el cuerpo sin entrar en pleitos con la iglesia, pero, aunque nos pongamos de acuerdo sobre el momento de la llegada de ese fenómeno ineludible y repetitivo, el hecho físico de la muerte sigue siendo la interrogante fundamental de la filosofía.

 


 LOS FILÓSOFOS





DEMOCRITO




  

Entre las concepciones de la filosofía helenística sobre la muerte, las teorías de Demócrito no llevan a una clara conclusión: los seres vivos no mueren. 

Si bien sus ideas coinciden con la de muchas escuelas filosóficas y religiosas, tanto del pasado como del presente, hay una diferenciación en los elementos que la conforman: en ellas, el cuerpo humano es un vacío donde la movilidad se produce a partir del alma, que a su vez está compuesta de átomos que entran y salen a través de la respiración y la exhalación. Cuando esos átomos emprenden su viaje final, dejamos de respirar, pero ellos persisten a diferencia de lo transitorio de la materia orgánica que abandonan.

Filósofo de la escuela conocida como los Atomistas, nació en Tracia, en el 460 a.C. A pesar de la importancia de sus doctrinas, y haber sido uno de los padres de las ideas que luego desarrollaría ampliamente la física moderna, fue poco reconocido para su época.  De la copiosa obra que escribió sobre ética, física, matemáticas, técnica, e incluso música, solo han sobrevivido unos trescientos fragmentos menores, de los cuales la mayor parte son reflexiones, muchas de ellas citadas por Aristóteles y de las cuales hemos tomado varias de la traducción realizada por el Profesor Juan David García Bacca. Entre los pensadores que influyeron en sus ideas estuvieron los geómetras egipcios, donde estuvo durante los años de sus viajes, también Anaxágoras, y su maestro y tutor, Leucipo, a quien se atribuye el desarrollo de la idea del atomismo que había sido iniciada por Tales de Mileto.

Según su teoría atómica de la materia, “Todas las cosas están compuestas de partículas diminutas, invisibles e indestructibles de materia pura, que se mueven por la eternidad en un infinito espacio vacío. Todos esos átomos son de la misma materia, pero difieren en forma, medida, peso, secuencia y posición”. 

Bajo estos fundamentos, Demócrito sostuvo la creación de variados mundos como consecuencia natural del incesante movimiento giratorio de los átomos en el espacio. Una opinión, que al igual que ocurrió con todas las doctrinas filosóficas griegas, no fundamentaba sus postulados en experimentaciones sino por la vía de razonamientos lógicos.  Esto lo complementó señalando que la realidad es una síntesis de “lo que es” y de “lo que no es”, lo primero lo conforman los átomos homogéneos e indivisibles, y “lo que no es” se identifica con el vacío, el elemento que permite la pluralidad de partículas diferenciadas y, constituye el espacio en el cual se mueven los primeros en la extensa variedad atómica. Así lo describe:

Los átomos se diferencian por forma, tamaño, orden y posición, y es la forma de cada uno la que hace posible que se ensamblen, aunque nunca se fusionen, además, de que siempre hay una cantidad mínima de vacío entre ellos que permite su diferenciación, y el que constituyan cuerpos que volverán a separarse quedando libres hasta que se produzca un nuevo ensamble”.   

Esto lo complementa diciendo: “los átomos estuvieron y estarán siempre en movimiento y son eternos, una cualidad inherente a su existencia, infinita, eterna e indestructible. Así, cada objeto que surge en el universo y cada suceso que se produce en él, es el resultado de colisiones o reacciones entre esos átomos”.  Una forma de pensar que habría de generalizarse más adelante durante el Renacimiento y en la filosofía y la ciencia moderna.  

La visión materialista de la teoría atomista de Demócrito y Leucipo podría esquematizarse en estas tres de sus proposiciones:

Los átomos son eternos, indivisibles, homogéneos, indestructibles, e invisibles.
• Los átomos se diferencian solo en forma y tamaño, pero no por cualidades internas.
• Las propiedades de la materia varían según el agrupamiento de los átomos.

Un materialismo extremo, que llevó al rechazo y al enfrentamiento de Demócrito con varios pensadores que defendían la concepción teológica del mundo, en especial con las ideas que Platón desarrolló en el Timeo y en Las Leyes.

 

EL CONCEPTO DE LA MUERTE EN SUS FRAGMENTOS

Entre los fragmentos de Demócrito sobre la muerte se destacan los siguientes:

“No es la muerte un apagarse de la vida íntegra del cuerpo, sino que, cual acontecería tal vez por un golpe o por una herida, permanecen aún firmes y bien arraigados los lazos que el alma tiene con la médula, y el corazón mantiene bien encendida y depositada en lo profundo la chispa de la vida; y, mientras todo esto permanezca podrá el cuerpo volver a poseer la vida, ahora apagada pero presta una vez más para animar.”

• “No hay signos seguros de la cesación de la vida, en los cuales puedan confiar los médicos. Con más razón aún no puede haber signos seguros de la proximidad de la muerte”

• “Los insensatos, por temor a la muerte desean la vejez”

“Los que huyen de la muerte, la persiguen”

A estas reflexiones es necesario agregar algunas de las que expresó sobre la vida, en consideración a la importancia que le dio al hecho de vivir honestamente y en la felicidad, a la que consideró como el mayor bien, algo que solo se logra a través de la moderación, la tranquilidad y la liberación de los miedos:

• “Quien escoge los bienes del alma, elige los más divinos; quien los del cuerpo, los humanos”

• “Lo mejor para el hombre es pasar la vida lo más contento posible y lo menos afligido que pueda. Ello sería posible si los placeres no se basaran en cosas perecederas”

• “Quien mata al ladrón y pirata debiera quedar del todo impune, hágalo por su propia mano o por mandato o por ejecución de sentencia”

• “No son ni cuerpos ni riquezas los que hacen felices a los hombres, sino rectitud y múltiple cordura.”

• “Gran cosa es, en las desgracias, ver cuerdamente lo que se debe hacer”

• “Si se sobrepasa la medida, lo más agradable se vuelve sumamente desagradable”

• “No vivir cuerdamente, ni sensatamente, ni piadosamente no es tan solo vivir mal sino estarse muriendo tiempo y más tiempo”

Demócrito, cuyo nombre en griego significa “El escogido del pueblo” murió en año el 370 a.C. Según Diógenes Laercio, para ese momento tenía noventa años, aunque otros autores de la antigüedad coincidieron en que vivió más de cien y él mismo se quitó la vida.

 

EPICURO




 

Griego de la época helenística. Muere en el 270 a. C. a los 72 años víctima de una retención de orina causada por el mal de piedra.
Su filosofía es un claro llamado a la felicidad que consta de tres partes: la Gnoseología, la cual se ocupa de los criterios para distinguir lo verdadero de lo falso, la Física, un análisis profundo de la naturaleza en el cual domina la idea del atomismo, y la Ética, en la que el hedonismo y su visión racional de la muerte son la base del pensamiento.

El epicureísmo siempre estará asociado a El Jardín, la escuela que el filósofo instaló en las afueras de Atenas. Un lugar tranquilo alejado del bullicio de la ciudad, donde tenían lugar charlas y un amable intercambio social entre los miembros. En la práctica, aquel centro de estudios tenía más el carácter de espacio para el retiro intelectual de amigos que para la investigación científica y los estudios profundos al estilo de la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles, porque a diferencia de estos, allí también eran admitidas personas de toda condición y clase, incluyendo disolutos, mujeres y esclavos, algo que era poco usual de encontrar en una escuela filosófica de la Grecia de esos tiempos.

La óptica hedonista –vida placentera- que propuso Epicuro giraba alrededor de la idea de la eliminación del dolor por medio del placer, que solo se encuentra en la búsqueda de la felicidad y en el ejercicio de la plenitud de la vida, para lo cual tiene gran importancia evitar los miedos, especialmente a la muerte, porque estos solo conducen la pérdida del placer y a la disminución de opciones para obtener una vida feliz. Dicho temor a la muerte Epicuro lo rotula como “el temor mayúsculo”, porque de todos ellos la idea de que tarde o temprano vamos a morir es el que genera más aflicción en el espíritu de los hombres.

De ese miedo diría:

“Es estúpido quien confiese temer la muerte, no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque pensando en ella sienta dolor, ya que aquello cuya presencia no nos perturba no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros ya no existimos”.

Si lo expresamos de otra manera, la clave para entender por qué considera absurdo preocuparse por la muerte, es porque al llegar la privación total de los sentidos, ya no hay posibilidad de que tengamos conciencia de ese fin, lo cual libera la carga trágica que produce en nuestra mente. La lucha contra los otros miedos que amenazan al ser humano también forma parte de esa batalla, y de todos los temores, los tres más significativos son el miedo a los dioses, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.

El antagónico epicúreo de la muerte lo encontramos en la búsqueda del placer, y de ellos, el mayor que existe es la tranquilidad del alma y la ausencia de dolor, como lo enuncia en esta sentencia:

 La ausencia de turbación y de dolor son placeres estables; en cambio, el goce y la alegría resultan placeres en movimiento por su vivacidad. Cuando decimos entonces, que el placer es un fin, no nos referimos a los placeres de los inmoderados, sino en estar libres de los sufrimientos del cuerpo y de la turbación del alma”.

Como es obvio, esto exige una virtud fundamental que nos permita elegir y ordenar debidamente dichos placeres, y en Epicuro esa virtud tiene un nombre: La prudencia.

 

SÓCRATES




 

Sócrates, nacido en Alopece, Atenas, en el año 470 A.C., muere en la misma ciudad de la antigua Grecia en el mes de junio del 399 a.C.  
Un jurado popular compuesto por quinientos un ciudadano lo sentenció a morir bebiendo la copa del veneno empleado por los griegos de entonces para las ejecuciones: la cicuta. Había sido acusado de no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud; aunque para Jenofonte, uno de sus alumnos, fue una obvia venganza por haber admitido como discípulo a Critias, miembro del cuerpo político-militar espartano que tomó el poder en Atenas después de la guerra del Peloponeso, algo que era imperdonable para los políticos atenienses.

Para salvarle la vida, sus amigos propusieron pagar una fianza y permitirle ir al exilio, e incluso planearon su fuga de la prisión, pero el filósofo prefirió acatar la ley y morir manteniéndose firme en sus principios.  A pesar de que la muerte por cicuta es terrible, la suya fue tranquila. Según la crónica que describe los acontecimientos:

En una primera fase el toxico le provocó la excitación del sistema nervioso central, luego le empezaron los temblores, los dolores ligeros, el delirio y las alucinaciones. Al final el cuerpo entró en una parálisis progresiva que al llegar a los músculos respiratorios le produjo la asfixia sin que le desapareciera la conciencia”.  Para ese momento el filósofo tenía 70 años.

En el dialogo Fedón, Platón describe los últimos momentos del maestro según el testimonio de otros discípulos que estuvieron presentes.
Así los detalla enalteciendo la figura de aquel sabio que aceptó su muerte con nobleza e hidalguía y con una serenidad que aun hoy nos enseña lo que es la fuerza del espíritu:

Y viendo entrar al esclavo que le iba a suministrar el veneno le dijo: -Muy bien, amigo mío, es preciso que me digas lo que tengo que hacer porque tú eres quien debe enseñármelo...
Y luego de preguntar detalles llevó la copa a los labios y bebió con una tranquilidad y una dulzura maravillosa.
Todos lloraban desconsoladamente y Sócrates dijo:
- ¿Qué hacen amigos míos? Manteneos tranquilos y dad pruebas de firmeza.
Él, que estaba paseándose, sintió desfallecer sus piernas y se acostó de espaldas en la mesa destinada a ello. El cuerpo se helaba y se endurecía, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo.
Y al mismo tiempo, quien le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas. Luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido.
Mientras lo tanteaba nos explicó que cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando, descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
-Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esa deuda.
- Así lo haré-, respondió Critón, y ya Sócrates no respondió nada.
Ese fue el final de nuestro amigo, del hombre, podemos decirlo, que ha sido el mejor de cuantos hemos conocido en nuestro tiempo, el más sabio, el más justo de todos los hombres"

Sócrates, que constituye uno de los pilares fundamentales de la filosofía griega no dejó obra escrita, pero gracias a Platón y a otros discípulos hoy se tiene una visión bastante clara de su pensamiento y de sus enseñanzas. Fue ciudadano, al igual que fue soldado combatiente, incluso considerado héroe de guerra por su audacia y valentía. En su vida también fueron de gran importancia sus funciones civiles al servicio de la gran ciudad ateniense.  Su aporte filosófico fundamental fue la mayéutica. Un método de aprendizaje que se basa en hacer una pregunta tras otra hasta encontrar la verdad, o al menos obtener una respuesta correcta basándose en la reflexión y en el razonamiento. Este sistema es un proceso desencadenante del pensamiento creativo, puesto que pone en tela de juicio los supuestos básicos sobre los que, según él, se construyen las teorías o paradigmas dominantes.
A la mayéutica la complementa con la ironía, algo a lo que llama: demostrar al interlocutor que aquello que creía conocer en realidad se sustenta en prejuicios equivocados.

Su idea de la muerte está resumida en estas palabras, las cuales les dirigió a los jueces que le acababan de sentenciar:

“Hay gran esperanza de que la muerte sea un bien, pues es una de estas dos cosas: o no es nada, solo un sueño perpetuo que no produce sensación de nada, o, como se dice, una transformación, un cambio de morada para el alma. Si es una ausencia de sensación, es como una noche en que se duerme y se descansa sin soñar, sería una ganancia maravillosa. Si fuera como emigrar a otro lugar y es verdad que allí están todos los que han muerto, ¿Que bien habría mayor que este?, en ambos casos no es algo que debamos temer"

 


PLATÓN 





Nació en Atenas o en Egina en el 428 A.C.  Su verdadero nombre fue Aristocles Podros, y provenía de una familia aristocrática y noble por estar emparentada a Solón, uno de los siete sabios de Grecia y al Rey Cedro. Murió en el año 347 A.C. a los 81 años.

Se le puede considerar como uno de los más grandes pensadores de aquella Grecia antigua que brilló culturalmente como pocas civilizaciones del pasado. Discípulo de Sócrates, a quien admiró y de quien hizo una gran apología en sus diálogos, a su vez fue maestro de Aristóteles. En el año 387 A.C, fundó en Atenas la Academia, un centro cultural para la preparación en ciencias, música, matemáticas, astronomía, medicina y filosofía, así como más tarde también se orientó hacia la educación de futuros políticos y gobernantes.

La forma expresiva que utilizó para mostrar su pensamiento tuvo una marca distintiva: en lugar de desarrollar formalmente un amplio sistema filosófico, prefirió escribir toda la obra en diálogos, de los cuales apenas unos veinte y ocho se consideran auténticos entre los más de treinta y cuatro y las trece cartas que se le atribuyen. De estos, destacan de la primera época: Gorgias, República I, Protágoras y Menón, de la madurez, Fedón, Banquete, Republica II y Fedro, y de la vejez Parménides, Teeteto, Sofista, Político y Leyes.  

En cada uno de ellos expuso de manera coloquial los puntos fundamentales de sus ideas sobre la política, el arte, la justicia, las leyes, la ciencia, el alma y la filosofía. Una obra de tal magnitud e importancia, que tanto en su época, como en los años próximos y siglos más tarde habría de influenciar a importantes pensadores y corrientes filosóficas, al igual que ocurrió con varias religiones, entre las cuales se encuentran el cristianismo y el judaísmo.

El empleo de esa forma dialogada de indagar y exponer tantos temas, la explica Platón tomando la raíz de la concepción filosófica socrática: “es la mejor manera para expresar la búsqueda, ya que el preguntar y contestar es un examen incesante de sí mismo y de los demás”.  Una metodología que también habría de servirle para enfrentar a los sofistas y demostrar los errores que les señaló en su interpretación de la verdad y el conocimiento.

Entre los puntos centrales del pensamiento platónico destaca, entre otros: la política, de la cual al principio tuvo una imagen pesimista a consecuencia de las formas de gobierno que había tenido Grecia, y cuyo enfrentamiento se agudizó después de la condena y ejecución de Sócrates. No obstante, fue esa misma crítica la que luego le llevó a reflexionar sobre cómo mejorar la condición de la vida política y la Constitución del Estado, abriendo las puertas para una vía optimista, que llamó: “El gobierno de los filósofos”, una forma de especial importancia en la conducción del estado, la cual se encuentra sintetizada en este juicio:

“Vi que el género humano no llegaría nunca a liberarse del mal si, primeramente, no alcanzaban el poder los verdaderos filósofos, o los regidores del estado no se convertían por azar divino en verdaderos filósofos” 

Aunque los temas y la variedad de matices y contenido de la obra platónica son demasiados para intentar reducirlos en una breve síntesis, al enfocarnos sobre el tema y propósito de este trabajo hay uno que es fundamental para entender su concepto de la muerte: su teoría de las ideas y la inmortalidad del alma.

