De:
Rubén Monasterios.
LA PEQUEÑA
CAPERUCITA ROJA
Comedia
musical pornohumorística
Teatro escrito para leer,
o para ser representado,
en caso de ser actuado
y a grito herido cantado,
de hallarse un compositor
que por él sea inspirado,
y un maestro director
por la obra
motivado;
así como un productor
en la empresa interesado.
La idea parte del cuento
absolutamente homónimo
difundido por el viento
de su fama como un halo
del gran escritor francés,
o sea, de un autor galo:
Perrault llamado, así es.
A manera de introducción
Los
cuantos genéricamente llamados “de hadas”, o con más propiedad, “infantiles”, tienen
al menos dos lecturas; la más obvia es,
en efecto, para niños; la
transtextual se destina a los adultos;
tal característica se pone de manifiesto en la moraleja del cuento que aquí nos ocupa, puesta en forma de
versos al final del relato por el escritor que lo recogió de la fuente
folklórica y le dio forma literaria, Charles Perrault; sea dicho de paso, tales
reveladores versos suelen omitirse en la mayoría de las incontables ediciones
realizadas de Caperucita Roja, y dicen así*:
Aquí vemos como las jóvenes…
guapas, de buen talle y amables,
hacen mal prestando oídos
a cualquier clase de gente.
Y no tiene nada de raro,
si a tantas el lobo se come.
Digo lobo, porque no todos los lobos
son de la misma especie:
los hay de humor paciente,
sin escándalo, sin hiel y sin cólera,
que amaestrados, complacientes y dulces,
siguen a las señoritas
hasta en las casas y por las callejas.
Pero, ¡ay!, ¿quién no sabe
que estos lobos dulzones
son los más peligrosos de todos los lobos?
De
modo que Caperucita es, en realidad, un símbolo de todas las jovencitas
insensatas que existieron, existen y existirán mientras haya un vestigio de
humanidad, y el Lobo… es todos los lobos: los varones salaces que
inevitablemente, y con buenas razones, rondan en torno a esas niñas.
Nuestra versión
pornohumorística de este añejo cuento es, pues, una lectura transtextual del mismo, puesta en forma teatral.
Concebimos nuestra
versión como teatro “para leer”, y con ello pretendemos rescatar y rendirle
tributo a un género literario que floreció en Venezuela durante la primera
mitad del Siglo Veinte, gracias al talento de insignes humoristas como Leoncio
Martínez, Leo; Miguel Otero Silva,
Andrés Eloy Blanco, Aquiles Nazoa… por
citar solo algunos que tenemos en la memoria. Siendo teatro “para leer”, sigue
la norma del género de estar escrita en versos, pero –tal como ocurre con la generalidad de las
obras análogas– nada impide su representación escénica.
Personajes
dramáticos
Lobo, galán maduro con registro de bajo o barítono.
Madre, actriz cantante, contralto o mezzo.
Abuelita, idem supra; puede ser
interpretada por la misma actriz que hace la Madre.
Coro viril, con un Corifeo,
actor cantante con registro de tenor.
Notas sobre la puesta en escena de La Pequeña
Caperucita Roja
Respetando una característica definitoria del teatro para leer escribimos todo el texto, incluso las acotaciones, en verso; de realizarse la puesta en escena de la obra tales acotaciones son, obviamente, superfluas; pero si se quieren en conservar algunas de ellas podrían atribuirse al Coro y al Corifeo.
La obra puede
representarse recitada o musicalizada, en cuyo caso, como humorada, sugerimos usar la música de famosas óperas. Y
la “Aleluya” que canta el Coro en la última escena es, naturalmente, la de
Handel.
La
actriz-cantante intérprete de Caperucita debe tener aspecto juvenil y estar
razonablemente bien hecha, por cuanto tiene que hacer dos desnudos. El Lobo
aparece con media máscara con facciones lobunas: hocico alargado, orejas
puntiagudas, morro peludo, y un frondoso rabo de lobo.
A propósito de simplificar la puesta,
sugerimos utilizar el viejo recurso teatral de los telones de fondo, de los
cuales serían necesarios cuatro: el jardín de la casa de Caperucita y su madre
(escenas I y II); el bosque con un camino (escena III); el frente de la cabaña
de la Abuelita, en la que se destaca una gran puerta (escena IV); interior de
la casa de la Abuelita (escenas V y VI).
Otros
elementos escénicos imprescindibles son una tina grande con apariencia de
madera para el baño de Caperucita en la escena I; los conejitos de la escena III,
los cuales pueden solucionarse mediante una ristra de muñecos con ruedas
puestos en fila, que el Lobo arrastra mediante una cuerda; o bien con los
miembros del coro disfrazados; y en las escenas V y VI, una cama, un arcón o baúl monumental donde pueda caber
una persona y un gran candelabro de aspecto rústico con un velón.
