DOS ESTAMPAS DEL FUTURO
Texto y foto:O.G
LA BIBLIOTECA
A la derecha estaban los inmensos galpones contentivos de letras, palabras, signos de puntuación y pequeñas oraciones incompletas. Se encontraban cuidadosamente ordenados en orden alfabético y con unas señales de localización codificadas en su parte trasera. Cada vocablo u expresión estaba pegado a un pequeño papel con base adherente y colocado en uno de los millares de estantes de las torres de archivo. En una de ellas había millones de títulos de libros repartidos en dos enormes grupos, el de obras editadas y los que estaban disponibles. Hacia el centro de cada cobertizo se levantaba una gigantesca pantalla digital de uso múltiple con explicación detallada para la localización de las palabras y las obras a las cual ellas correspondían, y a su lado unas cestas para que el lector metiera el material seleccionado.
Horrorizaba ver aquellas enormes torres de cemento de casi treinta metros de alto colocadas en líneas que se perdían a la vista en la distancia, todas ellas llenas de términos y palabras sin más contenido que su significado etimológico, letras vacías y frases incompresibles o truncadas. Molestaba saber que allí estaban las grandes obras de la literatura universal desunidas en sus componentes gramaticales y archivados sin sentido lógico al lado de otros vocablos para obras que aún no habían sido escritas.
Del otro lado estaba el centro de pegado. Era un espacio amplio y bien iluminado lleno de largos mesones donde las personas interesadas en reconstruir un libro editado, crear uno nuevo o redactar artículos se sentaban con su cesta y ordenaban el contenido, para que luego los expertos literarios les corrigieran los errores.
Aunque era un espectáculo escalofriante, el procedimiento era simple: el lector o escritor llegaba a los depósitos de la biblioteca, buscaba el material para redactar una obra nueva o armar un libro viejo y después pasaba a las mesas de pegado. Allí arrancaba cada palabra de su base protectora y, ayudado por la codificación trasera las iba pegando ordenadamente en un cuaderno hasta darle sentido literario. Al terminar lo llevaba a los correctores que le hacían la revisión final antes de fijar el título del caso.
Debo aclarar que, para esa época, la televisión, las computadoras, los teléfonos celulares, y más adelante la intercomunicación entre las personas por chips implantados en el cerebro ya habían acabado con los libros editados en papel, de la misma manera que desaparecieron los lápices y bolígrafos. Todo el que quisiera leer una obra escrita en la forma tradicional, o expresar por ese medio una idea sobre cualquier tópico, debería construirla personalmente en esos bancos de palabras, disfrutarla o mostrársela a sus amistades o relacionados, luego volver a despegar las letras, frases y signos de puntuación y devolverlos a la biblioteca, donde nuevamente los catalogaban para el uso de otros lectores o escritores.
Es cierto que se leía y escribía mejor, pero era duro. Me costó ensamblar las palabras y oraciones cuando quise releer El Quijote; la primera oración que saqué del archivo, era: “En un lugar de la ”, atrás decía: “ El Quijote torre uno, estante tres, capítulo primero, primera línea”, y luego venía la segunda, esta solo era la palabra: “mancha”, que al reverso indicaba: “El Quijote, torre dos estante uno, capítulo primero, primera línea”, y así seguía cada oración desmenuzada de las otras partes, pero al final me divertía esa forma de lectura pegando y construyendo oraciones que resultaban una suerte de acertijo, en el fondo, es lo que ocurre con casi todo lo que ha sido escrito desde el comienzo de los tiempos literarios.
LA ÚLTIMA CAMADA
Cuando se suspendió la reproducción humana para acabar con la pobreza, todas las personas y en todas las ciudades estaban obligada a presentarse una vez al año a los centros de ajuste y reparación de los órganos fundamentales, los cuales existían en todas las ciudades. Ante la nueva situación, alargar la vida humana era un imperativo hasta que se reiniciara la repoblación del planeta sobre bases razonables de cantidad, equilibrio social y la eliminación natural de los desechos sociales que tantos problemas habían dado.
El chequeo era simple, uno llegaba al centro de control, demostraba que era socialmente útil y en el acto lo pasaban a la revisión de los órganos fundamentales para el mantenimiento de la vida. Se escaneaba todo el organismo y en particular el corazón, el hígado y el cerebro, controlaban detalladamente los riñones, el sistema endocrinológico, el digestivo y todos los órganos auxiliares. Si había fallas reparables se ajustaban, bien fuera por vía de cirugía, o con los estrictos regímenes de recuperación o de optimización. Si la persona estaba muy deteriorada por la edad o enfermedades graves, automáticamente se pasaba al departamento de trasplantes.
Debido a que los órganos de toda persona muerta eran donados obligatoriamente a menos que manifestara por escrito su deseo de legarlo a los gusanos, había una abundancia de partes que permitía los continuos trasplantes y reemplazos.
Yo personalmente, tenía cuatro mil seiscientos años de edad a comienzos de la época de desaparición del hielo sobre la tierra. Esa larga edad la había logrado gracias a doscientos trasplantes de hígado, mil doscientos corazones, uno de testículo, seiscientos cambios de ojos, trescientas rodillas, una oreja y tres columnas.
Curiosamente, en todos los países los ajustes más repetitivos eran los de corazón y los de cerebro. Cuando no era necesario implantar uno nuevo, al primero lo sacaban, lo lavaban bien enjuagando los ventrículos y las aurículas con cloro, le sustituían las células muertas por unas nuevas clonadas de nuestro propio cuerpo, le cambiaban el fascículo de His por un chip que demostró gran precisión en el control de las arritmias, renovaban la red de Purkinje y decalcificaban la válvula mitral a la vez que sustituían todas las arterias por conductos de silicón de yuca.
El cerebro generalmente era reemplazado en buena parte por mini centros electrónicos programados para ser positivo, amigable, honesto, sincero y más inteligente, eliminando los circuitos y células que activaban los centros del fanatismo, la brutalidad, la viveza y el oportunismo. La parte que empleábamos para nuestra profesión se mantenía en óptimo estado, y gracias a los avances tecnológicos que se acrecentaron después de la desaparición del petróleo se desecharon los órganos humanos por las sofisticadas pastas a base de maíz, arroz y trigo.
Pero confieso, ya me estoy aburriendo de ser uno de los conservadores de la especie, porque para la fecha de celebración de mi cuatro mil seiscientos un aniversario, todavía sigue detenida la reproducción humana, porque parece que descubrieron que no hay manera de acabar con la pobreza.
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