En oposición a la erística de los sofistas que negaban la posibilidad del conocimiento, Platón desarrolló el mito de la inmortalidad del alma, según el cual el universo ha sido construido por su creador en base a un modelo idéntico copiado del lugar donde moran las ideas eternas, de allí, que una de las cuatro creaciones de ese demiurgo, el cual es el hombre –y a la vez el receptor material-, tenga un alma que es inmortal por ser parte del todo.  Ello supone una cadena de eternos nacimientos, donde el conocimiento que tenemos los humanos es posible porque el alma inmortal se ha ido del cuerpo, y ha regresado muchas veces habiendo visto todas las cosas, sea en el mundo físico o en el Hades. Un conocimiento que es posible gracias a el empleo de dos vías: “la búsqueda que debemos implementar para lograrlo, y el reconocimiento de lo que ya se ha experimentado”. 

La inmortalidad del alma en Platón es demostrable por vía de su doctrina de las ideas, y así, diría: “Estas son iguales al alma, invisibles y presumiblemente indestructibles como lo prueba su capacidad de reminiscencia”.


LA MUERTE EN LAS TORÍAS PLATONICAS

El diálogo en el cual Platón expone más directamente sus opiniones sobre la muerte es en el “Fedón, y es precisamente en los textos relacionados a ella es donde más se capta la influencia y su fidelidad a Sócrates, a quien señala como el principal expositor al momento de su ejecución, rodeado de amigos y discípulos.

Aunque no siempre en las doctrinas del platonismo vamos a encontrar una relación con las ideas socráticas, -incluso en muchos de ellos no figura como participante del dialogo- en esta obra pone en su boca las ideas tranquilizadoras sobre el momento final de la existencia, lo cual hasta nos permite pensar en una muestra deliberada de su identidad con el maestro. Así, expresa: La muerte es la extinción de todo deseo y como una noche de sueño profundo, pero sin ensoñaciones”.

Esta frase reafirma su idea de que la nada no es un mal, y al separarse el alma del cuerpo no se produce su aniquilación, sino que, al contrario, se convierte en un bien, ya que con esa desaparición provisoria también se produce la desaparición de los males:

Si un hombre se enoja y retrocede cuando se ve enfrente de la muerte, será una prueba de que es un hombre que no ama la sabiduría sino a su cuerpo, y con este a los hombres y a las riquezas porque sus únicas motivaciones son los placeres provenientes de los sentidos, sin tener en cuenta que, además, posee alma. Su miedo es porque al morir el cuerpo también desaparecerán los placeres terrenales”.

En ese estado del diálogo continúa diciendo en voz de Sócrates:

…la muerte es tan sólo la separación del alma del cuerpo y eso es un bien para el alma, ya que el cuerpo le engaña e induce al error.  De allí la importancia de la filosofía, ya que ella es el arte de aprender a morir, y la causa de que los filósofos vivan en trance de muerte. Su vida mortal es de anticipación y creación de la vida inmortal, donde se encuentra el reino de las formas puras y simples.

Con estos pensamientos se iguale al alma a lo divino, a lo inteligible, y por ello es que al morir, sólo podrán acercarse a los dioses aquellas personas que filosofaron toda su vida y, cuya alma dejó atrás las degeneraciones corporales inevitablemente pasajeras y deleznables. Un alma que además de infinita ya vivía antes de nuestro nacimiento y seguirá viviendo después de nuestra partida.

Esta es la razón por la cual – como lo dijo- al nacer ya se conoce lo verdadero y lo justo, aún antes de tener capacidad de entenderlo, y es la prueba de su inmortalidad.

 

EPICTETO






 El estoicismo romano, conocido como el “estoicismo nuevo, surge varios siglos después de la escuela griega de Zenón de Citio, y de esa tendencia filosófica, son tres los representantes más significativos: Séneca, uno de los escritores romanos más conocidos de su época, el emperador y militar Marco Aurelio, y Epicteto, quien fuera el más célebre como filósofo.

A pesar de que no hicieron un aporte fundamental a la teoría originaria del estoicismo griego, su importancia histórica se debe a que se conservó una mayor cantidad de los textos de sus miembros, tal vez por haber sido la principal doctrina filosófica que dominaba en las altas esferas sociales y políticas romanas, además del sentido práctico que estas le dieron a la vida de los ciudadanos del imperio.

En las teorías de los nuevos estoicos quedaron desechados los principios racionales, la metafísica y la física que eran base del antiguo pensamiento, colocando en su lugar los elementos éticos de su propia escuela, en la que había un mayor peso del elemento religioso, incluso a tal nivel, que personajes como Séneca y Marco Aurelio estuvieron muy cerca del cristianismo. 

 De ese grupo, Epicteto, nacido esclavo en el año 50 d.C. en Hierápolis, ciudad romana, -y más tarde liberado -, superó su degradante condición de origen y el defecto físico que le afligía para ingresar como filósofo a la vida pública del imperio. Su primera relación con dicha disciplina nace de las clases que recibió del pensador Gayo Musonio Rufo, de la época de Nerón, y cuya influencia hizo que se incorporara a la escuela estoica.  

Epicteto vivió en Roma hasta el año 93, cuando su enfrentamiento a las tiranías romanas y a la esclavitud le hizo una más de las víctimas de la expulsión decretada contra todos los filósofos y sus seguidores. El exilio le llevó a la ciudad griega de Nicópolis, en donde creó su propia academia, que más adelante se habría de transformar en el centro de enseñanza de su pensamiento.

Al igual que otros estoicos de su tiempo manifestó muchas ideas sobre el tema de la muerte, pero es importante señalar que todas ellas se encuentran íntimamente conectadas a los principios de carácter ético que desarrolló en su esquema filosófico, en particular, a la búsqueda de una vida dichosa sin permitir que la perturbación nos lleve a la infelicidad. Una filosofía orientada a vencer las pasiones y los sentimientos por medio de la razón y la actitud firme y exigente que se requiere para lograrlo.

En ese marco de conducta enseña a aceptar el hecho de la muerte como algo natural e inevitable, y considera errado inquietarse por ella ya que nos llegará a todos sin excepción. Esta reflexión se fundamenta en uno de los principios cardinales de la moral de Epicteto: la muerte es una más de las múltiples cosas que no dependen de nosotros.  En este sistema ético, o conducta racional de vida, se estableció como la manera adecuada y correcta de vivir el no caer en manos de las pasiones y los sentimientos, que malgastan y nos hacen olvidar la brevedad y fragilidad de la existencia, y vencer el principal desafío: estar debidamente preparado para cuando nos lleguen los malos momentos y el día de la muerte.

Al igual que Sócrates, Epicteto no dejó nada escrito. Su pensamiento se conoce gracias a uno de sus discípulos, Arriano de Nicomedia, que registrando siempre las palabras del maestro posibilitó su pervivencia. Buena parte de la doctrina se encuentra unificada en el Enquiridión”, un compendio de sus enseñanzas presentadas en los ocho libros de Disertaciones”, de los cuales solo cuatro quedaron completos.

Al observar las siguientes opiniones de su ética, se puede ver de dónde derivan sus reflexiones sobre la muerte:


LA LOGICA DE LAS ESTOAS.


° “Algunas cosas de las que existen en el mundo dependen de nosotros, otras no. De nosotros dependen nuestras acciones (opiniones, inclinaciones, deseos y aversiones), de nosotros no dependen lo que no es nuestra propia acción (cuerpo, bienes, reputación, honra). Las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, nada puede detenerlas, ni obstaculizarlas; las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, dependientes, sujetas a mil obstáculos y a mil inconvenientes, y enteramente ajenas.

Manteniendo el principio según el cual sólo nos compete lo que depende de nosotros, solamente somos libres si nos preocupamos de las primeras”.

° “La libertad no existe sino en el sentido de liberarse de todo lo que no depende de nosotros. Hay, no obstante, otro camino a elegir: el de las riquezas, honores, y competiciones, o el de ser reconocido y amado por otros. En tal caso, ha de atenerse uno a las consecuencias de su elección, consecuencia no otra que la de la humillación el caos y el sufrimiento”.

° “En cuanto a tu devoción para con los dioses, debes saber que esto es lo principal: tener rectas opiniones acerca de ellos, pensar que existen y que administran todo de una manera bella y justa; y debes fijarte tú mismo el deber de obedecerlos y ceder a ellos en todo lo que sucede, y aceptarlo voluntariamente cumpliéndolo con la más perfecta inteligencia, de esta forma nunca dudarás de los dioses, ni los acusarás de haberte desamparado

° “En cada acto que vayas a emprender, observa lo que viene en primer lugar y lo que viene después; y una vez lo hayas considerado de este modo, procede a actuar…”

° “Nunca digas respecto a nada “Lo he perdido”, sino “Lo he devuelto”. ¿Ha muerto tu hijo? Lo has devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? La has devuelto. ¿Te han robado la tierra? También esto has restituido. ¿Y a ti que te importan las manos por las cuales aquel que te la ha dado ha querido retirártela? Mientras él te la deje, úsala como algo que no te pertenece, así como los turistas disfrutan los hoteles”.

SOBRE LA MUERTE

° “Quien vive con sensatez sabe que no existe la posibilidad de no morir, ya que para el hombre no morir sería como para la espiga no ser segada. Simplemente somos hombres: una parte del universo como una hora es una parte del día, y así como cada hora llega y pasa, nosotros debemos pasar también, pues el hombre es un ser mortal

 ° “Deja que la muerte, el exilio, y todas las demás cosas que parecen terribles parezcan cotidianas ante tus ojos, pero especialmente no temas a la muerte y así nunca tendrás un pensamiento innoble ni desearás algo con exageración”.

° “No son las cosas las que atormenta a los hombres sino los principios y las opiniones que los hombres se forman acerca de ellas. La muerte, por ejemplo, no es terrible; si lo fuera, así le habría parecido a Sócrates. Lo que hace horrible a la muerte es el terror que sentimos por la opinión que de ella nos hemos formado. En consecuencia, si nos hallamos impedidos, turbados o apenados, nunca culpemos de ello a los demás sino a nuestras propias opiniones. Un ignorante les echará la culpa a los demás por su propia miseria. Alguien que empieza a ser instruido se echará la culpa a sí mismo. Alguien perfectamente instruido ni se reprochará a sí mismo, ni tampoco a los demás”.

° “Como los tripulantes de un barco que durante el viaje por mar bajan de la nave cuando ésta se detiene en un puerto, sin que distraigamos la atención a la menor señal que haga el capitán conminándonos a volver a bordo, del mismo modo, en el viaje de la vida, cuando el capitán llama hay que abandonar cuanto hemos adquirido, mujer e hijos inclusive, y correr hacia el barco sin volver la vista atrás. Y con más razón hay que estar preparado cuando se es viejo, porque entonces no debiéramos alejarnos en demasía, no vaya a ser que de pronto seamos llamados a zarpar y no estemos en disposición de acudir rápidamente”.

° “Si fuera un hijo o una mujer en quien depositamos nuestro amor debemos repetirnos y tener siempre presente que amamos a un ser mortal, así, si la muerte nos los arrebata, nuestro pesar será mucho menor.”

° “Aun cuando sabemos que moriremos, pareciera ser que nunca estamos preparados para ello y, a pesar de que cada día de vida que pasamos es un paso más hacia la muerte, intentamos obviar el hecho”

Con la interrelación de estas sentencias, Epicteto nos enseña a entender lo inevitable del fin de la vida y a prepararnos para su encuentro, pero al mismo tiempo, nos enseña que hay que vivir plenamente en el transcurso de la existencia, aunque recordando siempre que somos seres perecederos y que por tanto moriremos.

El filósofo murió en la misma ciudad de Nicópolis, Grecia entre el año 125 y 135, en la misma choza en donde siempre vivió de una manera sencilla y acompañado de la tranquilidad que le produjo su pensamiento. Una doctrina que en muchas de sus ideas y contenidos fuera acogido a través de la historia, tanto por varias religiones, así como por muchos filósofos hasta nuestros días.


SENECA







Seneca, tal vez de los pensadores más célebres del imperio romano, fallece en el año 65 de la era cristiana al ser condenado a muerte por Nerón. Había nacido en Córdoba en el año 4 a. C.

Como filósofo, orador y escritor fue muy apreciado por sus obras de carácter moralista. Como figura destacada de la política romana en los días de la era imperial, llego a ser de los senadores más admirados, influyentes y respetados durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y del mismo Nerón. De tendencia estoica, Séneca pasó a la historia como uno de los representantes más importantes de dicha corriente filosófica. Sus obras conocidas se pueden dividir en cuatro grupos: Los diálogos morales, Las cartas, Las tragedias y Los epigramas. Aunque no escribió un comprendido sistemático de filosofía, lo fundamental de su obra se encuentra ampliamente expresado en ellas.

A pesar de ser tutor, maestro y consejero del emperador por muchos años, este le acusa de traición, y sin haber demostrado su culpabilidad le incluye en la enorme purga que desata luego de la conjura de Pisón. Su muerte se produce en el hogar del filósofo, donde el Cesar había encomendado que se le diera la noticia. Apenas abre la carta con la condenatoria, Seneca la lee imperturbable y pide permiso para redactar su testamento. Esto se le deniega, porque por la ley romana en los casos de conjura todos los bienes pasaban al patrimonio del Imperio.

Conociendo la crueldad de Nerón, prefiere no esperar la ejecución sino suicidase ante el mismo tribuno que le ha llevado la misiva. De inmediato decide abrirse las venas, y lo hace cortándose los brazos y las piernas. Al ver que su muerte no llega, le pide a su médico que le suministre veneno para acelerar el desangre, el cual bebió, pero sin efecto alguno. Finalmente ruega ser llevado a un baño caliente, y es allí donde fallece por el vapor que terminó asfixiándolo por el asma que padecía. Para entonces era el tiempo de la primavera romana.

Las particulares ideas que tuvo Séneca sobre la muerte se caracterizan porque la presenta como un acercamiento a la vida y no por los temores que nacen de ella.  Tal vez la mejor exposición sobre el tema está en quince de las “Cartas a Lucilio”, también conocidas como “Cartas de un Estoico” un conjunto de 124 epístolas escritas a sí mismo.

De ellas, extensa pero extremadamente didáctica por lo que dice sobre el tema, se encuentra la Carta XXX del libro V:

COMO HAY QUE ESPERAR LA MUERTE.

"He visto a Bassus Aufidi (historiador que vivió bajo Tiberio y emperadores siguientes) barón excelente, cuarteado por la vejez y luchando. Pero la carga es ya demasiado pesada para que pueda levantarse: encima de él carga la vejez con todo su peso enorme. Ya sabes que él ha tenido siempre el cuerpo enfermizo y débil. Mucho tiempo lo mantuvo y, por decirlo justamente, lo cubrió de pieles, hasta que le falló de golpe. Así como en una nave que hace aguas se puede taponar la primera y la segunda vía, pero cuando se deshace y cede por muchas partes, la nave se hunde sin socorro posible, así en el cuerpo viejo la debilidad puede sostenerse y detenerse por algún tiempo.  Pero cuando toda juntura se deshace como en un edificio ruinoso, y mientras se destruye la una y se cuartea la otra, hace falta buscar cómo salirse. Pero nuestro Bassus tiene el espíritu alegre. He aquí un don de la filosofía: estar sonriente a la vista de la muerte, y fuerte y alegre en cualquier situación del cuerpo, sin ser desfallecido, por bien que se desfallezca.

Quien es navegante, navega hasta con la vela partida, e incluso desarmado, manteniendo el resto de la nave para hacer la ruta. Esto es lo que hace nuestro Bassus, el cual ve venir su fin con coraje y serenidad, que por esperar la de otro tendrías por excesiva indiferencia. Gran cosa es esta, que exige un largo aprendizaje, y Lucilio decide irse con el alma serena al llegar aquella hora inevitable. Otros modos de muerte tienen una mezcla de esperanza: la enfermedad cesa, el incendio se apaga, el hundimiento deja buenamente en tierra lo que parecía haber de hundirse, el mar, con la misma fuerza con que los engullía sacó sin daño lo que había absorbido, del cuello que había de degollar el soldado retira el sable; pero quien es conducido a la muerte por la vejez no tiene ninguna esperanza. Solo por ésta, toda intercesión está cerrada. Nuestro Bassus hacía el efecto que se enterraba a sí mismo, y se hacia los funerales, y comportaba sabiamente su añoranza.

Pues él dice muchas cosas de la muerte, e intenta sin parar persuadirnos de que, si ningún sufrimiento o ningún temor comporta este asunto, es defecto del moribundo, no de la muerte, pues en ella no hay más molestia que después de ella. Y está tan equivocado quien teme lo que no ha de padecer, como quien teme lo que no ha de sentir. ¿Y hay, acaso, nadie que se piense que nos sucederá al sentir aquello porque ya no sentimos más?

 Me imagino que tendría para tu mayor crédito, uno que volviese a la vida y contase como en la muerte no había sufrido ningún dolor sino la perturbación por la proximidad de ella, mejor que ninguno te lo dirán, pues, éstos que se encontraren delante, que los que la vieren venir y la acogieren. Entre estos, puedes contar con Bassus, el cual no quiso que nos engañáramos; él dice que es tan necio temer la muerte como temer la vejez, pues, así como la vejez sigue a la juventud, la muerte sigue a la vejez: no quiere vivir quien no quiere morir.  Pues la vida ha sido donada bajo la condición de la muerte, y a ella se dirige. Temerla es propio de un demente, así como las cosas ciertas se esperan, las dudosas se temen. La muerte es una necesidad igual e ineludible para todos ¿Quién puede quejarse de estar bajo una condición que afecta a todos?