ESCENA I
Al levantarse el telón
puede
verse una cabaña
cubierta
de musgo y yedra
en
cuyo jardín se baña
una
niña primorosa:
blanco
cuerpo, rubio pelo,
pezones
de satín rosa.
En
ella el Monte de Venus
escasamente se esboza
velando
bruna oquedad:
lo
que sugiere que apenas
despierta a la pubertad.
Coro:
¡Ingenua
visión bucólica
la
de esta niña antiparabólica,
que
sin la menor malicia
se
exhibe sin impudicia!
Corifeo:
Pero
resulta tan excitante,
tan
sugestiva, tan enervante.
¡que
se me para, que se me para,
y
se me pone como una vara!
Entra por un lateral
la
madre de esa criatura.
Trae
una tela de paño
y
le dice con premura:
Madre:
¡Vamos,
termina, mi niña!,
acaba
tus abluciones
bien
sabes que la Abuelita
espera
tus atenciones.
A
la dulce viejecita
debes
llevar la comida;
como
es largo ese camino
no
retrases la salida.
He
preparado una cesta
con
delicias a granel:
nuevos
frutos de la huerta
y
un delicioso pastel
Con
la toalla cubre a la niña:
cuida
que el paño su cuerpo ciña.
La
muchacha con un gesto asiente
–simula
ser de lo más obediente–.
Entra,
pues, de prisa a la casa
y
entre tanto, algún tiempo pasa.
Coro:
Termina
así esta visión
que
excita el fuego de mi pasión.
¡Pero
no la he visto en vano!,
pues
resuelvo con la mano
los
inefables calores
y
estos ardientes furores
de
la indoblegable vara
¡que
se me para, que se me para!
.
Aria de las
Inquietudes Maternales
Madre
(A la
Caperucita, que está en el interior,
vistiéndose,
para salir al exterior:)
Nada
importa si más tarde
arribas
a tu destino,
pero
no cruces el bosque...
¡sería
un gran desatino!
Afilando
sus pezuñas
horribles
seres malvados
asechan
en la espesura
en
las frondas solapados.
Toma
la vía más larga
que
bordea la floresta,
al
fin, no es grande la carga
que
llevas en esa cesta.
¡Y
cuídese del extraño
que
le de conversación!
¡Puede
hacerle mucho daño
si
usted le presta atención!
Madre y Coro:
¡Y
cuídese del extraño
que
le de conversación!
¡Puede
hacerle mucho daño
si
usted le presta atención!
ESCENA II
Aparece
la niña de blanco vestida
con
la caperuza roja consabida.
Un
casto beso a su madre pide;
la
madre amante, presto, se lo da,
y
con un tierno abrazo la despide.
Viene
a ser evidente que ahora se va.
Coro:
¡Ay,
qué vieja tan pendeja
la
que a esta niña aconseja!
¿Cuándo
le ha hecho algún daño
a
una mujer un buen maño?,
que
es el nombre de la vara
¡cuando
se para, cuando se para!
Aria de la Joven Prudente
Caperucita:
Madre,
¡por Dios!, sosegaos,
¿Pensáis
que soy inocente,
creéis
acaso que ignoro
lo
que esperar de la gente?
Sigo
los sabios consejos
que
nos dicta la experiencia
de
aquellos que son mas viejos
rebosantes
de sapiencia.
¡Tampoco,
soy, señora, una niñita!
Ya
tengo edad: ¡soy una adolescente!
Y
sabiéndome graciosa y bien bonita
tengo
razones para ser prudente,
y
evitar del varón abominable
su
asediante y pervertido acoso:
pues
el hombre, ¡es detestable!,
compulsivo,
lúbrico y vicioso.
Madre:
¡Dios
del cielo, cuánta sabiduría
de
tu juvenil boca fluye y mana!
Al
verte, fresca flor, nadie diría
que
pudieras pensar como una anciana.
Tus
palabras, tan llenas de decoro,
dejan
en paz mi atribulada alma.
Vete,
pues: sigue esa regla de oro:
Tu
sensatez deja a tu madre en calma.
Coro:
¡Qué
fastidio, Señor, qué ladilla!
¡Pero
si el hombre es una maravilla,
y
a la mujer tan sólo él depara
un
goce que con nada se compara!
¡Porque
tiene el varón una vara
que
se le para, que se le para!
ESCENA III
El
decorado presenta un camino,
en día
prístino, fresco, radiante,
donde
aparece la Caperucita
Roja,
grácil, bella y exultante.
De
improviso, en sentido opuesto,
avanza
el Lobo: un galán apuesto.
¡Pero
es bien rara su compañía!,
pues
ver a un lobo, con simpatía,
danzar
rodeado de unos conejos,
blancos, chiquitos, de ojos bermejos,
andando así, hombro con hombro,
1 es cosa extraña
que causa asombro.
Balada Didáctica del Lobo Feroz
Lobo y Coro:
¡Vamos
conejitos,
vamos
a bailar,
que
un lindo pasito
debéis
practicar!
¡Vamos
conejitos,
vamos
a cantar,
que
una melodía
debéis
tararear!
¡Vamos
conejitos,
vamos
a estudiar,
que
voy a enseñaros
a
multiplicar!
¡Vamos
conejitos,
vamos
a pasear!...
Lobo (solo:)
¡Que
en este palito
os
vais a ensartar!
¡Que
en este palito
os
vais a ensartar!
Al
ver a Caperucita
--seductora señorita-- deja el Lobo de cantar
e
interrumpe su danzar,
y
con un gesto muy fino
apartase
del camino
para
dejarla pasar.
¡Es
tan educado
su
comportamiento
que
la niña olvida
su
aleccionamiento,
y
con poca discreción
entabla
conversación!
Caperucita:
¡Gracias,
señor Lobo,
por
sus gentilezas!.
Estoy
halagada
por
tantas finezas
Lobo:
Si mil caminos tuviera,
mil caminos os cediera;
y
si tuviera una estrella
os
quedaríais con ella...
¡Oh,
joven, cuya hermosura
me
turba hasta la locura!
Corifeo:
La Caperucita Roja,
toda
ella se sonroja.
Ante
esa galantería
surge
la coquetería
que
es propia de la mujer,
¡cosa
inherente a su ser!,
y sigue
conversación
con
ese animal artero
¡que
siente la incitación
de
su instinto traicionero¡
Coro:
¡Ninguna mujer resiste
una pedida elegante
de un caballero atractivo
bien educado y galante.
Toda mujer es sensible
a dar la sopa en cuchara,
pero algunas, es posible,
que se salven de la vara,
¡por ser mal enamoradas!:
por tal razón no terminan
debidamente ensartadas
en la susodicha vara
¡cuando se para, cuando se para!
Caperucita:
¡De veras os agradezco
elogios que no merezco!
Pero aclaradme unas dudas:
De esas criaturas peludas
que lleváis con el cabestro
¿sois
acaso, el maestro?
Y a esta hora tan temprana,
¿a dónde vais?
Y en ese bosque sombrío,
¿qué buscáis?
Lobo:
¡Perspicaz! ¡Habéis adivinado!
Soy, en efecto, el docente adecuado
tanto de estos tiernos conejitos,
como de otros lindos animalitos.
Y como estamos en hora de recreo
al bosque los llevo de paseo.
Y ahora,
satisfaced
vos mi curiosidad:
¿Os dirigís al campo, o a la ciudad?
Caperucita:
Voy a la casa de mi abuelita:
está, la pobre, muy enfermita.
Vive ella en una linda cabaña
que de este bosque es aledaña:
pero allá, lejos, del otro lado:
donde está del río el
vado.
Lobo:
(¡Oh, qué bien, qué interesante:
he aquí un dato asaz relevante!)
Si atravesáis el bosque
por ese sendero,
llegaréis sin fatiga
y mucho más ligero.
Caperucita:
¡Oh, no, señor!
Prefiero del camino la largura
que atravesar esa floresta oscura.
¡Ese bosque es horrible,
está lleno de bestias terribles!
Lobo:
Tenéis razón y os cabe derecho:
mejor tomad vuestro común camino.
Yo todavía debo andar un trecho;
seguiré, pues,
por donde usted vino.
Dúo de los Adioses Efusivos
Caperucita:
¡Adiós, adiós, correcto caballero,
verlo de nuevo alguna vez espero!
Lobo:
¡Adiós, adiós, doncella quinceañera,
de nuevo verla alguna vez quisiera!
Caperucita y Lobo:
Platicar con usted es un grato placer,
¡ojalá este encuentro volviera a suceder!
Entablar relaciones ha sido interesante,
más aún, diría yo, ¡ha sido fascinante¡
Fue un encuentro fortuito y momentáneo
mas resultó exquisito y
espontáneo.
Es usted una persona del todo seductora,
¡esta bella experiencia ha sido encantadora!
¡Adiós, adiós, volveremos a vernos!
¡Es lo mejor que podría sucedernos!
¡Adiós, adiós, quiero volverte a ver!