El hombre con suerte que se ha visto suavemente despedido por la vejez, no arrancado violentamente de la vida, sino retirado paso a paso, ¿No es cierto que ha de dar gracias a todos los dioses de haber sido conducido bien nutrido de días a aquel reposo necesario para todos, agradable al fatigado?  Verás hombres que desean la muerte más todavía de lo que suele suplicarse de la vida. No sabría decir si nos dan más coraje, los que reclaman la muerte, o los que la esperan asosegados y sonrientes, pues aquellos que actúan con frecuencia por un transporte de furia o en una indignación inesperada, mientras que éstos con una calma de sentido seguro.

Hay quien va a la muerte airadamente, pero no hay nadie que la reciba alegremente, sino aquel que se ha preparado desde largo tiempo atrás. Te reconozco, pues, que he visitado con mucha frecuencia a este hombre que me es querido, y que lo he hecho por más de un motivo; quería saber si lo encontraría siempre igual, si con su fuerza física no disminuida su vigor de espíritu, el cual le crecía, así como crece la alegría del corredor que se acerca al séptimo estadio y a la palma. Él decía, obediente a los preceptos de Epicuro, que primeramente esperaba que aquél último suspiro no tendría nada de doloroso, y que, si nada tenía, encontraría alojamiento en su misma brevedad, pues no hay dolor grande que sea además largo. Además, también le consolaría en aquella separación del alma y el cuerpo, aunque fuese dolorosa, el pensamiento de que después de ella todo dolor ya es imposible.

Con mucho gusto siento, querido Lucilio, estas cosas, no por nuevas, sino porque me ponen delante de un hecho presente. ¿Pues qué? ¿Acaso no he visto muchos que se han quitado la vida? Ciertamente los he visto, pero delante de mí merecen más respeto los que van a la muerte sin odio a la vida y la aceptan sin buscarla.
No es la muerte la que tememos, sino el pensamiento de la muerte, pues de la muerte distamos siempre igual. Así, si la muerte fuera de temer, sería necesario temerla siempre, ¿Por qué? ¿Qué tiempo está exento de su peligro?
Pero, ya es necesario temer que no te sean más odiosas tan largas cartas que la misma muerte. Pongamos, pues, fin, pero tú, si quieres no temer nunca a la muerte, piensa siempre".

Un detallado análisis, propio del gran maestro del pensamiento moral en esa época de la historia romana.


SANTO TOMAS DE AQUINO





Tommaso d' Aquino, presbítero, filósofo y teólogo católico, nació en el año 1225 en Abadía de Fossanova, un monasterio y pueblo italiano situado entre Roma y Nápoles, considerado de los sitios místicos más hermosos de la península itálica. Su muerte se habría de producir cuarenta y nueve años más tarde víctima de una misteriosa enfermedad. En su corta vida perteneció a la Orden de los Predicadores, el principal representante de la enseñanza escolástica del cristianismo de la época.
De sus obras, las más conocidas son la “Suma Teológica” y la “Suma contra gentiles”, dos compendios que sin duda son la más importante apología conceptual de dicha religión.

En estos epitomes habría de desarrollar temas a los cuales le dio una especial importancia para su análisis místico y filosófico: por una parte, la búsqueda de una vía para resolver la crisis que había producido el averroísmo -la interpretación árabe de las ideas de Aristóteles - en el pensamiento de los cristianos, y por otra el problema de la doble verdad y sus contradicciones, conocidas como la verdad del entendimiento y la verdad revelada, algo que logró con una exégesis de las ideas aristotélicas, que le permitían la compatibilidad del pensamiento del estagirita con la fe católica, la otra fue el rescate y reinterpretación de su metafísica que había sido rechazada para entonces.  Igualmente tuvieron una especial significación, el desarrollo de su obra teológica y la monumental teoría del Derecho.

Es importante señalar que Tomás de Aquino no le dedicó ningún artículo particular a la cuestión de la muerte o lo que representara, pero, como era inevitable, tocó el tema por la íntima conexión que existe entre ella y los numerosos aspectos que había profundizado en el desarrollo de su pensamiento religioso.

En la esencia de esa labor destaca una teoría filosófica donde el hombre es un ser situado entre los confines del mundo espiritual y el sensible, una condición que lleva a que, a pesar de que su cuerpo coincida con el de los seres materiales, se diferencia de ellos porque tiene alma, la forma de categoría superior que describe en esta frase: “Anima humana est in confinio spiritualium et corporalium creaturarum”.

Para Santo Tomas el alma es el concepto puro de la perfección, y su diferencia con los seres inferiores se debe a que su origen se encuentra en Dios, quien en su bondad infinita la crea para cada caso particular. Esta creación se caracteriza porque es la sustancia de algo que sale de la nada sin tener un sujeto preexistente, ya que el único que preexiste es él, la causa eficiente, un principio que ya existía conceptualmente en la antigua filosofía griega, y en particular en la de Aristóteles. Eso es lo que le da forma al “ser y le da nacimiento a la nueva realidad, que al haber sido producto de la divinidad hace que el hombre muera como compuesto, pero al mismo tiempo que su alma sobreviva.  

Nuestra esencia humana radica fundamentalmente en la unidad sustancial del alma con la materia, y en ese firmamento místico-filosófico la muerte no es otra cosa que la separación que se produce de dicha unidad. La respuesta que el místico le da a uno de los enigmas más complejas del pensamiento, es: saber si seguimos existiendo después de la muerte.  

Al lado de todo ello se encuentran como caracteres complementarios las dos formas del conocimiento verdadero, el natural, que es el que obtenemos a través de la razón, o “revelación natural”, propio de la naturaleza humana, y el que nace de la fe, - “revelación sobrenatural”- solo accesible por medio de la sagrada escritura y las enseñanzas de los profetas.


SU MUERTE


En el año 1274, Santo Tomas fue invitado al II Concilio de Lyon, donde se discutiría como punto fundamental, el retorno de la Iglesia Oriental al catolicismo. Pero en ese encuentro fue víctima de una extraña enfermedad que le fue empeorando a pesar de los cuidados y las atenciones que le dispensaron. Consciente de que se aproximaba su fin pidió ser trasladado a la Abadía de Fossanova, para entonces de la orden cisterciense, dando como razón para ello esta frase: “Si el Señor quiere visitarme, es mejor que me encuentre en un convento de religiosos que en una casa de seculares

Ya al final de su vida, y ante una propuesta de sus discípulos de que fuese honrado por el Concilio de Lyon con la distinción de Cardenal, Santo Tomás lo rechaza considerando que lo más importante para su vida era estar unido a Dios por la virtud de la humildad. La renuncia al reconocimiento la hizo con estas palabras:

Mi hijo, no os inquietéis con eso. Entre otros deseos, pedí a Dios y fui atendido, por lo que le doy muchas gracias de sacarme de esta vida en el estado de humildad en que me encuentro, sin que cualquier autoridad me confiera alguna distinción que cambie este estado. Yo podría progresar aún en ciencia y ser útil a los otros por la doctrina, más pedí a Dios, según una revelación que me hizo, de imponerme silencio, poniendo fin a mi enseñanza. Porque Él quiso, como sabéis, revelarme el secreto de un conocimiento superior. Es por eso que, a mí, indigno, Dios concedió más que a los otros doctores, que permanecieron más tiempo en esta vida, para que yo saliese más de prisa que los otros de esta vida mortal, y entrase, sereno, en la vida eterna. Por eso, consolaos, que muero seguro de todas estas cosas

Días después, pidió que le suministraran los sacramentos, los cuales recibió con gran fervor, reiterando su fe absoluta en esta despedida:

Te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo, viático de mi peregrinación, por cuyo amor estudié, realicé vigilias, sufrí; te prediqué, enseñé; jamás dije algo contra ti, y, si lo hice, fue por ignorancia y no insisto en mi error; si enseñé mal respecto a este sacramento o de otros, lo someto al juzgamiento de la Santa Iglesia Romana, en obediencia a la cual dejo ahora esta vida

El 7 de marzo de ese año, después de ser ungido con los santos óleos, moría un pensador del cual la más importante característica fue la santidad, pues a pesar de todos los profundos análisis que se derivaron de su pensamiento, fue el misticismo lo que le dio la importancia que ha tenido hasta ahora en la historia de la filosofía cristiana, una más de las iglesias que tiene perfectamente localizados los distintos elementos que conforman la idea de la muerte y la resurrección, esta última, el símbolo de la trascendencia, o sea el poder recobrar la vida en todas sus dimensiones. 

 

RENÉ DESCARTES




 

Nació en Francia en 1596, en Turena. Fue el tercer hijo de una familia que huía de Rennes atemorizada de la peste bubónica que azotaba a una Europa que, aunque arrastraba todavía el peso de la censura moral y religiosa, dejaba atrás a la edad media. Su muerte, rodeada de muchas conjeturas sobre la verdadera causa, se produjo en Estocolmo, en el año 1650.  

Descartes no solo fue abogado sino filósofo y un destacado matemático, las dos disciplinas que consideró fundamentales para desarrollar el método deductivo que había diseñado en la búsqueda de la verdad. La llegada del renacimiento, la revolución científica y el comienzo de la filosofía moderna le dieron una gran importancia, en particular por haber sido el fundador del racionalismo.  Con el “Discurso del Método” -su sistema deductivo racional- revolucionó al mundo de la filosofía, a pesar de que su época se lo cobró con temores y persecuciones en los mismos tiempos en que fuera condenado Galileo Galilei.  Su otro gran aporte fue en el campo de las matemáticas, siendo el creador de la teoría de las ecuaciones, de la geometría analítica y del método de los exponentes.

Las inquietudes filosóficas de Descartes, como el mismo lo escribió, comenzaron a los veintidós años mientras se encontraba en Alemania sirviendo en las filas del Emperador Maximiliano de Baviera. Fue en esos días cuando comenzaron sus ideas sobre el principio de la Duda Metódica, el cual habría de cambiarle su destino.  Presa de esa incontrolable pasión cognoscitiva y una tormenta de especulaciones ideológicas, decidió abocarse por completo a las ciencias y a las matemáticas. Por ello dejó el ejército y viajó durante varios años por diferentes países europeos, estudiando la manera de vivir y de pensar de sus habitantes. Más tarde regresa a Francia y se radica en París, donde se vinculó a los científicos más importantes de la época; allí permaneció hasta que decide mudarse a Holanda, un país más abierto a la libertad de pensamiento y donde habría de establecerse hasta el año 1649.

 

SUS TRABAJOS FILOSOFICOS.

La obra de Descartes, totalmente encuadrada en una estructura matemática, se orientó fundamentalmente a diseñar un sistema de comprensión del mundo, así como una visión del hombre y el estudio de las ciencias y el cuerpo humano, temas que se encuentran claramente expuestos en dos de sus obras más importantes: el “Tratado sobre la luz” y el “Discurso del método”, presentado como prólogo tres ensayos que le darían fama en los medios científicos y filosóficos. Entre sus otros trabajos también fueron de gran importancia, el “Tratado del Mundo”, “Meditaciones de prima philosophia”, “Principia philosophia” y el “Tratado de las Pasiones del Alma


LA DUDA METODICA

El método cartesiano para hacer aflorar la verdad se basa en la incerteza en que vivimos y en la profunda duda que nos acosa cuando creemos haberla descubierto. Esto le lleva a buscar un punto de partida seguro y cierto para encontrarla. El proceso comienza con una ruptura total con los conocimientos adquirido, así como con las creencias del pasado, porque para él carecen de certeza, incluyendo en esto las opiniones de nuestros semejantes, los estudios, la memoria y hasta la experiencia que nos han trasmitido los sentidos.

Esta técnica rigurosa la fundamentó en la duda. “La Duda Metódica” como la llamó, el único camino confiable de análisis, porque al desechar los elementos cognoscitivos que hemos recibidos, -todos sujetos al error, incertidumbre o ignorancia-, solo queda la posibilidad de llegar a la verdad empezando con la única reflexión que está libre de vacilación: el “cogito ergo sum”, -o, “pienso, luego existo”-. Porque se puede dudar de todo menos de la conciencia que tenemos de nuestra existencia.

Para el logro de esa verdad indiscutible, y a diferencia de los escépticos, que niegan la posibilidad del conocimiento humano por la abundancia de contradicciones, errores y matices, Descartes comienza desarrollando en el “Discurso del Método”, cuatro preceptos fundamentales, que luego acompaña con las veintiún reglas para la dirección de la mente, y a los cuales recomienda como condición para que tengan un buen resultado, “el no dejar de observarlos ni una sola vez”.

Estos son:

1.- “No aceptar cosa alguna como verdadera que no conociese evidentemente como tal, es decir evitar la precipitación y no admitir en mis juicios nada más lo que se presente tan clara y distintamente que no tuvieses ocasión de ponerlo en duda”. Regla de la evidencia.

2.- “Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución”. Regla del análisis.

3.- “Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco en grados hasta el conocimiento de los más complejos…” Regla de la síntesis, y

4.- “Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada”. Regla de la enumeración.


LAS IDEAS

En la estructura ideológica cartesiana existen tres tipos de ideas:

Primero: Las que vienen de fuera. Y al no venir de los sentidos no sirven de punto de vista. Segundo: Las ideas fácticas, que se forman de otras ideas: “Tenemos la idea de mujer y la de pez, y si las juntamos nos sale la idea de sirena”, y Tercero, las ideas especiales, que no vienen de fuera y no se pueden inventar porque son superiores al ser pensante. Ellas son innatas, como la idea de infinito, cuya causa tiene que ser infinita”.


LA MUERTE

Descartes tampoco se extiende ni profundiza especialmente sobre la naturaleza de la muerte, pero su concepto sobre el tema podemos inducirlo de su teoría, en particular al establecer la idea de la separación del ser humano en dos partes: “la sustancia espiritual, el alma, y la sustancia extensa o corporal, mientras que la primera no se ve limitada por leyes anteriores y tiene una capacidad de iniciativa espontánea propia, el cuerpo humano está sometido a las leyes naturales y mecánicas y no piensa”.  

El alma, por lo cual, según él se es lo que se es, no solo es completamente distinta de nuestro cuerpo, dice, sino que ella puede existir sin él:

 En el ser vivo se encuentra la glándula pineal, localizada en medio del cerebro, desde donde controla los humores, los nervios y hasta la sangre de la máquina corporal. Es quien le da identidad al sujeto pensante”.  

Junto a esas dos sustancias Descartes establece una tercera sustancia, Dios, la infinita, y este, “Siendo como es, un ser perfectísimo no puede engañarse ni engañarnos, y su existencia nos garantiza la posibilidad de un conocimiento verdadero”.

De esas reflexiones, que tienen un fundamento que deriva de su creencia cristiana y, en coincidencia con otros pensadores del pasado, es de donde derivar la inmortalidad del ser humano luego de la muerte, una inmortalidad que no existe para la parte corpórea que se encuentra unida al alma de forma meramente accidental y condenada a la desaparición, mientras que esta permanece, y al final regresa a la voluntad omnipotente de su creador.

 

SPINOZA




 

Baruch Spinoza, filósofo neerlandés de origen judío, nace en Ámsterdam en 1.632, y muere en La Haya, en 1.677 víctima de la tuberculosis. Su crítica racionalista de la Biblia, donde la vuelve una farsa sin quitarle su profundidad como libro no religioso, fue la causa de que en 1656 fuese expulsado del judaísmo por los rabinos de Ámsterdam, e incluso de la ciudad.  

De ideas racionalistas originales e independientes, Spinoza escribió varios libros, de los cuales tres aglutinan parte de sus postulados fundamentales y son ajenos a todas las escuelas filosóficas conocidas: “Breve tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad”, “De la reforma del entendimiento”, y hacia 1675 su obra más importante, la “Ética demostrada según el orden geométrico”, la cual solo fue publicada después de su fallecimiento.

En la noción del mundo de Spinoza se parte de una unidad indisoluble entre Dios y la naturaleza, lo que llama el “Deus sirve natura” que puede considerarse como el mayor exponente moderno del panteísmo. En esa línea llevó al extremo los principios del racionalismo, y solo aceptó una sustancia, la divina, causa de sí misma y de todas las cosas, la cual es eterna, necesaria e infinita.

Los conceptos de Spinoza sobre la muerte se encuentran desarrollados en los libros II, III, IV, y V de La Ética, y en estas cuatro obras: “Del origen y la naturaleza de la mente”, “Del origen y la Naturaleza de los afectos”, “De la servidumbre humana” y “De la potencia del entendimiento”.

Su primera alusión directa al concepto y su naturaleza aparece en la Ética IV donde la presenta como una trilogía: “La muerte del cuerpo, La muerte de la mente (como idea de ese cuerpo) y La idea de la muerte” Ellas son tres cosas diferentes, aunque se refieran a un mismo hecho, al igual que son distintos e irreductibles los atributos de la sustancia infinita, y lo desarrolla haciendo hincapié en algo muy importante:  ninguna de ellas implica la muerte del alma, la cual solo puede ser concebida como esencia.

Así describe en su obra a las dos muertes fundamentales:


LA MUERTE DEL CUERPO.


Entiendo que la muerte del cuerpo sobreviene cuando sus partes quedan dispuestas de tal manera que alteran la relación de reposo y movimiento que hay en ellas…,”es decir, que el cuerpo se extingue cuando sus múltiples partes alteran las relaciones características de movimiento y reposo que le son propias, deviniendo en otra cosa, o sea, en un cadáver.”
"Duramos porque tenemos un cuerpo y el cuerpo es de tal naturaleza que se repara permanentemente para seguir durando" (Ética II, postulado 4)

 Ese cuerpo es el resultado de la composición dichosa e infinitamente compleja de partes externas, preexistentes y eternas en una “res” extensa, que sólo tiende a perseverar tanto en su ser, su extensión y como materia, y es expresado en esta máxima: “El cuerpo es un autómata vital, hecho para vivir, durar y ser dichoso”.

 

LA MUERTE DE LA MENTE


La mente no puede imaginar nada, ni acordarse de las cosas pretéritas sino mientras dura el cuerpo.” (Ética V, proposición 21)

En el trasfondo de esta frase se establece que, una vez que ha finalizado la existencia de ese cuerpo, la mente, como idea de sus afecciones termina con él, lo cual complementa la tesis de que las ideas de las afecciones corporales, es decir, las pasiones, cesan absolutamente, pero también cesan las ideas de esas ideas, como son la memoria, los afectos y se desvanecen todas las formas de pensar que no impliquen eternidad, al igual que se disipa lo que denominamos nuestra propia personalidad, nuestro propio “yo. “Sólo hemos sido, y ya nada queda de nosotros”.

Pero hay algo de la mente que persiste y es eterno, por cuanto en Dios hay una idea de nuestra esencia individual (Ética V, proposición 22), y esta es la idea de que en él es eterna y persevera en la esencia infinita a la que le pertenece.

 


SCHOPENHAUER




 Aunque Arturo Schopenhauer, considerado el gran monumento del pesimismo en la filosofía contemporánea es considerado alemán, nació en Danzig, Polonia el 22 de febrero de 1782.  Es posible que dos dramas que le llegaron en los primeros años de su vida, el suicidio de su padre y la conducta frívola y ligera de la madre, influyeran fijando las bases lo que más tarde sería su pensamiento. Una herida de la cual algún tratadista dijo:” reaccionó al optimismo de ella con el pesimismo de aquel”.  Fallece a causa de un paro cardiorrespiratorio el 21 de septiembre de 1860 en Fráncfort del Meno, parte del Reino de Prusia para entonces. Allí vivía retirado evitando la epidemia de cólera que azotaba a Europa en esos tiempos, la cual había matado a Hegel, su gran rival durante los años en que ambos eran profesores en la Universidad de Berlín y, la cual constituyó una tragedia que cambió buena aparte de los hábitos de vida del país.

Filósofo nato, profundo y de una obra extensa y trágica, desarrolló lo esencial de su inclinación filosófica en “El Mundo como Voluntad y Representación”, libro escrito en un lenguaje fuerte, claro y de una especial profundidad. En él hace sus críticas a la filosofía kantiana, que dominaban el espectro filosófico de la época, igualmente desarrolla su teoría del conocimiento y da su concepción del mundo, donde trata a la vida como un sufrimiento, un deseo continuo y siempre insatisfecho, que cuando intentamos mitigar nos lleva al vacío y al aburrimiento. Ese oscilar entre el dolor y el tedio es el que lleva a la negación consciente de la voluntad de vivir y el fundamento de su apología de la muerte. Igualmente, por primera vez se integran en la historia del pensamiento occidental los valores y la mística espiritual de las vedas, del hinduismo y el brahmanismo, a los cuales transforma en un conjunto de ideas conectadas a su filosofía a pesar de las profundas diferencias y contradicciones. Su pensamiento lógico y estético, influenciado en parte por Kant, Descartes y Jean Jacques Rousseau, habría de trasmitirse a su vez en varias de las tesis fundamentales de Nietzsche, Freud y Wittgenstein.

El precepto filosófico de Schopenhauer sobre la muerte es claro y contundente: “morir es el momento de la liberación, la restitución al estado primitivo de un ser desamparado, lo cual explica esa expresión de paz y de sosiego que aparece dibujada en el rostro de la mayor parte de los muertos”. Curiosamente, su propuesta de huir del mundo regresándonos a la nada, no aprueba el suicidio como en otros filósofos de la muerte, ya que no lo considera como una renuncia a la vida en sí misma, sino la quiebra existencial de aquel a quien le ha tocado vivir en condiciones dolorosas e insoportables. En su lugar, propone tres vías más acertadas según el grado de aniquilación de la Voluntad, la cual está implícita en cada una de ellas:

• La contemplación de la obra de arte como un acto desinteresado, -que es el fundamento de su estética-.
• La práctica de la compasión, la piedra angular de su ética, y
• La auto negación del “yo” mediante una vida ascética, asimilable al brahmanismo.

En su análisis sobre el fin de la función vital –algo terrible para el común de los humanos-, la muerte pasa a ser la salvadora, la gran ocasión que tenemos para no seguir siendo aquel “yo” hundido en la desgracia y de la que debemos estar agradecidos.

Ese canto a la desdicha lleva estrofas que le hacen más sonoro:

Durante la vida se está sin libertad, y nuestra conducta siempre es atrapada por una característica inmutable que le es propia: encontrase atada a la cadena de los motivos y regida por la necesidad y el descontento”. Un credo que complementa con una metáfora del mismo tono: “Si por la inmutabilidad de su esencia la existencia llegara a prolongarse infinitamente, la naturaleza humana no dejaría nunca de comportarse de la misma forma”.  

De allí se deriva la necesidad de dejar de ser lo que se es para salir del germen trágico que nos posee, escaparse bajo una forma nueva y diferente, lo cual es algo que solo se logra con la muerte.
Ese instante de desintegración de lo vital lo describe como: “un cambio constante de materia, bajo la permanencia invariable de la forma, lo cual se expresa en la caducidad de los individuos y la estabilidad de la especie”

 En diferentes oraciones, pero integrados en la misma esencia trágica, Schopenhauer nos lleva a la renuncia del deleite y al regocijo con estos logaritmos filosóficos:

°No tengas miedo a la muerte, ya que esta llega cuando no existimos y, por lo tanto, cuando no hay dolor”.

° “El placer es el causante de todos los males y los dolores del hombre, precisamente porque es su enorme receptor. Al desear se sufre de dos maneras: por no obtener lo que desea o, por obtenerlo y volver a desear de nuevo al haber satisfecho lo anterior”.

° "La muerte del hombre de bien es dulce y tranquila", dice, "con ella, la existencia que conocemos se va sin pesar y es sustituida por la nada. Nacimos para morir y al haberlo logrado, a su vez se nos dio la oportunidad de comprender que ella es el único motor de la reflexión filosófica, la que lleva a comprender el misterio de la vida: la gran paradoja de la naturaleza". Algo que para él no es otra cosa que “una navegación entre el dolor y el tedio, entre el deseo y su cumplimiento efímero, entre el hambre y el eros insatisfecho. Una ilusión que acaba en desilusión, un engaño que acaba en desengaño, una admiración que acaba en decepción. En la primera mitad de la vida nos preocupa una felicidad huidiza, en la segunda mitad de la vida nos preocupa una felicidad huida”.

Esa imagen del ser en la cual queda claramente sentenciada la irrelevancia y fugacidad existencial, la complementa diciendo:

Morimos como individuos, aunque sobrevivamos como especie, y es solo la naturaleza la que permite que prosiga el ciclo, es ella quien nos mata y nos da la vida, un sueño del que se despierta y del que solo nos salvamos cuando nos llega el momento de la muerte”.

Para concluir la síntesis trágica tomamos estos tres juicios de dos de sus obras más significativas, “Los Dolores del Mundo” y “El Amor, las Mujeres y La Muerte”, donde sostiene que el sufrimiento y el dolor nos salvan del apego a la vida y la muerte tiene el valor de una heroína salvadora, y lo hace estas palabras impactantes:

“La muerte es el genio inspirador de la filosofía. Sin ella difícilmente se hubiera filosofado algo. Nacimiento y muerte pertenecen por igual a la vida, se contrapesan, forman los dos polos extremos de todas las manifestaciones de la vida.”

“La vida debe considerarse un préstamo recibido de la muerte, y el sueño es el interés diario de ese préstamo”.

“El animal conoce la muerte tan sólo cuando muere; el hombre se aproxima a su muerte con plena conciencia de ella en cada hora de su vida”

Con ellas, el máximo representante alemán del ateísmo y el pesimismo filosófico del siglo XIX, dejó la marca indeleble de lo que es la desilusión extrema.

 

HEGEL




 

Georg Wilhelm Friedrich Hegel, uno de los filósofos idealistas más importantes de la historia, muere en Berlín el 14 de noviembre de 1831 víctima de una epidemia de cólera. Un día de luto para la dialéctica, no como retórica, sino como una teoría del conocimiento que desarrolló de manera magistral, y según la cual, una determinada afirmación, denominada tesis, se enfrenta y muestra las contradicciones de otra, llamada antítesis, y de cuyo enfrentamiento surge la síntesis, una salida o comprensión nueva del problema, que se convertirá en la tesis de otra oposición y así sucesivamente.  Había nacido en Stuttgart en el año 1770. Profesor de filosofía privado y en varias universidades, su obra filosófica representa el punto culminante del idealismo alemán, en especial por haber superado el dominio kantiano del pensamiento.  Su idealismo, el absoluto, constituye una revolución filosófica fundamental, la cual fue tomada por Engels y Marx, para trastocarla en el llamado Materialismo Dialectico, y usarla como fundamento y método de una de las teorías sociales más dañinas de la historia: el comunismo.

De obra extensa, Hegel publicó entre otras, "El Espíritu del Cristianismo y su destino", "Ciencia de la lógica", la "Filosofía de la Historia", "La Enciclopedia de las ciencias filosóficas" y la "Filosofía del derecho", pero entre todas, sin duda que de las más importantes es la "Fenomenología del espíritu". En conjunto, ella puede ser considerada como  un nivel superior de la tradición occidental que existía para esos tiempos, ya que en ella confluyen todas las filosofías del pasado, basándose en la relación que existe entre dos conceptos fundamentales: la Naturaleza y el Espíritu, a los cuales orientó hacia la búsqueda de una teoría unitaria que pudiera explicar la realidad del mundo, y donde la terna Espíritu-sustancia-razón, como se ha dicho, evoluciona a través de un proceso de afirmaciones que implican una negación: las síntesis superadoras donde cada elemento de la realidad es un momento del desarrollo del todo.  Esa filosofía compleja -que aquí no se pretende sintetizar- está inspirada en un conjunto de teorías, entre las cuales se encuentran el pensamiento de la Revolución Francesa y el de filósofos anteriores, en especial Platón, y Aristóteles, Descartes, Kant y Rousseau.

Entre los variados temas que desarrolló, destaca la lucha contra la falta de libertad y la razón, que a su juicio era la situación histórica y social en la que vivía Alemania después la guerra de los treinta años, un país atrasado política y económicamente, carente de justicia y fundado sobre el despotismo, algo que exigía una revisión profunda para desmantelar la execrable estructura social y política en que había caído. Sin embargo, luego del descalabro de los valores de la Revolución Francesa y la llegada de Napoleón al poder, cambió de opinión. Temeroso de que los ideales para lograr es sociedad justa terminarán destruidos por gobernantes déspotas que, al final implementarían de nuevo los imperios y tiranías del pasado, tomó una actitud más realista en la política y sobre el cristianismo.

Hay dos puntos cruciales para la comprensión del pensamiento hegeliano, uno fue la Fenomenología, -el desarrollo de su lógica-, tema que trató en los días de su juventud, la otra de las piezas complementaria fue su creación de la Filosofía de la Historia. A esta le da la coherencia que nunca antes se le había dado, sintetizando con extrema claridad las maneras de tratar el proceso y la memoria de los acontecimientos ocurridos en los pueblos atreves del tiempo.

Así, nos da las tres formas posibles de tratar la historia universal filosófica:

A)” La simple historia. En ella, se traslada a una representación mental algo que ha sucedido en el pasado, y los hechos externos pasan al interior del observador”.

Aquí se excluyen las ficciones históricas y las historias trasmitidas por tradición por ser confusas y no son constituir la historia real de los pueblos. Su característica es que transforman los hechos y situaciones de su tiempo en un producto conceptual, que no incluye reflexiones y no vive en el espíritu del asunto.

B) “La historia reflexionada. Es la historia que está más allá del presente, no en relación al tiempo sino con el espíritu. Se distinguen como especies, así:

1) La historia general. Lo principal es la elaboración del elemento histórico que es abordado por el historiador mediante su propio espíritu. Son importantes los principios del autor. Se interpreta una historia que se proponga abarcar largos periodos o toda la historia universal. Debe renunciar la exposición de detalles y sintetizar, no solo en el sentido de que se descarten sucesos y hechos, sino en el modo de expresar una idea.

2) La historia pragmática. Los sucesos son dispares, pero por lo general es uno. Esto elimina el pasado y hace actual el acontecimiento. Las reflexiones pragmáticas en tanto son abstractas son también lo actual y vivifican los relatos del pasado para el tiempo presente.

Se puede mencionar al modo en que las reflexiones incluyen lo moral. Sin embargo, los pueblos y los gobiernos jamás aprendieron algo de la historia y actuaron según las lecciones de ella.  Es únicamente la profunda, libre y amplia intuición de las situaciones y el hondo sentido de la Idea lo que puede conferir verdad e interés a las reflexiones. Una especie de historia reflexiva desplaza la otra; los materiales están a disposición de todo escritor y cada cual puede tenerse por capaz de ordenarlos y trabajarlos e imponer su propio espíritu en ellos como si fuera el de la época.

En la mayoría de los casos no ofrecen más que material. Los alemanes acuerdan con esto, pero los franceses se configuran en una actualidad y refieren el pasado a la situación actual.

3) La historia critica. Representa la forma en que, en aquella época, se hace la historia. Es una historia de la historia, un juicio sobre las narraciones históricas y un examen de su verdad y autenticidad. Lo importante no reside en los hechos, sino en la agudeza del escritor que depura las narraciones. Escribieron sus juicios en forma de tratados críticos.

4) La historia por conceptos. Es la que se ofrece como algo tan solo parcial. Es abstractiva, constituye un paso hacia la historia universal filosófica porque toma aspectos generales. Tales ramas guardan una relación con el todo de una historia de un pueblo, y solo es cuestión de si se destaca la coherencia del todo o interesan más bien las circunstancias externas.

Los aspectos son verídicos, representan un orden exterior y la misma alma interna que conduce los acontecimientos y hechos. Es la Idea el conductor de los pueblos y del mundo; y el espíritu, su voluntad racional y necesaria, es quien dirige y ha dirigido los sucesos mundiales.

y C) “La historia filosófica”.

La filosofía de la historia es la consideración pensante de la misma: el pensar no podemos omitirlo. Es por el que nos diferenciamos del animal, y en la sensación, en el conocimiento y la comprensión, en los instintos y en la voluntad. En la historia el pensamiento queda subordinado a lo dado y a lo existente, mientras que a la filosofía le son atribuidos pensamientos propios que la especulación crea de sí misma, sin mirar a lo que existe. Mientras la historia tiene que ensartar únicamente lo que es y ha sido, los sucesos y acciones, y es más verdadera cuando más se acerca a lo dado, la filosofía parece contradecir este hecho.”

 

SU OPINIÓN SOBRE LA MUERTE

 En él la muerte fue un tema repetitivo, que para comprenderlo podrían ser suficientes estas cinco notas extraídas de la “Fenomenología del Espíritu”:

* “El hombre es la muerte que vive en una vida humana. Estamos presente en el seno de la Naturaleza como una noche en la luz, como una fantasmagoría donde no hay nada que se forme sino para deshacerse, nada que aparezca sino para desaparecer”.

* “Diferimos de la Nada sólo por un cierto tiempo. El hombre, como un ser espiritual, es necesariamente temporal y finito; es decir, sólo la muerte asegura la existencia de ese ser espiritual. Si el hombre no muriese, si la muerte no fuera una fuente de angustia, no existiría la libertad; es más, no existiría el hombre”.

* “Sólo la historia tiene el poder de acabarlo todo en el desarrollo del tiempo; más allá del tiempo no hay nada, es en la historia donde se desarrolla la totalidad del ser”.

* “La posición del hombre al ser separado de la naturaleza, como "Yo” puro – individual – lo condena a desaparecer. El animal, no negando nada, perdido, sin oponerse a ser insertado en la animalidad global – a la naturaleza – no desaparece verdaderamente. Solo cuando un ser concreto se separa del grupo, cuando se configura como realidad libre e individual surge la muerte, pues es cuando adquiere consciencia de su desaparición futura”.