¡Es algo inevitable, así tiene que ser¡
Brincando cual
ágil cervatilla,
sigue camino la insensata chiquilla;
y
estando ya distante, en lejanía,
seguro el Lobo de que ella no lo oía,
hace la mala bestia esta reflexión
que deja ver su perversa intención:
Lobo:
¡Yo mando estos conejos
pa’ el mismísimo carajo,
y en vez de seguir camino
me voy por los atajos!
Corifeo
(Con respaldo del Coro que pos de la fiera,
hace efecto vocal de una veloz carrera:)
¡Corre, mi Lobo, sin hacer ruido!
¡Corre más rápido que el sonido!
¡Corre, mi Lobo,
como una flecha!
¡Púyalo, Lobo, mete la mecha,
con ese empuje que da la vara
cuando se para, cuando se para!
Rápidamente
aquí cae el telón:
Veremos
en seguida una nueva acción.
ESCENA
IV
En
escena, la aludida cabaña
que
del bosque es aledaña.
Como
fue por un atajo,
corriendo como un vergajo,
el
Lobo, animal ligero,
¡claro
que llega primero!
Además,
Perrault dispone
--a
lo cual nadie se opone--
que
el Lobo aquí se adelante
y
ante la puerta se plante.
No
pienso cambiar el cuento
porque
dirían que miento,
y
quedaría esta historia
sin
gracia, pena ni gloria.
La
bestia llega primero
y
con propósito artero
vemos
que el Lobo Feroz
intenta
falsear la voz.
Coro:
¡Tun, tun!
Abuelita:
¿Quién es?
Lobo:
¡La vieja Inés!
Abuelita:
Estoy enferma,
vuelva después.
Coro:
¡Tun, tun!
Abuelita:
¿Pero que quieres, mijita?
¿Acaso no me escuchaste?:
¡Dije que estoy enfermita!
¡Vete de aquí, vieja emplaste!
Coro:
¡Tun, tun!
Abuelita:
¡Te dije: no abro la puerta!
¡Tronco e´vaina, qué varilla!
¡Yo estoy en la cama, yerta!
¡Vieja Inés, no sea ladilla!
Lobo:
¡Embuste, embuste, abuelita!
Te voy a decir quién es:
¡quien llegó es Caperucita,
que
no es la vieja Inés!
Por
obra del técnico conjuro,
aquí
se hace otra vez oscuro.
ESCENA
V
Distrae
a la gente el Coro
con
un gentil murmullo canoro,
mientras cambiamos la escena
que de otras cosas se llena: Aparecen la cama y el arcón;
y
un candelabro con un velón.
Vuelve,
de súbito, la iluminación.
cesa
el Coro de cantar su canción.
En
la cama, tendida la Abuelita.
Siendo
un tanto miope, la pobrecita,
confunde al Lobo con Caperucita,
y en dulce reproche la viejecita
desde
el lecho la impreca airada,
--siendo
evidente que esta enojada--
a
la que ella supone es la jovencita,
vale
decir, o sea, su nietecita:
Aria de la
tierna Abuelita
Abuelita:
¡Maldita sea, no tengo mis anteojos
y apenas puedo ver con estos ojos!
¿Conque llegaste, al fin, Caperucita!?
¡Cómo tardaste,
mierda de carajita!
¡Qué vaina con esta niña
tremenda y vaciladora!
¡Te daré tu buena piña
pa’ que seas jodedora!
Súbitamente
la abuela se levanta:
de
un impulso tira a un lado la manta
y
al Lobo le cae a manotazos,
mejor
dicho: a soberbios coñazos.
¡Cómo llegas demorada,
chama necia y condenada!
¡Seguro te entretuviste,
por el camino anduviste
sabrá Dios con quién jugando,
por el monte retozando!
¡O quizá, haciendo sebo!:
¡A tu madre se lo debo
decir inmediatamente!
¡Mereces tu buena pela,
vagabundita indecente!
Tú, en una sola rochela
y yo aquí, con un
calambre
en la barriga del hambre!
¡No esperes besos ni abrazos
sino estos buenos coñazos!
Insistiendo en su refriega
la
abuela al Lobo le pega.
¡Sin
piedad, sin compasión
le
da más de un bofetón!
Lobo:
(¡De verdad esta vieja
es sumamente arrecha:
y vine yo, de pendejo,
a encenderle la mecha!)
Coro:
Pero la anciana aguza la vista ¡y
reconoce a su antagonista!
¡Del miedo queda paralizada,
helada, atónita, obnubilada!
Abuelita:
¡Virgen santa, usted no es Caperucita!
¿Quién es usted, que sin
aviso me visita?
¡Virgen bendita, es el troglodita:
el propio Lobo Feroz,
bestia maldita!