* “El hombre, o bien renuncia a mirar a la muerte, la pone entre paréntesis, la olvida, como se termina por olvidar al sol, o bien, por el contrario, la mira con esa mirada fija, hipnótica, que se pierde en el estupor y de la que nacen los milagros.”

 

HEIDEGGER




 Para decirlo con los términos de su propia teoría, Martin Heidegger, figura clave del existencialismo moderno, empezó a transitar su inevitable proceso hacia la muerte en la ciudad de Messkirch, Baden-Wurtemberg, Alemania, el 26 de septiembre de 1889. Su desaparición total como miembro del grupo de los “Eigentlichkeit" (aquellos que aceptan que van a morir) se produjo en Friburgo de Brisgovia, en el mismo estado de Baden-Wurtemberg el 26 de mayo de 1976.

Filósofo existencialista de obra extensa y compleja, fue profesor universitario, pero trabajó en áreas tan diversas como la teología, la literatura, los temas sociales y políticos, la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño, el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia. Un cromatismo ideológico que ha dejado huellas bien marcadas en la historia del pensamiento. Hasta el punto de que hoy se le considere uno de los pensadores más influyentes de la filosofía contemporánea.
Discípulo de Heinrich Rickert, destacado exponente del neokantismo, también fue asistente de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología.  Heidegger comienza su actividad docente en Friburgo como profesor de filosofía pasando luego a ser rector universitario; una circunstancia que le llevó a ser criticado de nazi en el año 1933 por haber dado el discurso de bienvenida a Hitler en su visita a la universidad. Aunque trató de desvincularse de ese lamentable hecho, su actividad filosófica y docente al servicio del partido nazi era clara, al igual que lo fue su afiliación al partido y la disposición que tuvo para colaborar en las reformas para implementar el “Führerprinzip” en dicho instituto. En su defensa siempre alegó el haber prohibido los carteles antisemitas que los nazis intentaron colocar en la universidad, y haber abandonado el partido en 1943​ después de empezar a descubrir sus monstruosidades.

Su doctrina, ajena a la política, se enfrenta decididamente a la metafísica, y se dedica con fervor a destruir las estructuras del pensamiento que desde la época de la antigua Grecia dominaba la cultura filosófica occidental. En su estilo innovador, complicado y extremadamente oscuro -para colmo de difícil traducción del alemán- Heidegger se orientó a “abrir-mundos” como decía, y lo hace desde una obra capital: Ser y Tiempo”, donde están estampadas sus ideas esenciales sobre un variado mundo de problemas ontológicos y semióticos.
El análisis que hace en su libro “Sendas Perdidas”
sobre dos frases famosas, por un lado, la Sentencia de Anaximandro, - que se considera el apotegma más antiguo del pensamiento de occidente-  la cual dice: “Aquello de donde las cosas tienen el nacer, a ello va también su perecer, según la necesidad; administrándose, pues, unas a otras, castigo y reparación por su iniquidad, según el tiempo fijado”, y por el otro, sobre la famosa frase de Nietzsche:Dios ha Muerto”, constituyen una lección extraordinaria de lo que es el examen interpretativo y el uso de una metodología.

En el análisis y la teoría heideggeriana el hombre es un ente abierto al ser, pues sólo a él «le va» su propio ser, es decir, la relación de copertenencia con el «ser-ahí» (Dasein), que es todo lo que existe en el mundo, y lo cual define como: “ser-en-el-mundo” o “estar-en-el-mundo”, una ordenación que constituye la parte analítica existencial de su ontología y el eje de su enfrentamiento con las filosofías del pasado.

 

LA MUERTE EN SU PENSAMIENTO.

 

Heidegger empieza explicando el sentido de la muerte considerado al hombre como un “ser para la muerte”. Partiendo de esa idea de pertenencia, establece que todos estamos destinados a morir por ser seres “para” ella, dependiendo siempre de la actitud que tenga la persona frente al momento final de su existencia.  

Tomando como base ese juicio encadenante y, la manera cómo se perciba el hecho de la muerte, existen dos tipos de individuos: los “Dasman”, a los que él llama los inauténticos, “seres impersonales que se creen ajenos a la muerte”, y los “Eigentlichkeit”, que son los que aceptan que son “seres para morir”.  Al hombre "Dasman" lo caracteriza creer que él no muere, sino que muere otro. En su mente no existe la idea de que su vida se va a acabar en cualquier instante, - “es otro, el que muere, no yo” - y por eso comete imprudencias mortales, sin pensar que en algún momento será él quien dejará la vida: “En su enfoque no hay un propósito de ser auténtico ante el fin de su existencia, solo siente curiosidad por ella, pero le es ajena”.

La otra manera de ver el fin de la existencia es la de los “Eigentlichkeit”, que aceptándose como “seres para la muerte” saben que en cualquier momento y de manera inevitable esta les llegará.
Lo que los diferencia del primer grupo es que “tienen el propósito de la autenticidad y aceptan las posibilidades circunstanciales de que llegue”, lo cual no solo evita que sean seres depresivos, sino al contrario, les lleva a ser individuos que disfrutan de la vida íntegramente ya que están conscientes de que en cualquier instante esta se terminará.

En esa doctrina necrológica, se establece que tan pronto como el hombre nace ya es lo suficientemente viejo para morir. De allí que no es un fenómeno que debe ser visto como un hecho vivido externo, sino como algo que es intrínseco a la vida, y asumirlo conlleva a que se deba vivir de una manera diferente: “La finitud no significa sólo que la vida tenga un final sino una reflexión que antepone la voluntad a luchar contra la nada.”

Estas dos frases perfeccionan el sentido de su concepción:

·      Antes de mi muerte existe la muerte del otro, la imagen de la muerte y la muerte como imagen, lo que hace que ‘mi’ muerte, que anticipo y preveo, sea precisamente visión, es decir imagen y representación.” y

·      La muerte en su más amplio sentido es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un ‘ser-en-el-mundo”.

 


SOREN KIERKEGAARD




                                                                  

                                                "La vida no es un problema a        ser resuelto sino una realidad que debe ser experimentada"

 

Cuando penetró en los laberintos del pensamiento sistemático, la inquietud de Soren Kierkegaard le llevó a tener un privilegio muy especial: ser el iniciador del existencialismo, esa corriente de la filosofía moderna que, apoyándose en los postulados de varias escuelas de su época, señaló que los peligros e incertidumbres de la vida solo son los de una persona, e incluyen la realidad que le rodea y el lugar en donde se desarrolla. En otras palabras, la filosofía perdió el carácter de disciplina universal objetiva o contemplativa y asumió el carácter de un reto existencial para la figura del “yo”.

Nació en Copenhague en el año de 1813 y falleció de tuberculosis el 11 de noviembre de 1.855, en la misma ciudad natal de la cual apenas salió cinco veces, la más duradera a Berlín, donde vivió algún tiempo y fue el lugar donde terminó varias de sus obras más importantes.   Filósofo, teólogo, crítico literario, humorista, psicólogo y poeta, desarrolló una doctrina marcada por el tono religioso, en la cual destaca el carácter inseguro, impreciso y trágico de nuestra existencia, la cual está llena de ansiedad, pecado y desesperanza, y cuyo único bálsamo es la fe, pero con una característica: debe ser una fe activa y no pasiva. 

En esa tarea creadora del pensamiento existencialista el danés no estuvo solo, ya que en buena parte y en sus respectivos momentos históricos, le acompañaron Pascal, Nietzsche, Heidegger, y escritores como Dostoievski y Kafka, quienes al igual que él, al destacar el sentido problemático de nuestra existencia, subrayaron la importancia de la búsqueda de un camino tranquilizador.

Su obra fue extensa y la desarrolló en más de treinta libros, tanto de crítica, como novelas, folletos, discursos y diarios escritos, que publicó bajo diez y siete seudónimos, y buena parte con textos intencionalmente complejos para forzar al lector a encontrar el significado de sus teorías, todo en un claro tono cristiano protestante, aunque durante los últimos años de su vida arremetió abiertamente contra la iglesia danesa acusándola de aprovechar el modernismo prevaleciente para confundir la fe religiosa con la de razón.

De las obras más destacadas resaltan: “Temor y Temblor”, “Diario de un Seductor”, “El Concepto de la Angustia”, “La Enfermedad mortal”, “Migajas Filosóficas” y “Etapas del camino de la vida”. En ellos, la temática filosófica se sostiene sobre cuatro pilares: la existencia, la libertad, la ansiedad -que se transfigura en angustia y a la que llama “miedo poco definido”-, sufrimiento o desesperación-, y finalmente la fe.

En el desarrollo del concepto de existencia, Kierkegaard acentúa la importancia de la relación del individuo consigo mismo, lo que además considera como la única manera que se tiene para poder hacerlo con lo absoluto: Dios. Y señala que en esa búsqueda es mejor “tener una verdad”, una verdad propia y lograda, en lugar de “estar en una verdad”, que es aquella que nos ha sido impuesta.

A la primera solo se le llega con la libertad, que es la capacidad de decidir que tenemos cada uno de nosotros, incluso para lo terrorífico e incontrolable, y la causa de que se caiga en el pecado y estallen las fuerzas ocultas de la angustia. Sus palabras complementan la tesis de este modo: “Esa angustia existencial no es la angustia en general, sino “mi” angustia, y la angustia de la muerte no proviene de la muerte en general, sino de “mi” muerte”.

Para el filósofo danés, el sufrimiento y la sensación de ansiedad y desesperanza que se apodera de cada espíritu ante la experiencia del vació, de la nada y la eternidad, solo tiene una cura: la fe en Dios. Una fe, que como se ha dicho, no tiene ningún valor si es una fe pasiva, es decir, impuesta por la iglesia o por la Biblia, y que para que pueda salvarnos debe ser buscada y encontrada solo por nosotros mismos después de habernos sumergido en las profundidades de la duda.

 

LA MUERTE EN KIERKEGAARD.

 

Para él no fue un tema primario ni le dedicó una obra específica, solo nos la presenta en trozos insertados y como otra muestra de la incertidumbre, considerándola como un ente absurdo del que no estamos en capacidad de comprender su esencia. Esa idea la hizo aflorar en varios de sus libros como elemento cardinal en el camino hacia Dios.

Curiosamente, sus más amplias referencias sobre la muerte las publica y las lee en un cementerio durante un sepelio, pretendiendo que sus seguidores captasen el trágico sentido de algo final e inexplicable. 

Con estos textos comienza la demarcación del tema:

° “…no se trata de definir a la muerte, ni mucho menos intentar explicarla. Si se toma como punto de partida un acontecimiento mortuorio, este irá más allá del estado anímico que genera. Quien piensa en la muerte, debe hacerlo sobre la muerte propia –puesto que pensar en ella siempre será pensar en “mi” muerte”.

° “Si la muerte habrá de venir por cada uno de nosotros de un modo incomprensible, nos quedará a nosotros intentar comprendernos, tornarnos vigilantes…nos queda morir en beligerancia, no obstante, la muerte, así como quita, da. Si bien es cierto que nos quita el tiempo futuro, igualmente es cierto que también es capaz de otorgarle un inconmensurable valor a cada una de las horas de esa vida que llegan a su término”

Entre los signos de Kierkegaard para describir el fenómeno mortuorio está en la perplejidad que nos produce, y que tiene un punto de comienzo singular para cada caso. Es esa vacilación la que imposibilita la comprensión total, aunque sea algo que no necesita explicación ya que somos nosotros quienes lo requerimos. Ella simplemente llega. En otros textos, le asigna la “función” de un maestro y pone a las personas en la posición de “estudiantes”:

 La muerte, como maestro, nos vigila, supervisa y observa si el enfoque del “alumno” a la vida y también al “maestro” es responsable, cuidadoso y sereno, invitando a una postura seria y responsable, lejos de las distracciones y las disertaciones innecesarias” … “el severo maestro que escucha en silencio las explicaciones del discípulo, que, ante ese mismo silencio, termina volviéndose hacia sí mismo tratando de entenderla. De allí que cosas tan disímiles como el anhelo, la prisa, la preocupación, la atareada búsqueda o el mero silencio pueden llegar a ser también “bellas y legítimas explicaciones de la muerte”.   Una idea enriquecida al establecer que, cuando el hombre busca aprender algo acerca de ella, también está descubriendo su propia e inexorable finitud, y cuando ella llegue dirá: “esta noche para siempre terminaron mis hazañas” …” …el que es serio y se observa a sí mismo, sabe por tanto que, cómo indefectiblemente llegará a ser su presa, en el momento en que se haga presente sabrá también cuál es la obra que se interrumpirá con su llegada”.

 

El mismo tema también es mencionado en otros pasajes aislados de su inexistente libro mortuorio. De ellos destacamos:

° “¡Qué vida tan vacía y sin sentido! Muere un hombre, organizamos su funeral, le acompañamos en su último viaje y le echamos tres paladas de tierra encima. Llegamos y salimos del cementerio montados en un carro y nos sirve de consuelo que aún nos queda una larga vida por delante. ¿Cuánto tiempo dura realmente, siete o diez años? ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo acerca de este tema de una vez por todas?; ¿Por qué no quedarnos directamente en el cementerio, bajar a la tumba y sortear al pobre que como el último superviviente, se ocupe de echar tres paladas de tierra encima del último difunto?"

° “... A toda costa intentamos evitar pensar en la muerte; no queremos sentirnos perturbados por ella - y el cristianismo quiere acercarnos a ella lo más cerca posible”.

 

° “A un muerto hay que tratarlo como se trata a un dormido, a quien uno no se atreve a despertar, porque se abriga la esperanza de que algún día despierte por sí mismo”.

 

° “Cuando estoy aquí, la muerte no está, y cuando está la muerte, entonces no estoy yo”

Este última, expuesta en uno de sus diarios, muy bajo la influencia de Epicuro.

 


 NIETZSCHE




 El 25 de agosto de 1900, muere en Weimar, Alemania, Federico Nietzsche.  Faltaban pocas semanas para que cumpliera los 56 años y su fin llegó después de una larga enfermedad que lentamente se había transfigurado de insoportables dolores de cabeza a la locura total con aniquilación de su conciencia. Un vacío mental qué le duró cerca de once años.

Filólogo, poeta de la idea, músico disonante y experto como pocos en la cultura de la Grecia antigua, su pensamiento ha sido tomado y amoldado al servicio de escuelas políticas izquierdistas, del existencialismo, el deconstruccionismo, el fascismo anárquico, el feminismo, el relativismo y el nihilismo moral.  Est circunstancia le llevó a ser uno de los filósofos con mayor cantidad de admiradores desconocedores de su obra. Muchos de ellos por la interpretación errada o incompleta de su pensamiento, básicamente porque muchas de las opiniones y los símbolos que diseñó provienen de la segunda y la tercera parte del Nachlass, -el material que nunca fue publicado-, así como de sentencias, aforismos y borradores extraviados; e igualmente por la lectura incompleta de una filosofía amontonada en millares de notas, correspondencia y pensamientos revueltos, muchas veces contradictorios o que él mismo había rechazado.

Como filósofo dejó una huella profunda y una obra extensa, la cual para tratar de comprender requiere penetrar en los textos de cuatro títulos a los que hay que reconocer que son de lectura apasionante: “Así habló Zaratustra”, “Más allá del bien y del mal”, “El crepúsculo de los ídolos” y “Ecce homo”. No así los aforismos, que son detonaciones certeras, pero como todos los proverbios equivalen a disparos en la noche.

En Nietzsche la idea de la muerte no tuvo el toque trágico que encontramos en otros pensadores, más bien fue de un claro enfrentamiento a ella y la búsqueda de una vía para su dominación. No le rindió culto porque por el contrario se lo dio a la vida. El tono de drama final que caracteriza nuestra desaparición del mundo se diluye en la idea del eterno retorno, ese regresar perpetuo que da la esperanza y la alegría de una vida eterna y constituye la columna vertebral de su pensamiento.

Hoy sus restos descansan en el cementerio de Röcken, la ciudad al este de Alemania en donde nació. Sin duda que nunca fueron al cielo, porque se orientó con gran ahínco a promulgar la muerte de Dios, la misma tesis que tiempo atrás había desarrollado Hegel. Una ausencia de divinidad cristiana que es sustituida por esperanza, y donde la muerte tiene el valor de ser un renacer: “La vida es eterna; nosotros no”.

En esa imagen del mundo no hay sustancia que perezca sino una brevedad existencial que parte de la nada para volver a ella, para regresar y volver a desparecer en un eterno regreso que borra toda oposición entre el pasado y el futuro. Un pensamiento que no es simple sino se pierde entre las sombras y los laberintos, y al igual que es luz, se vuelve confuso en su batalla permanente para demoler a la metafísica occidental. 

Para ganar en esa batalla, el funeral de Dios fortalece la idea del tiempo como la verdadera dimensión de todo ser, y frente al idealismo busca restablece la conexión fundamental entre el ser y el tiempo, regresando al cuerpo su condición de ser lo único real y al cual solo le está permitido fortificar la idea de que la vida y la muerte se enriquecen mutuamente.