Al
verse así, en evidencia,
el
Lobo pierde su continencia,
y
de un sólo pescozón
la
somete a su opresión.
Lobo:
¡Cállate ahora, vieja pendeja,
saco
de huesos: deja la queja!
¡A la anciana atrapa por el cuello:
le
quita el aliento, le corta el resuello!
Abuelita:
¡Qué es esto, santos del cielo!
¡Pido
socorro, clamo consuelo!
Lobo:
Quiero que escuches atentamente:
Podrás, si acaso, salvar tu vida
de comportante sensatamente
y de hacer todo cuanto te pida.
Coro:
¡La buena anciana luce aterrada:
tiembla de espanto, muy asustada!
Pero no deja de ver la vara
¡que se le para, que se le para!,
al Feroz Lobo bajo
el calzón
y le hace un bulto en su pantalón.
Lobo:
¡Rápido, vieja, ponte desnuda,
como no quieras que te sacuda!
Mientras la abuela cumple
el mandato indecente,
cierta lúbrica idea
pertúrbale la mente…
Coro:
La anciana siente esa inquietud
que tuvo otrora, en su juventud.
Piensa que el Lobo, al desnudarla,
tiene el propósito de violentarla.
Su cuerpo vibra de la emoción;
siente en su pecho una opresión.
Corifeo:
¡Vean qué ilusión
más bella!:
La anciana cree que es para ella
del Feroz Lobo la enorme vara
¡que se le para, que se le para!
Embargada por esas
inefables
sensaciones,
pero
dispuesta a
entregarse a las pasiones
que
a la mujer depara
un
palo soberano,
después
de un largo
y
ardoroso verano,
la
anciana,
simulando estar inquieta,
le
dice al Lobo
con
remilgos de coqueta:
Aria de
la Apasionada Esperanza
Abuelita:
¡Ay, señor Lobo:
tened misericordia!
¡Soy una dama
que no quiere discordia!
Hace ya tanto tiempo
que no he cohabitado,
que el nido que anheláis
quizá esté atrofiado.
Son esas veleidades
para mí, tan extrañas
que a lo mejor, señor,
ahí tengo telarañas.
¡Pero si algún apuesto caballero,
bien dotado, simpático y sincero,
se empeña ardoroso en mis amores,
no veo por qué negarle mis favores!
Decidme, no obstante, Lobo hermoso:
siendo vos tan gallardo y airoso,
¿qué aspecto bello o sensual en mí,
ha despertado vuestro frenesí?
Lobo
(Reflexivo:)
¡Carajo, no salgo de mi asombro!
Pero, ¿qué pensará este escombro?
¡Esta anciana está loca de bola,
y yo tiemblo de risa hasta la cola!
(A la Abuelita:)
¿Qué rara fantasía habéis imaginado,
ráspago triste, cuero añejado?
¿Imagináis que pretendo cogerte?
¡Primero, vieja, pediría la muerte!
¡Darle yo quiero a esa muchachita,
la nena tierna, tu nietecita,
botón de rosa, niña bonita
a la que llaman Caperucita!
Corifeo:
¡Modera, carcamal,
tus tardíos calores!
¡Apaga con vergüenza
tus postreros ardores!
Coro:
No es para ti, caduca,
el ave varonil.
que prefiere, vetusta,
un nido juvenil.
No pretendas, arcaica,
del hombre su buril:
¡no sueñes más, añeja,
con el amor viril!
No es para ti, provecta,
la vara del varón
pues tu bollo está magro,
escuálido y pelón.
Y
sin mediar otro argumento,
sabiendo
que en un momento
puede
llegar la Caperucita,
el
Lobo mete a la viejecita
en
el baúl que en la alcoba yace
¡y
esta amenaza mortal le hace!:
Lobo:
¡Óyeme claro, rata chalada!
Quédate quieta, ¡quieta y callada!
Como te muevas, con el colmillo
¡verás cómo te hago picadillo!
Y con estas garras aceradas
¡serán tus feas tripas desgarradas!
De parecerte poco, y querer más,
con este gigantesco palitroque
metido por delante y por detrás
te voy a reventar de un sólo toque
el bazo y la vejiga natatoria
¡y hasta la función respiratoria!
En esta caja estarás un rato,
y de hacer ruido, ¡vengo y te mato!
Sin
que nadie en su auxilio acuda,
muerta
de frío, al estar desnuda,
la
infeliz dama queda atrapada
al
ser la tapa del cajón cerrada.
Coro:
¡Grande desgracia, la de la dama
cuya esperanza fue breve y vana!:
Está encerrada, no la han cogido
¡y le quitaron hasta el vestido!