En su ditirambo filosófico suenan estos cantos:

 ° “…el hombre superiorel Superhombre- crea sus propios valores y no lo necesita, estorba cuando se vive en la forma que para él era la más elevada de la existencia humana, la que pone fin a los valores absolutos

° “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquél, que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida —todo ello en antítesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte—. No se le debe olvidar jamás al cristianismo que ha abusado de la debilidad del moribundo para estuprar su conciencia, y de la manera misma de morir para dictar juicios de valor sobre el hombre y su pasado.”

° “El arte es asimismo el poder único para salvar al individuo del dominio de la muerte. El arte es el remedio único contra la experiencia individual de la muerte.”

° “No vivamos contemplativamente esperando bienaventuranzas, bendiciones y gracias lejanas y desconocidas, sino de modo tal que una vez más quisiéramos vivir, ¡y así eternamente! Nuestra tarea se nos presenta a cada instante.

 Una extensa sinfonía del pensamiento en la que siempre se escuchará el canto de su Zaratustra, “el que después de dejar a su patria y los lagos de su patria, bajó de la montaña para predicar al Superhombre y la muerte de Dios.”

 


 SARTRE




Jean-Paul Charles Aymard Sartre, una de las figuras más importantes del existencialismo nació en Paris el 21 de junio de 1905 y murió en la misma ciudad en abril del año 1980. La causa fue un edema pulmonar complicado con crisis cardiaca, aunque que ya en los últimos años de su vida fueron aumentando sus dificultades, se encontraba casi ciego y un deterioro general de sus condiciones vitales se había venido agravado por la pobreza.  Su fallecimiento produjo una conmoción general en toda Francia, que, con él perdía a uno de los iconos más controversiales y esplendorosos de su intelectualidad durante el siglo XX.

Filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo, crítico literario y exponente del marxismo humanista, su obra tuvo un peso importante en el pensamiento filosófico contemporáneo. Seleccionado al Premio Nobel de Literatura en 1964, rechazó el honor manifestando su desacuerdo con todo reconocimiento o distinción que fuera otorgado por las instituciones establecidas.
Miembro activo del Partido Comunista Francés, sus pensamientos revolucionarios le volvieron una guía para los intelectuales de los años sesenta que estaban comprometidos en la lucha contra los problemas sociales de la época.

Su obra escrita fue muy extensa, y en ella destacan, en las novelas: "La náusea" ( 1938) "El muro" ( 1939), "Los caminos de la libertad" (1945–1949),  Entre las Filosóficas: "La imaginación" (1936) "La trascendencia del ego" (1938) "Bosquejo de una teoría de las emociones" (1939) "Lo imaginario", "Psicología fenomenológica de la imaginación" (1940) "El ser y la nada" (1943) “El existencialismo es un humanismo” (1945 y 1949) "Crítica de la razón dialéctica" (1960).
Igual destacan en su voluminosa actividad creativa obras teatrales, ensayos, críticas literarias y guiones para cine.

Los principales lineamientos de su filosofía se encuentran en "El ser y la nada" (1943) y en "El existencialismo es un humanismo" (1946), dos obras de marcado corte existencialista, en los que Sartre consideró que el ser humano estaba destinado a la libertad y al ejercicio pleno de su vida, y a pesar de que admitió que para ello existen algunas limitaciones, se opuso radicalmente a todos los determinismos, concibiendo la existencia humana como una “existencia consciente”, en un enfoque que diferencia al “ser del hombre” del “ser de la cosa” porque es consciente.

Los estudiosos de su filosofía la dividen en tres períodos: el primero, la época en la que se identificó con la fenomenología de Husserl, la segunda, la del ateísmo, ya plenamente identificado con los presupuestos del existencialismo y las reflexiones de Heidegger sobre la ontología de la existencia, y la tercera, la época en que sintetiza al existencialismo con una visión crítica y la cual ya está completamente alejada de las ortodoxias marxista.


SINTESIS DE LA IDEA SARTRIANA DE LA MUERTE:


“La muerte es la continuación de mi vida sin mí”, dijo. “Ella es ruptura, quiebra, límite, caída en el vacío. Lejos de dar un sentido a la vida, le quita toda significación, y despoja al hombre de su libertad, anulado todas sus posibilidades de realización ya que ella es aniquilación”. En “El ser y la Nada” fortalece dicha tesis, diciendo:

El hombre es una pasión inútil, pues parte del ansia de ser absoluto e infinito, pero es incompleto y finito; pretende y desea la eternidad, pero está condenado a la fugacidad; quisiera ser Dios y es sólo hombre. Lo que es necesario tener en cuenta en primer lugar es el carácter absurdo de la muerte. En este sentido, toda tentación de considerarlo como un acorde de resolución al término de una melodía debe descartarse rigurosamente.”

Consideró a la muerte, al igual que el nacimiento, como circunstancias inesperadas y absurdas: “Se nace sin motivo y se muere por casualidad”. Un sello de desprecio y repugnancia por la desaparición de la vida que sin duda es la consecuencia de su ateísmo extremo, el cual queda claramente de manifiesto en este texto:

La existencia de Dios es imposible, ya que el propio concepto de Dios es contradictorio, pues sería el en-sí-para-sí logrado.
Por tanto, si Dios no existe, no ha creado al hombre según una idea que fije su esencia. De esta manera se encuentra con su radical libertad. Si existiera, el hombre no tendría la libertad para la que nació.
Este ateísmo tiene una consecuencia ética: todos los valores humanos dependen enteramente de nosotros y son nuestra creación.

Con esas palabras, Dios, el eterno ser supremo, una vez más ha sido asesinado.

 

ORTEGA Y GASSET




 

Ensayista, político, académico y filósofo español.  Nace en Madrid en 1883, y muere en esa misma ciudad en 1955, dejando una importante obra filosófica que se podría ubicar entre el existencialismo, el pragmatismo y el perspectivismo. Un pensamiento profundo, muy influenciado en sus primeros tiempos por la filosofía alemana, en especial el neokantismo y la fenomenología de Husserl, y que luego se habría de desarrollar con su particular ideología y la misma claridad de análisis con la cual describió la realidad del mundo, la de España y la de su tiempo.

En la doctrina orteguiana sobre la inteligencia, se categoriza a la ciencia y a la cultura como instrumentos al servicio de la vida, ya que de otra manera esta quedaría en manos de dos tendencias que le son opuestas y se orientan a destruirla: la simulación de la cultura y la desvergüenza anticultural. Por otro lado, hace hincapié en que el hombre para vivir debe pensar, y si piensa mal, vivirá de esa manera, sumido en angustias, problemas y malestares.

“La solución a las complicaciones existenciales –dice- deben encontrarse en una salida autentica y racional sobre lo que nos rodea”, mostrando en esas cavilaciones el carácter subjetivo y personal del saber, y sin duda, el tono existencialista de su pensamiento.

Esto lo reafirma en la frase: “En la paz interior del individuo se consigue la paz de la vida, lo que se llama la felicidad”, una idea íntimamente ligada a su “Razón Vital”, un nuevo tipo de razón que es propia de cada individuo y opuesta a la razón cartesiana. Es en el marco de esa racionalidad, que el hombre tiene que decidir qué hacer consigo y con las cosas que le rodean, el verdadero y único sentido del saber.

 

LA MUERTE COMO CREACIÓN

Las reflexiones de Ortega sobre la muerte tienen un trasfondo lejano en la cultura española, en la cual siempre existió esa tanatología que fuera expresada repetidamente por muchas de las figuras relevantes de su mundo artístico y literario.

La obra en la cual más se extiende sobre la muerte, es “Ideas de los Castillos: la muerte como creación”, un largo ensayo aparecido en El Espectador”, en el cual parte de la oposición que existe entre el llamado “espíritu guerrero” y el “espíritu industrial” o burgués de la modernidad.  El primero, según él, surge de un sentimiento de confianza en sí mismo que conduce a una concepción optimista del universo, no por desconocer los males del mundo, sino porque los acepta como parte de la vida y se organiza para enfrentarlos adecuadamente.

Su opuesto, el espíritu industrial, generalizado en la modernidad, percibe al universo como una angustia omnímoda, que lo supedita todo a “no perder la vida”, y al no aceptar la muerte como lo que ella es, “el atributo más esencial de la existencia”. Ese deseo de prolongar la vida en lugar de llevar a vivirla enteramente la reduce a su mínima expresión vital, algo que se expresa en esta reflexión: “No cabe variar el proceso inexorable; solo es posible frenarlo artificialmente, hacer que cada reacción tarde más en producirse. Una vida de ritmo lento será más larga que una vida en “prestísimo; pero, en definitiva, no hay más vida -químicamente hablando- en una que en la otra”

De allí que, para él, nacer y morir representen una identidad biológica, natural y sin significado ontológico, la cual se produce desde el momento mismo de la concepción, y por lo cual hace un llamado a fomentar lo que define como “el arte de morir”. 

En una visión tranquilizadora de esa naturaleza, el fenómeno de la muerte no debe ser visto como un simple elemento exterior fuera de la vida, sino como una parte interior y constitutiva de su naturaleza, y la consecuencia de haber llevado una existencia plena y heroica.

Esto lo destaca de así en otro de los párrafos del ensayo:

La muerte se integra a la vida, pero no como lo fundamental, o como entrada: Ella no es un a priori, sino parte de un modo de vida, y solo así las dos logran su integración”.  

De esta manera, a su criterio cambiamos de ser un “ser para la muerte” –la manera como la consideraba Heidegger- a ser, un “ser para la vida”, lo cual nos permite usarla y aprovecharla para planificarnos adecuadamente.

Textualmente descrito así:

 La plenitud de la vida humana no es solo tener una meta, sino que toda ella este volcada a su realización hasta las últimas consecuencias, y el valor supremo está en perderla a tiempo y con gracia.  La idea de la muerte, que implica toda una biología, una psicología y una metafísica, nos permite saber a qué atenernos con respecto a esta soledad que nos queda de una compañía en que estuvimos. La muerte química es infrahumana, la inmortalidad es sobrehumana. La humanización de la muerte solo puede consistir en usar de ella con libertad, generosidad y con gracia.  Y lo finaliza diciendo:

 Seamos poetas de la existencia, aquellos que saben hallar a su vida la rima exacta de una muerte inspirada”.  

 

 

MAX SCHELER




Max Ferdinand Scheler fue uno de los filósofos contemporáneos alemanes más representativos del siglo XIX. Nació en Múnich en el verano de 1874 y murió en Frankfurt durante la primavera de 1928, a los 53 años y en la época de su mayor intensidad creadora. 

De las numerosas obras de filosofía, antropología, sociología y religión de su autoría, destacan: “Esencia y Formas de la Simpatía”, “Lo Transcendental y el Método Psicológico”, “El Resentimiento y el Juicio de los Valores”, “Lo eterno en el Hombre”, “Las Formas del Saber y la Sociedad”, “Intuición filosófica del Mundo” y “Muerte y Supervivencia”.  Todas de gran importancia para la filosofía y la sociología moderna, al igual que lo son para la comprensión de los problemas de la Europa de su época, una era trágica, en que apenas terminando la primera guerra mundial ya se encaminaba hacia la siguiente.  En ese ámbito, hay que recordar que Scheler fue de los primeros intelectuales que alertó sobre los peligros del nazismo cuando empezaba a despertar en Alemania.  

Profesor de Ética y filosofía en Colonia, Jena, Múnich y Berlín. Inicialmente orientó su pensamiento hacia las teorías de Husserl, de quien, a pesar de que más tarde las abandonó, tomó el método de la descripción fenomenológica para aplicarlo a áreas todavía no exploradas por los fenomenólogos, tales como la vida ética, la vida emocional (los sentimientos de simpatía, amor y odio) y la religión. Aunque fue católico, en los últimos años de su vida comenzó a alejarse de las doctrinas de la iglesia, incluso del teísmo y comenzó a acercarse a las ideas panteístas y evolucionistas.

Entre los temas filosóficos que le interesaron figuran los siguientes vértices epistémicos, cada uno los cuales requiere de un amplio y cuidadoso estudio para ser captado en su integridad:

 

LA IMPOTENCIA DEL ESPÍRITU.

Scheler consideró que el espíritu crea las ideas y todos los valores que constituyen la cultura, subrayando la fuerza que le da su capacidad de abstracción, una fuerza que le permite separar las ideas y la realidad dándole a la vida una verdadera trascendencia. Pero también le encontró una limitación: el no poder actuar sin representaciones ni ideas sino dependiendo de ellas, la causa por la cual al ser humano se le considera un ente espiritual y no un ser animado.

 

LA TEORÍA DE LOS VALORES.

Fue uno de los temas que más le apasionó. En ello estuvo presente el peso del pensamiento husserliano –su amigo y compañero de investigaciones- dándole énfasis a la intencionalidad de la conciencia sobre los objetos de la razón. De esta última, señaló que “pertenece a un cosmos objetivo de valores al que sólo se puede acceder por la intuición emocional”. Y aunque si bien a ella la consideró ciega, a los valores los creyó ordenados jerárquicamente y de la siguiente forma: “… primero están los religiosos (sagrado/profano), luego los espirituales (bello/feo, justo/injusto, verdadero/erróneo), después los de la afectividad vital (bienestar/malestar, noble/innoble) y por último los valores de la afectividad sensible (agradable/desagradable, útil/dañino).

A todos los valores los definió como fenómenos cualitativos independientes de la vida psíquica, así como lo son los colores y el sonido, complementando su calificación con esta frase: “lo importante para el ser humano es vivir en armonía, no optar por unos valores y renunciar a otros. Hay que saber coexistir con los inferiores de modo que estos se encuentren subordinados a los superiores, con lo cual cada vez que obremos bien en lo más simple y cotidiano estaremos llegando al área superior”.   Lo cual, en su teoría es la forma de alabar a Dios, “el más alto de los valores religiosos, que son los que se encuentran en la cúspide de la pirámide valorativa”.

 

LA COMPRENSIÓN IMPERSONAL.

La podríamos considerar como su sociología filosófica, una ética para las relaciones humanas, que desarrolló en “Esencia y Forma de la Simpatía”, en donde coloca a la simpatía como “la categoría fundamental de las relaciones interpersonales, pero no como un simple hecho psíquico, sino como una estructura fenomenológica y metafísica que excluye la simple relación entre personas. En su lugar supone la trascendencia recíproca y la posibilidad de comprensión y entendimiento extremo a pesar de la diversidad de criterios y diferencias”.

Para él, toda simpatía supone la intención del sentir, sea el sufrimiento o la alegría adherida en la vivencia del otro. Algo que descarta el contagio afectivo que se forma en las aglomeraciones gregarias y en las masas, lo cual sustituye con la verdadera integración afectiva que es la que debe existir entre dos seres.

 

DIOS.

 En el pensamiento tardío de Max Scheler, si es que podemos llamarlo el periodo de su vejez, categorizó a Dios como un ser de tensiones máximas: “Eso le permite que desde su grandeza pueda descender hasta lo más bajo, incluso a la oscuridad de los instintos demoniacos, pero también ascender de nuevo hasta lo más alto, al reino de las ideas purísimas.  Sólo en cuanto es espíritu claro, clarísimo, es que puede ser llamado “Dios”.


• LA MUERTE.

Su tesis sobre la muerte se encuentra detallada en Muerte y Supervivencia, la obra donde habla ampliamente sobre el tema, desarrollando una compleja opinión que, entre otros postulados, la fundamenta en estas reflexiones escogidas:

° “La muerte no es simplemente prevista como probable en virtud de una generalización de aquello que nosotros aprendemos en otros vivientes, sino porque ella es un elemento evidente y necesario de toda experiencia interna del proceso vital. No en un marco casualmente añadido al cuadro de cada uno de los procesos psíquicos o fisiológicos, sino que pertenece al cuadro, y sin el cual no sería el cuadro de una vida

La vida de todos nosotros se haya atravesada por la esencia de la desaparición, y ya el mismo proceso de envejecer es notado por el ser humano como una pérdida del tiempo y como un continuo gastarse de sí mismo”.   