El
Lobo sabe que corre prisa;
raudo
despójase de la camisa;
también
se quita los pantalones
y
deja al aire sus dos cojones.
Luego
se viste con la ropita
que
le ha quitado a la viejecita.
Casi
nada le cubre esa batola
que
deja ver su escarpandola.
Y
en la cabeza se pone el gorro
que
disimula su enhiesto morro.
Trepase
el Lobo al mullido lecho:
sube
la sábana hasta su pecho.
Como
conviene la oscuridad
--cómplice
eterna de la maldad--
resopla
el Lobo desde la cama
y
de la vela apaga la llama.
Ocurre
así de súbito un oscuro
por
obra del técnico conjuro.
Entre
tanto, el viril Coro canta
una
canción que al público encanta.
ESCENA
VI
Al
volver la iluminación
se
aprecia la nueva situación.
Caperucita
entra en la escena,
llega
sin daño, ¡en horabuena!
Pero
algo inquieta su corazón,
le
causa miedo, gran aprensión;
¡siente
la niña un escalofrío,
al
ver el cuarto así de sombrío!
Caperucita:
¡Hay algo
raro en este recinto¡
¡Mejor me largo, de aquí me pinto!
En
ese instante, una voz ronquita,
que
podría ser la de su abuelita,
débil
y tenue, como lejana,
por
ella clama desde la cama.
Lobo:
¡Pasa, querida, mi nietecita,
la tierna y bella Caperucita!
Caperucita:
¡Ay, abuelita! ¡Qué desespero!
Tan sólo ahora me recupero.
Dime, abuelita, por caridad:
¿a qué se debe esta oscuridad?
¿Y por qué estaba la puerta
en vez de cerrada, abierta?
Lobo:
Lo de la
puerta, es un descuido,
¡qué tontería!, un simple olvido. Y
si está oscuro, es por mi siesta:
cuando una duerme la luz molesta.
Caperucita:
¡Claro, abuelita, tienes razón¡
Se tranquiliza mi corazón.
Lobo:
¡Ven a mi lado, niña querida!;
deja la cesta de la comida:
ahora no tengo mucho apetito;
no me provoca ni un bocadito.
Lo
que me siento es... ¡helada!,
casi del frío estoy
congelada!
¡Ven a la cama, dame calor,
has que retorne el ido vigor!
Caperucita:
¡Ay, abuelita! ¡Cuánto lo siento!
¡En un instante te daré aliento!
Pero primero, ¡debo desnudarme!;
del vestido quiero despojarme,
porque estoy en exceso acalorada
y esta ropa está íntegra sudada.
De
súbito, como haciendo “¡tris!”,
la
bella joven hace un estriptis.
No
obstante, con el fin de evitar
de
la gente el corazón acelerar,
que
alguien de pronto se desmaye,
o
que un varón apasionado estalle,
conserva puestas sus pantaletas
y así veladas sus partes secretas.
Lobo:
Exhala el Lobo un
lobuno aullido
prolongado en torturado gemido...
Corifeo
(Respaldado por el Coro,
que
con acento gótico
emite
gemidos de sabor erótico:)
¡No puede el Lobo creer en su suerte¡
¡Del asombro, se ha quedado inerte!
¡Luce imposible tener tan buen hado!:
¡Sin pedírselo, ella se ha desnudado!
¡Casi en cueros la joven
ha quedado,
y así se exhibe ante el Lobo arrobado!
Con temblorosa voz, el Lobo la llama
y la Caperucita se aproxima a su cama...
Pero al sentarse al borde del lecho
mira del Lobo el
peludo pecho
y otra cosa
sumamente extraña
que el disfraz de Abuelita no apaña.
Caperucita:
Abuelita, ¡estás cambiada!
Te noto hinchada y desmejorada.
Lobo:
Es por este
resfriado
que tan largo me ha postrado.
Caperucita:
Qué voz fuerte y cavernosa...
¡Cuán notoria es tu ronquera!
Lobo:
Es que estoy... ¡tuberculosa!
Tengo flema y carraspera.
¡Pero
con ella, mi amor,
puedo llamarte mejor!
Caperucita:
¡Y tus ojos, abuelita!
¡Rojos y escalofriantes!
Lobo:
Son las fiebres, queridita,
¡esas fiebres delirantes!
¡Pero con ellos, mi amor,
yo puedo verte mejor!
Caperucita:
¿Y por qué tienes, abuela,
el pecho como el de un león?
Lobo:
¡Oh, pequeña! ¡Son pelusas
que se salen del colchón!
¡Pero con ellas, mi amor,
puedo
arroparte mejor!
Caperucita
ve la prominencia
que exhibe su magnificencia…
Aria de la Jovencita Inocente
Caperucita:
¿Y ese exagerado
bulto,
bajo la cobija oculto?
¿Esa pirámide inmensa
que pone la tela tensa?
Paréceme un mástil de goleta,
¡la torre donde ponen la veleta!
¿Acaso, abuela, debajo de la tela
guardas alguna gigantesca vela?
Es como una tienda de campaña,
como la punta de una espadaña.
Me recuerda el cono de un volcán
que una vez vi en un libro alemán.
¿Sería el Everest o el Kilimajaro,
el Aconcagua o el Mitsu-kamaro?
¡No sé si era europeo o filipino,
pero, eso sí, era un pico divino!
¿O es, acaso, abuela
–¡dime la verdad!–
una horrible y fatal enfermedad?
Lobo:
¡Oh, pequeña! ¡Cuánta ingenuidad!:
No, no es ninguna fatal enfermedad,
ni de la vasta Tierra, una montaña;
tampoco es torre ni punta de espadaña
la cosa que llama tu atención,
y tanto excita tu imaginación.
¡No es mástil ni
mucho menos vela
lo que tengo debajo de la tela!
¡Se trata, queridita, de un pipí,
que tiene la Abuelita para ti!
Coro:
¡Ohhhhhhhhhhhhhhhh!....
Dúo de los Perversos Personajes
Corifeo y Lobo:
¡Se trata, queridita, de un pipí,
que guarda el Lobo fiero para ti!
Y si este soberbio abultamiento
que te produce tal
encantamiento
fuera rara y mortal enfermedad,
¡muchos de los aquí presentes,
y más de uno de los ahora ausentes
bien
quisieran estar de gravedad!
Coro:
¡Bien quisieran estar en gravedad!
¡Bien quisieran estar en gravedad!
¡Caperucita,
finalmente advertida,
quiere
emprender de súbito la huída;
pero
el Lobo de la sábana despójase
y
de un salto de la cama arrójase.
¡Y
exhibe ante la niña anonadada
su
vara enhiesta, gruesa y engrifada.
Caperucita:
¡Qué cosa más espantosa,
tan enorme y horrorosa!
¡Tú no eres mi
abuelita!
Lobo:
¡Al fin caíste, bobita!
¡Claro que no soy la vieja!:
¡Caperucita pendeja!
Caperucita:
¡Oh, madre! ¡Tenías razón
en tu consejo sensato!
¡Pero no presté atención
y procedí sin recato!
Coro:
¡Mírate en este espejo, mujer casquivana!:
Si eres descocada, brincona y liviana,
vendrá un Lobo un día, con su mala maña
y tal como este, que a la niña engaña,
a esa mujer pizpireta, ligera y coqueta,
¡le bajará implacable la pantaleta!
Y le zampará la
vara, ¡esa gran vara!
¡Qué se le para, que se le para!
¡Caperucita intenta escapar,
pero
el Lobo la logra atrapar!
De
un certero manotazo
la
retiene por un brazo,
y
hacia la cama la empuja
mientras
la besa y la estruja.
Caperucita
(Ya en la cama,
desolada
clama:)
¡Siendo este el cruel destino
que me ha marcado mi sino,
me entrego sin resistencia
a vuestra horrible violencia!
Pero os pido un favor
antes de os ceder mi honor:
¡Meted sólo la puntita,
la puntita nada más!...
¡Recordad que soy doncella!
Lobo
(Desde la cama, que por su peso cruje,
el feroz animal a voz en cuello ruge:)
¡La meteré toda ella!
Toda
ella,
¡y las bolas además!
Fuga
Coral de la Puntita
Caperucita y Lobo:
¡La puntita, la puntita,
la puntita nada más!
¡Recordad que soy doncella!
¡Toda ella, toda ella,
y las bolas además!
Y
sin que nadie lo invitara al hecho
el
Corifeo se monta en el lecho.
Caperucita, Lobo y Corifeo:
¡La puntita, la puntita,
la puntita nada más!
¡Recordad que soy doncella!
¡Toda ella, toda ella,
y las bolas además!
Corifeo solo:
¡Oh, qué inocente esperanza!
¡Cuán inútil su añoranza!
¡Que le metan la puntita
porque diz que es doncella!
No sabe Caperucita
que se mete toda ella...
Los
miembros del Coro
el
lecho rodean:
¡Impiden que el acto
las
personas vean¡
Es
un gesto de digna urbanidad,
¡por
cuanto ocurre una inmoralidad!
Todos:
¡Porque, cómo detenerla,
porque cómo
contenerla!
¡A la gran vara, a la gran vara!
¡Cuando se para, cuando se para!
(Bis.)
Caperucita:
¡Ay!