No se quiere saber de la propia inmortalidad porque no se quiere saber de la propia muerte” … “lo que se está negando con negar la inmortalidad es la entraña y la esencia de la muerte, pese a que ella atañe a los elementos constitutivos de toda conciencia vital. Al descarnado “yo debo morir” se prefiere un saber de carácter general acerca de la muerte ajena. Los miembros de la sociedad utilitarista no saben que tienen que morir su propia muerte; saben únicamente que algunos hombres murieron, que el u otro muere. En consecuencia, se impone el estilo de morir como “otro”, y entonces, a la pregunta sobre la inmortalidad se la desposee de apremio y deja de ser significativa.  Dos preguntas surgen en este punto: ¿qué clase de saber posee cada uno de nosotros acerca de su propia muerte? ¿Cómo se presenta la esencia de la muerte en la experiencia exterior que tenemos nosotros de cualquier fenómeno vital? Una respuesta adecuada supondría una filosofía entera de la vida orgánica…

° “Desde el punto de vista de la ciencia natural, no es la muerte un acontecimiento elemental determinado, sino tan sólo el resultado lenta y progresivamente acumulado de la destrucción de enlaces químico-orgánicos sumamente complicados. Existe un fenómeno absoluto de la muerte, vinculado a la esencia de lo vital y a todas las formas unitarias de lo vital. Existe así, no sólo una muerte individual, sino también una muerte de las razas y de los pueblos

Sobre la supervivencia después de la muerte, en una de sus máximas más expresivas, expone:

 La primera condición para una posible creencia en la supervivencia es eliminar las fuerzas que reprimen la idea de la muerte más allá de los límites normales del impulso vital, fuerzas cuya existencia he mostrado en el tipo de hombre moderno. Todo lo que actúa contra estas fuerzas hace reaparecer de modo automático la idea de la muerte”,

Para esto no ve otra solución que, la incorporación de la esencia del ser que muere, a la estructura divina y panteísta que rige al mundo:

“…sólo en el acto de morir puede la persona moribunda saber si hay alguna supervivencia más allá de la muerte” ... "Cada uno de nosotros debe experimentar totalmente solo y para sí mismo la gran hora de su muerte y la posible supervivencia”

Al final del análisis fenomenológico de la vida y la muerte, Max Scheler considera que esta solo es un punto final en el tiempo, es decir, el cese de los procesos definitivos:

“…la persona no deja de existir, como cuando el sol desaparece y ya no es visible detrás de las montañas, esta supervivencia, sin embargo, no se presenta como algo justificado por los argumentos para la inmortalidad; se basa simplemente en el principio lógico de 'fallar o faltar, ya que no es un objeto de experiencia antes de la muerte. El fenómeno de la muerte no nos proporciona ni aceptación ni negación del principio de que hay una supervivencia de la persona muerta, porque no está sujeta a las leyes físicas. Lo mismo que ocurre con los actos espirituales de la persona”.

 


MIGUEL DE UNAMUNO




 

                                 “Yo señor mío, escribo con la sangre de mi corazón, no con tinta neutra, mis pensamientos muchas veces contradictorios entre sí, mis dudas, mis anhelos, mis sedes del espíritu; no redacto conclusiones como cualquier secretario de comisión.”

 Así hablaba de su obra cruda, fértil e inagotable, Miguel de Unamuno, una de las figuras más importantes de la literatura española. El esplendor en tantos de sus temas y formas literarias habría de empequeñecer un poco su reputación como filósofo, a pesar de ser profesor titular y varias veces rector de la Universidad de Salamanca.

Nacido en Bilbao en el año 1864, perteneció a la generación de escritores españoles conocida como del 98, de la cual formaban parte, entre otros, Pio Baroja, Azorín, Antonio Machado, Valle-Inclán, Menéndez Pidal y Jacinto Benavente. Igualmente fue activista político y voz sonora contra la monarquía española y la dictadura del general Primo de Rivera, que en ambos casos le llevaron al exilio y a sufrir persecuciones.

Sus trabajos, en diferentes estilos y materias se orientaron a varios campos del pensamiento, entre ellas, en ensayos: La agonía del cristianismo” y la “Vida de don Quijote y Sancho”, en el teatro filosófico “Fedra”, entre sus novelas “Paz en la guerra”, “Abel Sánchez” y “Niebla”, en la poesía “El Cristo de Velásquez” y “Romancero del destierro”, y en filosofía, “El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos”, un tratado sobre la muerte y la inmortalidad.

Al comienzo de su vida intelectual, las inquietudes de esa época le ubicaron en la ética social y la historia, siempre buscando articular en ellas el pensamiento que le había inspirado la dialéctica hegeliana; sin embargo, las contradicciones personales le impidieron desarrollar un sistema coherente, llevándolo más hacia la literatura, en particular al ensayo, la poesía y la novela. Allí desplegó sus cargas internas, tanto las de su propio espíritu, como las de la cultura universal y la de aquella España confusa y agitada que le tocó vivir. De ese primer período son En torno al casticismo”, “Mi religión y otros ensayos”, y “Soliloquios y conversaciones”, un libro donde opuso al tradicionalismo clásico algo que denominó: la "búsqueda de la tradición eterna del presente”, la cual para él se encontraba en las venas del pueblo y había que enfrentar al concepto oficial de la historia. En ese panorama de oposiciones intensas, propuso como una solución a los males que sufría España, acabar con su "europeización" para fortalecer sus valores y tradiciones. 

Este tema también lo destacó en “Vida de don Quijote y Sancho", un largo ensayo donde plantea "españolizar a Europa" tomando el pensamiento de esos dos grandes personajes cervantinos. En los cuales encontró el símbolo de la tensión que existe entre la ficción y la realidad, entre la locura y la razón, que constituyen la unidad entre la vida y la aspiración del hombre hacia la inmortalidad en el otro mundo.

 

MUERTE E INCERTIDUMBRE

 

El estilo filosófico de Unamuno, -como él mismo lo reconoció- fue contradictorio, y a pesar de que no se consideraba formando parte de ninguna escuela, en la obra “Historia de la Filosofía” del profesor Abbagnano, este lo encuadra como representante del fideísmo pragmático, -la misma orientación de Pascal, Kierkegaard y Nietzsche- por la subordinación que estos le dan al pensamiento y a la razón frente a la vida y a la acción. No obstante, ese posible pragmatismo vital y un claro apego al existencialismo de Kierkegaard, en la doctrina de Unamuno encontramos un elemento irracional que al mismo tiempo lo desvincula de los anteriores: es la desvaloración a “tono oscuro, arbitrario, inconsciente y en el fondo disparatado” que le da a todas las doctrinas o creencias en las que vivimos. Algo que se puede palpar en varias partes de su obra, siempre marcada por el escepticismo, la duda y el ateísmo.

Precisamente es esa duda la que encadena a lo que consideró el problema cardinal del ser humano: la inmortalidad.  Sobre ella, hay dos juicios en El sentimiento trágico de la vida que la definen, en los cuales a la vez reafirma su presencia en la terrible batalla de la vida contra la muerte:

·      Hay que creer en la otra vida, en la vida eterna de más allá de la tumba, y en una vida individual y personal, en una vida en que cada uno de nosotros sienta su conciencia y la sienta unirse, sin confundirse, con las demás conciencias todas en la Conciencia Suprema, en Dios; hay que creer en esa otra vida para poder vivir ésta y soportarla y darle sentido y finalidad”.

La existencia de Dios, no es algo exterior al ser, sino como la máxima voluntad del hombre. Tal vez ese Dios no existe, pero cada individuo ha de creer en él para recurrir a esa creencia como Don Quijote creía en sus caballeros y en sus princesas.”

En ese libro, -sin duda su obra filosófica más significativa- es donde el filósofo español plantea el problema de esa inmortalidad como el conflicto fundamental entre la razón y la fe, así como señala la crisis racionalista de la modernidad al tratar de encontrar la solución.

En un pasaje que suena diferente a los viejos tratados de metafísica y religión, dice: “La inmortalidad, la eterna angustia del hombre por no perecer, es el sentimiento trágico de la vida, el origen de toda filosofía y de toda religión”.  

La solución más trascendente a esa ansiedad la encuentra en el cristianismo, del cual, en “La esencia del catolicismo dice: El cristiano se encuentra ante una revelación de dos cabezas: la muerte y la victoria sobre la muerte. Si Cristo murió siendo Dios para ser hombre, el catolicismo representa la resurrección”, objetándole al cristianismo tradicional que haya puesto el peso en la idea del pecado, y señalar a la muerte como consecuencia de este, como su castigo.

A pesar de que Unamuno califica a la muerte como algo definitivo y considera que la vida acaba de manera inevitable, al mismo tiempo expresa que “la creencia de que nuestra identidad sobrevivirá a la muerte es algo necesario para poder vivir”. Ello supone la existencia de un Dios y tener fe, lo que le lleva al análisis de un Cristo que, al relacionarlo a la muerte, define con estas palabras: “En él, el Dios creador es absorbido por el Dios vital, crucificado pero vencedor de la muerte, por lo cual el catolicismo es el límite del racionalismo”.

Por otro lado, sostiene que aunque la razón filosófica ataca a la fe, en esa batalla la fe tiene que ser aliada de la razón. Lo cual expresa en los dos fragmentos siguiente, vinculados entre sí y, donde agrega un elemento decisivo para neutralizar a la fe y a la razón: La duda, la incertidumbre:

° “La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso como todos. Y haga lo que quiera, filosofa, no solo con la razón, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Es el hombre pensante”;

° “La certeza absoluta, completa, de que la muerte es un definitivo e irrevocable anonadamiento de la conciencia personal, o la certeza absoluta, completa, de que nuestra conciencia personal se prolongará más allá de la muerte en esta o las otras condiciones, hacen entrar en ello la extraña y adventicia añadidura del premio o el castigo eterno …y de este choque entre la desesperación y el escepticismo, nace la santa, la dulce, la salvadora Incertidumbre, nuestro supremo consuelo”

 Si intentamos sintetizar en una secuencia el panorama que Unamuno traza sobre la muerte, esta podría proyectarse en el siguiente marco: 1) La muerte es inevitable. 2) La idea de la inmortalidad es básica para vencer a la muerte y poder vivir. 3) La inmortalidad requiere un pacto de la fe con la razón. 4) Para la fe, el cristianismo es la religión más vital. 5) En toda fe como en toda la razón siempre estará presente el fantasma de la incertidumbre.

Para muchos tratadistas el filósofo español es considerado como uno de los antecesores del existencialismo, -que más adelante sería la escuela de mayor peso en la filosofía europea de post guerra-, aunque para otros no lo fue, porque, aunque vivió una existencia plena, la de un hombre de carne y hueso, como él decía, siempre estuvo hechizado con la idea de la muerte.

La suya llegó en condiciones trágicas. En aquella España convulsionada por la guerra civil, esa que el filósofo italiano Lorenzo Giusso, testigo presencial describe diciendo: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los unos y los otros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”, Unamuno, mentalmente destruido por el salvajismo de la guerra, envejece bruscamente y se le va deteriorando la salud.  Sin duda, se le suma a la tragedia del país, el terrible peso de conciencia que arrastraba, porque a pesar de ser siempre una figura independiente y liberal, en cierto momento manifestó simpatía por las fuerzas del franquismo, justificado al comienzo su intervención como una manera de controlar la anarquía de los últimos años de la Segunda República. Un arrepentimiento que le manifestó en una carta a un amigo: “No me abochorna confesar que me he equivocado. Lo que lamento es haber engañado a otros muchos”.

Murió en su casa de Salamanca en la tarde del 31 de diciembre de 1936, El deceso fue repentino y se produce luego de pronunciar sus últimas palabras: “¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!”.

Un testigo señala que dejó caer su cabeza sobre el pecho en un desvanecimiento. Más tarde los médicos dirían que había muerto de una congestión cerebral producida por las emanaciones de anhídrido carbónico de su brasero doméstico. Fue enterrado al día siguiente en el cementerio municipal, paradójicamente entre gritos y alabanzas de una multitud de falangistas, que desconocían que semanas antes él había denunciado públicamente el régimen de terror que se estaba implantando en España y que los jerarcas de la dictadura le habían destituido de todos sus cargos públicos y encarcelado en su propio hogar.

El último día de su vida tenía 72 años

 


MICHEL de MONTAIGNE




 

“Yo no me encuentro a mí mismo cuando más me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero”.

 

Michel de Montaigne, filósofo, político y humanista francés, nació en Burdeos el 28 de febrero de 1533. Eran los tiempos cercanos a la muerte de Lutero, a las guerras religiosas europeas, y el año en el cual Iván El terrible fue designado Zar de todas las rusias.

Precoz desde la niñez, su vida de estudios fue de alto nivel, dominando desde muy pequeño las lenguas clásicas antiguas y varias de las modernas. Más adelante se gradúa de abogado, así como profundiza en la historia de la filosofía. En su vida ciudadana llegó a tener altos cargos en el Parlamento y la magistratura de Perigord, hasta que renunciando a todos ellos se dedicó a viajar por Europa para estudiar las costumbres de otros pueblos. Finalmente, a los 37 años, regresa al lugar donde nació y se encierra en el castillo de su familia para dedicarse totalmente al desarrollo de su pensamiento y la escritura.

Su trabajo más famoso fueron los “Ensayos (Essais), una obra de lectura clara e interesante con la cual precisamente creo ese género literario, -actualmente una de las formas expresivas más importantes de la cultura occidental-, un estilo en prosa que explora, analiza, interpreta o evalúa un tema, y sintetiza su contenido argumentando las ideas que se tienen sobre el mismo.

En los tres tomos -publicados entre 1580 y 1588-, Montaigne, además de integrar su escepticismo y pesimismo a una discreta forma de ironía, allí desarrolla su teoría del conocimiento y su ética cotidiana, en los cuales se ponen en duda los principios de la escolástica medieval, los dogmas del catolicismo y el concepto de Dios que se tenía para entonces.   No obstante, ese agnosticismo, no niega la posibilidad de cognoscibilidad del mundo, pero con el enfoque de un crítico perspicaz y atrevido, tanto de la cultura, como la ciencia y las religiones. En dicha obra establece como principio de su moral el ser feliz, y señala que la felicidad celestial prometida por la religión no se debe esperar pasivamente, sino que debe buscarse en la vida terrenal, asumiendo en ello un claro tono epicúreo. Solo a título de referencia de sus ideas, estos son algunos de los temas que desarrolla individualmente en el primer libro:

“ De la tristeza”, “De la ociosidad”,  “De los mentirosos”, “Castigo de la cobardía”, “Del miedo”, “Que no debe juzgarse de nuestra dicha hasta después de la muerte”, “Que filosofar es prepararse a morir”, “Del pedantismo”, “De la amistad”, “De los caníbales”, “De la conveniencia de juzgar sobriamente de las cosas divinas”, “De la costumbre de vestirse”, “De cómo reímos y lloramos por la misma causa”, “De la soledad”, “De la desigualdad que existe entre nosotros”, “Del dormir”, “De los olores”, “De las oraciones”, “De la edad” “Como el alma descarga sus pasiones sobre objetos falsos cuando los verdaderos la faltan”, “Si el jefe de una plaza sitiada debe o no salir a parlamentar”, 

De él, hoy olvidado en las charlas y escuelas filosóficas, también mostramos algunos fragmentos de su teoría del conocimiento tratados en el primer libro:

°- “El hombre más sabio que haya jamás existido, cuando le preguntaron qué era lo que sabía, respondió que sólo tenía noticia de que no sabía nada. Con lo cual corroboraba el dicho de que la mayor parte de las cosas que conocemos es la menor de las que ignoramos, es decir, que aquello mismo que creemos saber es una parte pequeñísima de nuestra ignorancia.  Conocemos las cosas en sueños, dice Platón, pero las ignoramos en realidad. Del propio Cicerón, que debió al saber toda su fortuna, dice Valerio que, cuando llegó a viejo, amaba ya menos las letras; y que mientras las cultivó, lo hizo sin inclinarse a ninguna solución, siguiendo la que le parecía probable, propendiendo ya a una doctrina, ya a otra,  y, manteniéndose constantemente en la duda de la Academia, dijo:  Sería muy ventajoso para mi propósito considerar al hombre en su común manera de ser, en conjunto, puesto que el vulgo juzga la verdad, no por la calidad de las razones sino por el mayor número de hombres que de igual modo opinan”.

|° “El que se consagra a la investigación de la verdad llega a las conclusiones siguientes: unas veces la encuentra, otra declara que no puede descubrirla por ser superior a nuestras facultades, y otras, que permanece buscándola. Toda la filosofía se halla comprendida en estas tres categorías: buscar la verdad, la ciencia y la certeza.”

° “La ignorancia que se conoce, que se juzga y que se condena no es una ignorancia completa; para serlo, sería necesario que se ignorara a sí misma, de suerte que la tarea de los pirronianos consiste en dudar de las cosas e inquirirse de las mismas no asegurándose ni dando fe de nada. De las tres acciones que el alma realiza: la imaginativa, la apetitiva y la consentida, aceptan sólo las dos primeras, la última solo mintiéndola en situación ambigua sin inclinación ni aprobación hacia la más ligera idea.”

° “Luego que Sócrates fue advertido de que el dios de la sabiduría le había aplicado el dictado de sabio, quedó maravillado, y buscando o investigando la causa, como no encontrara ningún fundamento a tan divina sentencia, puesto que tenía noticia de otros a quienes adornaban la justicia, la templanza, el valor y la sabiduría como a él, y que a la vez eran más elocuentes, más hermosos y más útiles a su país, dedujo que la razón de que se le distinguiera de los demás y se le proclamara sabio, residía en que él no se tenía por tal y que su dios consideraba como estupidez singular la del hombre lleno de ciencia y sabiduría; que su mejor doctrina era la de la ignorancia, y la sencillez la mejor ciencia”.

 

SUS JUICIOS SOBRE LA MUERTE.

 

La visión de la muerte en Montaigne es básicamente una actitud de miedo, pero no es un terror aislado, al contrario, la relaciona con la acción para combatirlo. “Puede llegar en cualquier momento”- dice- “y el hombre vive pendiente del tiempo que le queda, y en cuanto es una privación de la libertad, el hombre debe aprender a convivir con ella y de la importancia de liberarse del terror de su inevitabilidad”. 

Sus doctrinas sobre el tema se encuentran en los capítulos XIX y XX del primer libro de los “Ensayos”, en donde en algunos postulados de corte estoico se refiere a su propio método de entrenamiento para resistir a la muerte. Allí estima que: “se debe ser constante en el pensamiento y la visualización de ella, algo que hay que hacer cotidianamente, pero sin el apego que pueda generar angustia.”  

Emparentado a esa premisa, asevera que la mejor manera de comprobar la coherencia de la vida de un ser humano es ver cómo observa su manera de morir, y establece como una labor meritoria el ir censando la muerte de las demás personas.

Estos dos paradigmas sobre ella son tomados del mencionad libro:

°- “Yo remito a la muerte toda la experiencia de mis estudios, entonces veremos si mis discursos salen de la boca o del corazón. He visto muchas gentes a quienes la muerte ha dado reputación en bien o en mal a toda su vida pasada. Escipión, suegro de Pompeyo, se rehabilitó por su buena muerte de la mala opinión que por su vida había merecido. Preguntado Examinandas si se consideraba como más feliz que Cabrías o Lisícrates, respondió que para dar una contestación justa precisaba que los tres hubieran sucumbido. En efecto, mucho habría que descontar a quien juzgara sin tener presente el honor y la grandeza de su fin.  Dios lo ha querido así, más en mi tiempo han muerto tres hombres execrables, de vida abominable o infame y los tres acabaron sus días de una manera plácida y ordenada, casi perfecta…Al juzgar de la vida de mis semejantes miro siempre cual ha sido su fin, y una de las cosas que más me interesan en la mía es que se deslice de una manera tranquila y sosegada. Tal era el parecer de Antístenes, que creía en la necesidad de aprovisionar juicio para obrar con cordura o cuerda para ahorcarse; y el de Crisipo, que aseguraba, a propósito de un verso de Tirteo que era preciso acercarse a la virtud o a la muerte. Crates decía que los males del amor se curaban con el hambre o con el tiempo; y a quien ambos medios desplacían, le recomendaba la cuerda. Sexto, de quien Plutarco y Séneca hablan con gran encomio, lo abandonó todo para consagrarse exclusivamente al estudio de la filosofía, y decidió arrojarse al mar viendo que sus progresos eran demasiado lentos y tardío el fruto: como la ciencia le faltaba, se lanzó a la muerte. He aquí cuáles eran los términos de la ley estoica en esto punto: Si por acaso aconteciese a alguno una desgracia irremediable, el puerto está cercano y el alma puede salvarse a nado fuera del cuerpo, como apartada de un esquife que se va a pique, pues el temor de la muerte, no el deseo de vivir es lo que al loco retiene amarrado al cuerpo.

 

°- “No debe juzgarse sobre nuestra dicha hasta después de la muerte”: «…que cualquiera que sea la buena fortuna de los hombres, éstos no pueden llamarse dichosos hasta que hayan traspuesto el último día de su vida, por la variedad e incertidumbre de las cosas humanas, que merced al accidente más ligero cambian del modo más radical. Reyes de Macedonia, sucesores del gran Alejandro, se convirtieron en carpinteros y secretarios de los tribunales en Roma; tiranos de Sicilia, en pedantes de Corinto; de un conquistador de medio mundo y emperador de tantos ejércitos, la desdicha hizo un suplicante miserable de los auxiliares de un rey de Egipto: a tal precio alcanzó Pompeyo que su vida se prolongara cinco o seis meses más…” …“La más hermosa de las reinas, viuda del rey más grande de toda la cristiandad, ¿no acaba de sucumbir bajo la mano de un verdugo? ¡Crueldad indigna y bárbara! Miles de ejemplos semejantes podrían citarse, pues parece que así como las tormentas y tempestades se indignan contra la altivez y orgullo de nuestras fábricas hay también allá arriba envidiosos espíritus de las grandezas de aquí abajo. Así es que, debemos hacernos cargo de la advertencia de Solón, con tanta más razón, cuanto que se trata de un filósofo para cuya secta los bienes y los males de la fortuna son indistintos y casi indiferentes. Encuentro natural que Solón mirase al porvenir, y dijese que aun la misma dicha humana que depende de la tranquilidad y contentamiento de un espíritu bien nacido y de la resolución y seguridad de un alma bien ordenada, no se suponga nunca en ningún hombre hasta que no se lo haya visto representar el último acto de la comedia, sin duda el más difícil. Puede todo lo demás ser apariencias y simulaciones. O bien los bellos discursos que la filosofía nos suministra no los aplicamos más que por bien parecer; o los múltiples accidentes de la humana existencia no nos llegan a lo vivo, y consienten que mantengamos nuestro rostro tranquilo; pero en el último papel que en la vida desempeñamos, cuando la hora de la muerte nos es llegada, nada hay que disimular, preciso es hablar claro, preciso es mostrar lo que hay de bueno y de concreto en el fondo de nuestra alma.

Ideas controversiales en una época, en donde, como era de esperar, su ejercicio de la libertad habría de llevarle a la condena del Índex librorum prohibitorum del Santo Oficio en 1676 gracias a una petición de Bossuet.

Montaigne murió el 13 de septiembre de 1592, pero no del todo, su estatua, levantada en la década de 1930 en la Place Paule Painlevé  del Barrio Latino  de Paris, aún sirve como amuleto de la buena suerte entre los estudiantes de La Sorbona, la cual se encuentra justo en frente a la escultura, y los cuales, siempre antes de los exámenes tocan el pie derecho del pensador.

 

EMIL CIORAN




 

“Mi misión es matar el tiempo y la de éste, matarme a su vez. Se está bien entre asesinos”.

 

Tal vez sea adecuado considerar a Emil Cioran como el pensador que más intensamente haya sentido y expresado las ideas del pesimismo, del tormento existencial, del sufrimiento y de la muerte. Una obsesión contracorriente casi enfermiza y avocada sin límites a abordar y lamentarse del absurdo de la vida, de la decadencia, la tiranía de la historia y la vulgaridad del cambio, calificando a la conciencia como agonía y a la razón como una enfermedad.

Nació el 8 de abril de 1911 en la Transilvania de la actual Rumanía, que para esa época formaba parte de Hungría. A los 17 años entró a estudiar filosofía en la Universidad de Bucarest, y en 1937 continuó los estudios en París, a donde vivió hasta el día de su muerte.  En esta disciplina, el dominio que tenía de la lengua alemana permitió la gran influencia que tuvieron sobre sus teorías, Kant, Schopenhauer, y en especial Nietzsche, volviéndose un agnóstico total bajo el axioma de "La inconveniencia de la existencia”.

Los primeros trabajos de Cioran se publicaron en rumano y, luego solo lo hizo en francés, despreciando a su lengua originaria por estimarla sin valor de expresión y un idioma de minoría. En esas obras, muchas de ellas ganadoras de premios y reconocimientos académicos, se trataron variados temas, aunque en casi todas se encuentra el mismo sentido trágico que tenía de la historia, del fin de la civilización y de la desdicha humana.

Al recorrer los títulos de algunos de sus libros se puede inducir el contenido de su filosofía: “El libro de las quimeras”, “Lágrimas y santos”, “El ocaso del pensamiento”, “Breviario de podredumbre”, “Silogismos de la amargura”, “La tentación de existir”, “Historia y utopía”, “La caída en el tiempo”, “El aciago demiurgo”, “Del inconveniente de haber nacido”, “Desgarradura”, “Adiós a la filosofía y otros textos”, “Ese maldito yo”, “Ejercicios de admiración y otros textos”, “Breviario de los vencidos”, “Extravíos, Soledad y Destino”, “En las cimas de la desesperación”.

Cioran nunca se consideró a sí mismo como filósofo, y al igual que muchos otros pensadores, ni desarrolló una teoría seriamente estructurada, ni formó parte de alguna escuela o tendencia definida. Las raíces de su nihilismo, cuando más se pueden encontrar en algunos de los presocráticos griegos, aunque para la época en que vivía en Rumania, manifestó interés político por la "Guardia  de Hierro", una organización de extrema derecha cuyo nacionalismo e ideología de corte fascista apoyó hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, y a la cual más tarde abandonó, como lo hizo al condenar las barbaridades hitlerianas que al principio también le habían entusiasmado.

Su pensamiento, ampliamente desarrollado en aforismos no pretende ofrecer verdades absolutas sino alarmas ideológicas, como él decía para calificarlos. En ellos se destaca el nihilismo, la concepción ateísta del mundo y el enfoque tan particular que tuvo de la muerte y del suicidio. De este último, especuló que era la única salvación ante el drama humano, y considerando que este solo puede ayudar una vez en la vida, jamás lo intentó a pesar de que tanto lo valorara en dos de sus obras más destacadas: “En las Cimas de la Desesperación” y “El Aciago Demiurgo”.

En ellas figuran sus máximas dedicadas al tema, y que textualmente califica con este apotegma fatal: “No vale la pena molestarse en matarse porque uno siempre se mata demasiado tarde

Una idea la describe de forma bastante particular:

Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte con nosotros, así lo llevamos también a él. El suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de desvitalizar, de ser deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante

SU ATEISMO:

Sobre Dios emitió frases de una connotación bastante beligerante, e incluso, a pesar de que sus sentencias sobre él sean irrespetuosas, todo su trabajo teológico se muestra en estas pocas líneas, en las cuales sintetiza algunos de sus proverbios:

° “Dios es una desesperanza que empieza donde terminan las otras”.

° “Mientras más se alejan los hombres de Dios, más avanzan en el conocimiento de las religiones”.

° “Dios ha explotado todos nuestros complejos de inferioridad, comenzando por nuestra incapacidad de creer en nuestra propia divinidad”.

° “Sin Dios todo es nada, y Dios no es más que la nada suprema”.

° “Una civilización se destruye sólo cuando se destruyen sus dioses”.

° “No puedo reconciliarme conmigo mismo, con los otros, con las cosas. Ni siquiera con Dios. Con él de ninguna manera”.

° "En el juicio final solo se pesarán las lágrimas”.

 

SU NIHILISMO

El pensamiento de Cioran, cargado de amargura e ironía lo sitúa entre los pensadores más provocadores y sonoros de las últimas décadas. En su mundo atormentado, el nihilismo tuvo el valor de una afirmación irrefutable: “todo es insustancial, lleno de invenciones y fantasías”, pero, aunque su concepto del vacío existencial tenía la fuerza de un sistema, no creía que todo careciera de sentido, más bien pensaba que era innecesario. El fundamento es simple: si la vida en definitiva es un camino hacia la muerte y se vive en eternas frustraciones, todo es fútil y carece de sentido, y así dijo para ratificarlo:

 "Estoy inmunizado contra todo, contra todos los credos pasados, contra todos los credos futuros” “No hay ninguna regla, ninguna técnica, ninguna norma que le dé sentido a lo que ha de desaparecer. Todo individuo siente en su ser el carácter irremediable de la agonía en medio de sufrimientos y tensiones ilimitadas sin ser consciente de la lenta amargura que se produce en ellos. Piensan que esa agonía última produce importantes revelaciones sobre la existencia, en lugar de aprender que al final no les revelará gran cosa porque todo se extinguirá tan inútilmente como han vivido”.

Entre los más descriptivos de sus adagios, figuran como ejemplo estas frases terribles:

° La mentira es una forma de talento.

° La conciencia es la pesadilla de la naturaleza.

° Desde que estoy en el mundo, este me parece cargado de un significado tan espantoso, que se torna insoportable.

° La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella”.

° Sin que nosotros podamos impedirlo, el velo que recubre ese espectáculo llamado vida se desgarra en miríadas de copos ilusorios y, de todo cuanto se desarrollaba ante nuestros ojos, no quedan ya ni tan siquiera las sombras de una quimérica realidad”.

 

LA MUERTE

Para él, la muerte de cada persona es la única realidad que lo precisa; y siendo así, se comprende que considerara que vivir sin el sentimiento de la muerte significa hacerlo instintivamente, sin prestar atención a su eterna e inquietante presencia como parte intrínseca a la vida. En los libros que más dedicó al tema, repitió reiteradamente una frase que ya muchos filósofos habían expresado en distintas épocas: que la vida es cautiva de la muerte.

Su peculiaridad en esta idea ya tantas veces expuesta por múltiples filósofos, es que afirmó que las revelaciones de orden metafísico comienzan únicamente cuando el equilibrio superficial del hombre empieza a vacilar y, la espontaneidad ingenua es sustituida por un martirio profundo:

La irrupción de la muerte en la estructura misma de la vida introduce implícitamente la nada en la elaboración del ser. De la misma manera que la muerte es inconcebible sin la nada, la vida es inconcebible sin un principio de negatividad. La implicación de la nada en la idea de la muerte se lee en el miedo que se le tiene a ésta, el cual no es más que el miedo al vacío. La inmanencia de la muerte revela el triunfo definitivo de la nada sobre la vida, probando así que la muerte existe únicamente para actualizar progresivamente su camino”.

Y con los dos siguientes textos le da su sello de autor:

“El desenlace de esta inmensa tragedia que es la vida –la del ser humano en particular– mostrará que ilusoria es la fe en la eternidad de la vida; pero también que el sentimiento ingenuo de la eternidad constituye la única posibilidad de sosiego para el hombre histórico. Todo se reduce, de hecho, al miedo a la muerte. Cuando vemos una serie de formas diferentes de miedo, no se trata en realidad más que de diferentes aspectos de una misma reacción ante una realidad fundamental; todos los temores individuales se hallan vinculados, mediante oscuras correspondencias a ese miedo esencial. Quienes intentan liberarse de él utilizando razonamientos artificiales, se equivocan, dado que es rigurosamente imposible anular un temor visceral mediante construcciones abstractas. Todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo. Y es el temor el que guía a los adeptos de la creencia en la inmortalidad. El hombre realiza un doloroso esfuerzo para salvar –incluso cuando no existe ninguna certeza– el mundo de los valores en medio de los cuales vive y a los cuales ha contribuido, es una tentativa de vencer el vacío de la dimensión temporal a fin de realizar lo universal”,

 y el otro:

“Ante la muerte, dejando aparte toda fe religiosa, no subsiste nada de lo que el mundo cree haber creado para la eternidad. Las formas y las categorías abstractas aparecen ante ella como insignificantes, mientras que su pretensión de universalidad se vuelve ilusoria frente al proceso de aniquilación irremediable. Nunca una forma o una categoría podrán aprehender la existencia en su estructura esencial, como tampoco podrán comprender el sentido profundo de la vida ni de la muerte. ¿Qué podrían, pues, oponerles a éstas, el idealismo o el racionalismo? Nada. Las demás concepciones o doctrinas no nos enseñan tampoco casi nada sobre la muerte. La única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación.  En efecto, ¿qué alivio podría aportar la distinción artificial entre el yo y la muerte a quien siente la muerte con una intensidad real? ¿Qué sentido puede tener una sutilidad lógica o una argumentación para el individuo víctima de la obsesión de lo irremediable? Toda tentativa de considerar los problemas existenciales desde el punto de vista lógico está condenada al fracaso. Los filósofos son demasiado orgullosos para confesar su miedo a la muerte, y demasiado presuntuosos para reconocer que la enfermedad posee una fecundidad espiritual. Hay en sus consideraciones sobre ella una serenidad fingida: son ellos, en realidad, quienes más tiemblan ante ella. Pero no olvidemos que la filosofía es el arte de disimular los tormentos y los suplicios propios

 Cerramos su letanía trágica, tomando estos cuatro aforismos de su libro “Ese maldito yo”:

° “El deseo de morir era la único que me importaba; por ello he sacrificado todo, aún la muerte”

° “Se muere desde siempre y sin embargo la muerte no ha perdido su lozanía. Ahí reside el secreto de todos los secretos”.

° “Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado”.

° “Dejar de existir no significa nada, no puede significar nada. ¿Para qué ocuparse de lo que sobrevive a una irrealidad, de una apariencia que sucede a otra apariencia? La muerte no es efectivamente nada, o todo lo más un simulacro de misterio, como la propia vida”.

Emil Cioran descansó del sufrimiento el 20 de junio de 1995, paradójicamente a los 84 años. Murió víctima del Alzheimer; llevándonos a la especulación de que, tal vez dicha enfermedad se desencadena en los laberintos del cerebro de las víctimas, como una respuesta al desprecio e indiferencia que por alguna razón tiene de la vida.    

Los restos de sus amarguras están enterrados en el cementerio de Montparnasse, en Paris, la ciudad que tanto amó.







CIERRE BÍBLICO



Libro de la sabiduría (2,1-7)


     (Pues neciamente se dijeron a a sí mismo los que no razonan)

    Corta y triste es nuestra vida y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del Hades.

    Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida, seremos como si no hubiéramos sido; porque el humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón.

    Extinguido este, el cuerpo se vuelve ceniza, y el espíritu se disipa como tenue aire. 

    Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras, y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece. 

    Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga. 

Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todos en nuestra juventud. 

Hartémonos de ricos, generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral. 

    Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, no haya Prado que no huelle muestra voluptuosidad. 

    Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte.


 





 Reply  Reply All  Forward