Coro:
¡Aleluya, aleluya,
aleluya, aleluya,
a-le-lu-ya!
Corifeo
(A boca cerrada
el Coro
murmura con gran decoro:)
Consumado el sacrificio,
ejecutado el oficio,
la ex doncella –es
natural,
siempre ocurre, es lo normal–
suspira así: “¡Ah!”, y se desmaya
en el lecho donde se halla.
¡Pero inefable sonrisa
su bello rostro matiza!
¡De
pronto se escucha un ruido,
un
crujido, un resoplo, un alarido
(Potenciados
por efectos de sonido.)
Caperucita se niega a creer
lo
que sus ojos la obligan a ver:
¡Pone
su razón en duda
cuando la vieja desnuda...
(Mejor:
en paños menores
para
evitar más horrores)
sale
del baúl cual rayo,
aleteando
como un gallo!
Aria de la
Pasión Senil desenfrenada
Abuelita:
¡Me vas a perdonar,
Caperucita!
Sé que es impropio
de
una abuelita,
pero estando encerrada,
en ese baúl, ahí,
todo cuanto ha pasado
por un agujero vi.
¡Sin contarte, queridita,
las indecencias que oí!
¡Y siento que ardo
en fuego divino!
¡Estos son los calores
venusinos!
¡Esta pasión insana
me consume!
¡Ay,
llama ardiente,
que me abrasa!
(Al Lobo:)
¡Ven acá, bombero mío:
no dejes quemar mi casa!
Lobo:
¡Vamos, anciana, sed razonable!
Lo que queréis es inalcanzable.
Después de este caramelo,
que es como estar en el cielo...
Balada del Goce más Placentero
Caperucita:
¡No abogar por mi abuelita
sería grande injusticia,
luego de haber disfrutado
de esta suprema delicia!
Yo
tenía la cabeza
llena de mil musarañas
y el espíritu enredado
en muy turbias telarañas.
En efecto, había creído
que el macho es un animal
lúbrico y enfurecido
empeñado en hacer
mal.
Sin embargo, es realidad,
lo más cierto y verdadero,
que a la mujer le depara
el goce más placentero.
Coro:
¡Con esa vara, con esa vara!
¡Cuando se para, cuando se para!
(Bis.)
Caperucita:
De modo que, señor Lobo,
¡cumpla usted con su deber!,
pues
debo hacerle entender
que si no hace los honores
que reclama mi
abuelita
¡no tendrá más los favores
de su amor, Caperucita!
¡Resuélvame a la viejita,
o más nunca gozará
de esta tierna manzanita¡
Cabizbajo,
con cara de arrecho,
Lobo Feroz retorna al mullido lecho
dispuesto, sin ganas, a meter el
pecho.
Corifeo
(Como saliendo de una tenue bruma
el
individuo suelta aquí una pluma:)
¿Y
acaso para mí no hay nada
en esta deliciosa huevonada?
Lobo:
¡Qué idea tan descabellada!
¡Ni sueñe esa
pendejada!
¡No, para usted, no hay nada!
Usted es, amigo Corifeo,
un pargoleto pobretón y feo.
Y el Lobo sólo coge marico
si es bonito, educado y rico.
Coro:
Corifeo ha caído en depresión,
¡el desprecio le ha roto el corazón!
¡No encuentra sosiego ni calma:
el desaire le ha llegado al alma!
El
Lobo a la provecta llama
con
gesto agrio, desde la cama.
No
vacila ella en obedecer,
saboreando
su inminente placer
¡ahora
que al fin la van a coger!
Y
al mediar la próxima canción,
recibida
la vieja su buena ejecución
los
del Coro se incorporan a la acción.
Gran Salsa Coral contrapuntística
y montuna
Que a todas las midan con la misma vara
Caperucita:
Porque ahora que he gozado
los deleites de Afrodita
creo que toda mujer
sea anciana o jovencita...
Coro y Caperucita:
¡Se merece su querer,
se merece su querer!
Corifeo:
Cuando ellas lo pidan,
que a todas la midan...
Coro y Caperucita:
¡Con la misma vara,
con la misma vara!
Caperucita:
Creo que toda mujer
sea grande o sea chica...
Todos:
¡Se merece su querer,
se merece su querer!
Corifeo:
Y cuando lo pidan,
que también las midan...
Todos:
¡Con la misma vara,
que pa’ eso se para,
que pa’ eso se para!
Caperucita:
Esté gorda o sea flaquita,
sea fea o bien bonita...
Todos:
¡Se merece su querer,
se merece su querer!
Corifeo:
Y cuando lo pidan,
que también las midan...
Todos:
¡Con la misma vara,
que pa’ eso se para,
que pa’ eso se para!
TELÓN